Tumba de Juan de la Granja, el vasco que introdujo el telégrafo en México

Los cementerios y panteones tienen algo de magnético. Ni por asomo dejaría que mis cenizas reposasen en un nicho, urna o bajo una lápida. Pero al mismo tiempo me resulta fascinante e instructivo pasear entre las hileras de tumbas, pisar la tierra seca de los cementerios musulmanes del norte de África, o los extensos prados con cruces que he conocido en México.

Cementerio de Old Calton
Cementerio de Old Calton

Encuentro cautivador descubrir historias como la de los australianos en el cementerio de Mataró, las posibilidades turísticas con ejemplos como la ruta de Old Cayton a Greyfriars «exhumando» las leyendas de los cementerios de Edimburgo, o la belleza arquitectónica de otros rincones como el cementerio de Castro Urdiales, votado como uno de los más bonitos de España.

Detalles modernistas en los panteones del cementerio de Castro Urdiales.
Detalles modernistas en los panteones del cementerio de Castro Urdiales.

Y es que el culto a la muerte es inherente al ser humano, independientemente de las culturas de cualquier rincón del planeta, desde las necrópolis nórdicas o mediterráneas a los festejos del Día de muertos de México.

Señora rezando a sus muertos en el cementerio de Mixquic
Señora rezando a sus muertos en el cementerio de Mixquic

Otras veces son otro tipo de cementerios, como el de barcos de Grindavík en Islandia, los que prometen aventuras fotográficas, o los ausentes de cuerpos pero llenos de muerte como el Camino de la Paz de Eslovenia con trincheras en las que las huellas de la estupidez e incomprensión son aún visibles.

Entrada a la capilla húngara en el monte Mrzli Vrh
Entrada a la capilla húngara en el monte Mrzli Vrh

Frente a las tumbas he leído con curiosidad los nombres, apellidos, lugares de nacimiento, epitafios, he disfrutado con las esculturas que los adornan, una frase escrita en un papel o con la sencillez de una flor depositada. Investigar sobre algunos de los yacentes me ha permitido hilvanar historias literarias, sacar a la luz a personajes valientes, desgraciados, tristes o que vivieron y bebieron la vida a sorbos o tragos cortos pero intensos.

El Panteón de San Fernando de Ciudad de México

En uno de mis recurrentes viajes sentí la curiosidad de visitar el Panteón de San Fernando, uno de los lugares que custodia las tumbas de figuras eminentes del siglo XIX.

Tumba de Benito Juárez en el Panteón San Fernando
Tumba de Benito Juárez en el Panteón San Fernando

Construido en 1832, entre todas las tumbas de políticos, militares, gobernantes están grandes personalidades de la sociedad mexicana como Benito Juárez Vicente Guerrero, Ignacio Comonfort, Lerdo de Tejada, José Joaquín Herrera, Martín Carrera, Santiago Xicoténcatl, Francisco, Zarco, Miguel Miramón o Tomás Mejía.

Sin embargo, fueron dos las que captaron mi atención. La primera la «falsa» tumba de Isadora Duncan, excelsa bailarina a la que se la considera la creadora de la danza contemporánea. La estadounidense no murió en México, si no en Niza, Francia, en un desafortunado accidente al quedarse enroscado su alargado foulard en las ruedas del vehículo.

Isadora Duncan
Isadora Duncan

La presencia de la lápida con su nombre cerrando la tumba fue un misterio doble. Primero porque el Panteón de San Fernando cerró sus puertas a «nuevos muertos» desde la última -la de Benito Juárez en 1872-, e Isadora, muriendo en 1927 no debería estar allí. Además, hasta que se abrió la tumba y se comprobó que estaba vacía, fueron muchas las leyendas alrededor de su figura, empezando por vínculos amorosos con ricos empresarios mexicanos o incluso el ex presidente de México Plutarco Elías Calles.

Nicho conmemorativo de Isadora Duncan en el Panteón San Fernando de CDMX
Nicho conmemorativo de Isadora Duncan en el Panteón San Fernando de CDMX

La segunda tumba que detuvo fue la de Juan de la Granja. Su lugar de nacimiento, la Villa de Balmaseda me atrapó por la cercanía con mi Bilbao natal.

No era el único de tierras vascas: Alcorta, Ibarra, Arteaga, Olaguíbel, Beristáin, Zurutuza, Muzquiz de Goribar, Aramburu, Chavarri, Gastelú o Ulibarri, amén de otros de Cantabria como Escalante o Bustamente.

Sin embargo, la imponente escultura de Juan de la Granja, sentado y apoyado en su bastón destaca sobremanera, orientada hacia el mausoleo en forma de templo griego de Benito Juárez.

La estatua de Juan de la Granja frente al templo de Benito Juárez en el Panteón San Fernando de CDMX
La estatua de Juan de la Granja frente al templo de Benito Juárez en el Panteón San Fernando de CDMX

Nacido en Balmaseda en 1785, para 1814 ya estaba en México como comerciante, coincidiendo con un clima enrarecido por la inminente Guerra de Independencia.

Radicado allí en 1826 fundó una imprenta y una librería, e incluso se lanza con el primer periódico en castellano de la ciudad, con el nombre de «El Noticioso de Ambos Mundos».

Prosperó rápidamente, gracias a la labor prestada en defensa de los intereses mexicanos se le concede la nacionalidad mexicana y comienza a formar parte al del cuerpo diplomático primero como vicecónsul y en 1842 es nombrado cónsul general en Nueva York.

La invasión de Estados Unidos de territorio mexicano y el el estallido de la guerra con Estados Unidos, significó la ruptura de relaciones diplomáticas con México y el fin de la aventura de Juan de la Granja en Nueva York en 1847. Al año siguiente se postula y logra ser diputado en el estado de Jalisco.

Sin embargo Juan de la Granja regresa en 1847 con un «pan bajo el brazo» en forma de la concesión exclusiva (1849) para introducir el telégrafo en México. Durante su estancia en Estados Unidos había presenciado la presentación del invento de Samuel Morse, y viendo las grandes beneficios en términos de comunicación que iba a suponer, consideró imprescindible llevarlo a México.

Telégrafo en México
Telégrafo en México

El 13 de noviembre de 1850 acontece un hito histórico, la primera demostración pública del telégrafo eléctrico, entre el Palacio Nacional y el Colegio de Minería.

Un año después, en noviembre de 1851, el Presidente de la República, Don Mariano Arista, inauguró la primera línea telegráfica entre Ciudad de México y Nopalucan (que más tarde pasará a denominarse Nopalucan de la Granja, en su honor), estado de Puebla, extendida en 1852 hasta el puerto de Veracruz, con una extensión de línea de 408 kilómetros. A ella continuará la segunda línea de telégrafo entre CDMX y León, Guanajuato en 1853.

Museo del Telégrafo en Ciudad de México
Museo del Telégrafo en Ciudad de México

Gracias a ese mérito es nombrado director de la oficina de telégrafos, cargo que desempeña hasta su muerte en 1855 a causa de una enfermedad pulmonar.

Sus restos reposaron en un nicho pero cuando años después nadie se hizo cargo del gasto  de la renta  del espacio, se extrajo para ser colocado en el osario comunal. En 1967 el personal de telégrafos quiso poner en valor su figura y  patrocinó el monumento de bronce que hoy observamos.

Monumento funerario a Juan de la Granja en el Panteón San Fernando
Monumento funerario a Juan de la Granja en el Panteón San Fernando

La placa conmemorativa dice: “El personal de Telégrafos Nacionales a la memoria del insigne Don Juan de La Granja, México, D.F. 5 de noviembre de 1957.”

Abandonamos fascinados el Panteón de San Fernando, apuntando los nombres de muchas mujeres y hombres que nos permitirán seguir tirando del hilo tejido de la historia, la única forma de comprender el presente.

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