Excursión a las islas vénetas de Murano, Burano y Torcello

La belleza de Venecia encandila acaparando el foco de atención y no es para menos, su fama es merecida y a pesar del abarrotamiento turístico del que adolece, es un sitio que se queda en la memoria. Tras haber agotado todos sus recovecos y andado en infinidad de sus estrechitas callejuelas, cruzando puentes y escalinatas y enamorándonos un poco más cada día, decidimos que era hora de sacudirnos el hechizo y hacer una excursión más allá de su hipnotizante abrazo.

Para desplazarse por Venecia y cercanías, existen por supuesto los conocidos “vaporetti”, un medio de transporte que facilita la movilidad entre islas. Punto a favor es que, puede moverse a su ritmo, teniendo en cuenta la distancia entre las islas y los horarios de los “vaporetti”. En nuestro caso, la oferta que más se ajustaba a nuestro itinerario para realizar una visita rápida y que incluyera al menos algunas de las más afamadas como son: Murano y Burano, era un tour organizado.  Los barcos tienen una capacidad para al menos 40 personas, haciendo una breve parada en cada una de ellas y con el añadido de una que no teníamos en mente: Torcello. El recorrido además incluye un guía multilingüe, que traduce en simultáneo la información a varios idiomas. Eso sí, hay que aguzar el oído y estar atento, porque lo hace a velocidad relámpago teniendo en cuenta la cantidad de información que debe transmitir en modo políglota.

Para aprovechar el día, elegimos el primer turno matinal que empieza a las 10 am y emprende el recorrido en un muelle cercano a Piazza San Marcos. Es principios de marzo y el frío aún se cuela por debajo de los abrigos recorriendo cada vello del cuerpo, erizándolo en efecto dominó hasta llegar a la nuca. Es una sensación agradable, es como sentir que se nos impregna en la piel su encanto. El Sol se ha asomado algún día y se agradece, especialmente por la luminosidad que esto confiere a una Venecia que resplandece y que refleja, vanidosa, su hermosura en el agua.

Hoy sin embargo, una niebla plomiza recorre la ciudad, un aire de misterio empapa las calles y no podemos ver más allá de dos palmos. Nos preguntamos si suspenderán la excursión bajo éstas condiciones meteorológicas y nos acercamos hasta allí temiendo que así sea. Una fila ya comienza a formarse en el embarcadero y parece que nada transcurre fuera de lo normal y que seguiremos con lo pautado.

Sin dilación, una contrariedad nos invade. Por un lado, nos gustaría hacer el recorrido bajo condiciones más idóneas para poder saborear el paisaje mientras surcamos las aguas hacia nuestro destino, por otro, nos alarma levemente la idea de que una vez iniciado el viaje, la neblina nos envuelva y quedemos varados a merced de su abrigo. Pero hay un tercer pensamiento y es, que quizás ésta manera de hacer el viaje, le dé un tinte de aventura a nuestro posterior relato.

El paisaje brumoso de una mañana invernal en Venecia ©Marcela Pérez Z.
El paisaje brumoso de una mañana invernal en Venecia ©Marcela Pérez Z.

Ponemos a volar la imaginación como es costumbre y al abordaje, echamos un vistazo a la Giudecca (la isla más próxima a Venecia), la bruma acaricia fantasmagóricamente sus relieves y pequeñas marionetas parecen flanquearla moviéndose lentamente al compás neblinoso, el rumor del motor de nuestra embarcación nos sustrae del ensueño y conforme nos alejamos, la silueta de Venecia se hace cada vez menos perceptible, hasta desparecer por completo engullida por el blanco sepulcral de la calígine, la niebla veneciana.

Nos internamos en éste denso paisaje los próximos 40 minutos y a ratos logramos distinguir apenas algunos retazos de Lido (otro islote cercano a Venecia situado al norte), pareciera que recorremos una laguna habitada por espíritus que vigilan curiosos nuestro cadencioso viaje, mientra esos pequeños tramos de isla les atan a ellos a éste plano terrenal.

ISLA MURANO

La niebla se disipa ligeramente –a la par de mi lúgubre fantasía- y aparece delante nuestro Murano. Descendemos del barco y nos avisan que visitaremos una fábrica donde se elaboran artesanías a partir del famoso cristal de Murano.

Murano y sus piezas de arte de vidrio soplado ©Marcela Pérez Z.
Murano y sus piezas de arte de vidrio soplado ©Marcela Pérez Z.

El sitio está bien preparado para los visitantes, cuenta con un espacio pequeño de gradas para sentarnos cómodamente mientras disfrutamos del espectáculo que está por revelarse ante nuestros ojos. Tres maestros artesanos dispuestos cada uno en una esquina del taller, empiezan con sus labores cotidianas. Exponen el trozo de vidrio al fuego hasta que éste se enciende al rojo vivo y comienzan la concienzuda tarea de soplarlo y moldearlo con su habilidad e imaginación como avezados instrumentos. Unos cortes aquí, unos golpecitos allí y las obras de arte van cobrando forma ante nuestros rostros de asombro. Colores y colores se entremezclan creando preciosas piezas que derivan en una flor, un pequeño barco y un florero. Figuras que podremos encontrar en su tienda situada a un costado, junto a un buen surtido de objetos fruto de ésta preciosa técnica de soplado de vidrio, menester que nos llevaría un buen rato.

Miramos las manecillas del reloj y preferimos aprovechar que nuestros compañeros de embarcación se sumergen como imantados en sus adquisiciones, para nosotros agotar los minutos que nos quedan en Murano y recorrerla mínimamente. Aunque en realidad, sólo nos aventuramos a lo largo del canal. A simple vista Murano parece una reproducción pequeña de Venecia (sin gondoleros, ni cantidades ingentes de turistas) y quizás, tras arribar provenientes de ese bullicio y sublimidad y, sin afán de desmerecerla, nos resulta menos impresionante. Pero si miramos con cariño, bien podemos encontrar alguna joya como es el caso de la Basílica de Santa María y Donato.

Basílica de Santa María y Donato ©Marcela Pérez Z.
Basílica de Santa María y Donato ©Marcela Pérez Z.

Éste precioso recinto salta a la vista con su impresionante ábside en la que destacan una serie de arcos y columnas de estilo bizantino. Nosotros, dado el limitado tiempo con el que contábamos, no pudimos visitar su interior que al parecer alberga preciosos mosaicos: uno con fondo de oro representando a la Virgen y otros que pavimentan la iglesia con fragmentos de vidrio procedentes de las fundiciones de Murano, exponiendo figuras geométricas y animales como representaciones alegóricas.

Preciosos detalles en los edificios antiguos de Murano ©Marcela Pérez Z.
Preciosos detalles en los edificios antiguos de Murano ©Marcela Pérez Z.

Para situar en contexto la importancia de ésta industria para Italia, comencemos por decir que la historia del vidrio de Murano se remonta a finales del siglo XIII, aunque su fama cobró fuerza allende cuando comenzaron las exportaciones de sus productos convirtiéndose así en el mayor productor de cristal en Europa. Su mayor auge se suscitó por sus famosas “arañas de luces”. Sus ornamentadas figuras aún relucen bajo el brillo de la luz, en salones decorados al estilo renacentista veneciano, como es el caso del precioso palacio Ca’Rezzonico o decorando habitaciones y salones de Venecia y las islas circundantes. De hecho, el primer acercamiento que tuvimos con éstas fantásticas obras de arte, fue precisamente en nuestra habitación del alojamiento.

La niebla acaricia Murano en un suave abrazo ©Marcela Pérez Z.
La niebla acaricia Murano en un suave abrazo ©Marcela Pérez Z.

Llega la hora de apurar las últimas fotos de lo somero que hemos podido ver de Murano y emprender el regreso a la embarcación para seguir el trayecto rumbo a Burano. Una de las islas que más ganas tenemos de conocer y la culpa es de las postales que hemos visto de ella. Donde se retrata un lugar pintoresco y singular.

De vuelta en nuestro pequeño navío, la neblina misteriosa nos envuelve de nuevo y presas del mismo sortilegio, se suma a la fantasía, la isla de San Giacomo in Paludo, que aparece inesperadamente como una masa flotante en la blanca espesura. Un cerco de “reciente” construcción, flanquea el perímetro conteniendo en su interior construcciones derruidas y vetustas y, una frondosa vegetación como vestigio de olvido.

Estampa casi espectral de la isla de San Giacomo in Paludo en nuestro camino rimbo a Burano ©Marcela Pérez Z.
Estampa espectral de la isla de San Giacomo in Paludo en nuestro camino rimbo a Burano ©Marcela Pérez Z.

Durante el trágico embate de la peste negra en Europa en el siglo XIV, que mermó casi un tercio de la población en el continente, Venecia fue un blanco obvio por su apertura comercial quedando a merced de la enfermedad. Para intentar frenar el contagio, algunas de las islas fueron utilizadas como espacios de cuarentena. La que más resalta en éste contexto histórico es Poveglia con un pasado funesto como depositaria de víctimas de la epidemia, al igual que la cercana isla Lazarretto Vecchio. Pero es quizás lo que atrae la mirada curiosa a éstas islas, el que sirvieran como reducto de los segregados, ya sea por enfermedad física o mental, porque también en alguna de ellas se instalaron siglos más tarde hospitales psiquiátricos. Y para cerrar ésta lúgubre parrafada, hablamos también de la isla San Michelle conocida como el cementerio de Venecia, designada a éste fin a principios del siglo XIX por decretar Napoleón un edicto de insalubridad sepultar a los difuntos en el centro de la ciudad, donde se hallaban iglesias y camposantos. El fúnebre espectáculo de la góndola mortuoria enfilándose hacia la isla San Michelle se puede apreciar en antiguas fotografías que circulan por la red.

Es por todo lo anterior, que quizás nuestra fantasía se alimenta de esos hechos reales y fatídicos de antaño y de ésta bruma que no se disipa. Que inunda la laguna recurrentemente en un efluvio que a los amantes de la fotografía les es embriagante.

ISLA BURANO

Cuenta la leyenda que el colorido de Burano se explica precisamente por éste fenómeno. Los pescadores que habitaban la isla pintaron las fachadas de colores estridentes que pudieran guiarles de vuelta a casa cuando la densa neblina les impedía distinguir su hogar y es precisamente éste variopinto aspecto el que hace a Burano tan agradable a la vista, rompiendo con esa explosión de colores el tono sombrío que había cobrado el relato.

El colorido de las casas de Burano es un regalo para la vista ©Marcela Pérez Z.
El colorido de las casas de Burano es un regalo para la vista ©Marcela Pérez Z.

La primera imagen es casi tan idílica como en las postales, el “casi” es a posta, porque el turismo atraído por su encanto, se aglomera en torno a los “spots” más fotogénicos con el deseo de llevarse la foto perfecta. Ni tardos, ni perezosos, huimos de éstas concentraciones que nos repelen y recorremos la margen de los canales en busca de un meandro menos masificado. En la tarea nos adentramos en perpendicular en una de las angostas callecitas y sin premeditación hallamos una de las casas más singulares de Burano, la casa de Bepi Suà. Para describirla sólo hace falta decir, que los colores de todas las casitas de Burano le han salpicado. La preciosa policromía que la ilumina de pies a cabeza, se entremezcla con figuras geométricas dando un efecto óptico tridimensional.

Rincones encantador de Burano ©Marcela Pérez Z.
Rincones encantador de Burano ©Marcela Pérez Z.

El artífice de éste obsequio a la vista fue el Sr. Bepi, o mejor dicho, Giuseppe Toselli, un habitante de Burano, cuya historia me recuerda a aquella película tan entrañable de Giusseppe Tornatore, con quien no sólo compartía el nombre Don Toselli, sino también la pasión por el séptimo arte. Una de sus hazañas nos recuerda la escena de “función a la fresca” que aparece en el film y es que Toselli organizaba, al igual que el personaje de “Alfredo”, pequeñas sesiones cinematográficas para los niños del la isla, ayudándose de una sábana blanca. Son éstas historias locales como las de Giussepe, las que le dan vida y magia a lugares como Burano.

Y es que en ésta pequeña isla -al igual que en su “casi” homónima Murano con su famoso vidrio soplado- el arte es un elemento atávico. En Burano encontramos una preciosa tradición que se remonta hacia el siglo X: la elaboración de bordados y encajes vinculantes en su día con la fastuosidad de la clase acomodada. La leyenda cuenta que nace a partir del encuentro de un pescador con el canto de las sirenas, quien tras lograr resistirse a su hechizo, recibió en gratificación a su fidelidad un velo de espuma que a su vez entregó a su amada. Ésta exquisita pieza generó revuelo entre las féminas del pueblo quienes se dieron a la tarea de confeccionar un bordado que emulara la belleza del proveniente del mar. Y es así como fueron perfeccionando la técnica para lucir cada una el más bonito. A finales del siglo XIX se creó una escuela de bordados y en la actualidad podemos encontrar éstas hermosas artesanías que son verdaderas piezas de arte. Pero hay que tener buen ojo y no dejarse engatusar por las imitaciones, quizás para adiestrar la mirada antes de comprar, debería darse una vuelta por el pequeño museo de la “Escuela del Bordado” y con ello valorar aún más el trabajo que representa.

Caminando por sus coloridos pasajes -que si tiene suficiente tiempo, es lo más recomendable- hallamos una pequeña carroza alegórica que seguramente sirvió para el reciente carnaval que había tenido lugar apenas unos días atrás. Una festividad más que aconsejable para vivir de cerca al menos una vez en la vida. Es verdad que por lo espectacular que suele ser el carnaval veneciano, el turismo bulle en esa época, pero al vivirlo de primera mano es de entender el porqué. Y si Venecia le abruma, ya puede escaparse a una de éstas pequeñas islas y vivir otra cara del Carnaval.

Como fondo de ésta curiosa postal encontramos el curioso campanario inclinado de la iglesia de San Martino del siglo XVII. Que desde ésta distancia pareciera que está a punto de ceder al peso de su estructura, apariencia que es resultado del propio corrimiento del terreno.

Y entre tanto embelesamiento nos hemos olvidado de que hay que volver al barco y terminar nuestra excursión con la isla de Torcello situada a tan sólo unos 15 minutos desde Burano.

ISLA TORCELLO

Torcello y sus paisajes serenos ©Marcela Pérez Z.
Torcello y sus paisajes serenos ©Marcela Pérez Z.

Desembarcamos a una distancia a pie de un kilómetro al menos desde el muelle hasta la plaza central. Seguimos la margen del canal y encontramos un paisaje más rural y austero en contraste con nuestra visita anterior. El primer encuentro en el trayecto, el “Puente del Diablo”, como en todo poblado siempre hay una obscura leyenda y Torcello no es la excepción, se dice que fue nombrado así porque en las noches en una especie de teriomorfismo el diablo se convierte en un gato bruno en las noches de Luna llena. Un pequeño puente que a la vista parece inofensivo, pero que llama la atención por la ausencia de barandas y por esa curiosa historia que preferimos no poner a la práctica.

El Puente del Diablo con una extraña musa a punto de cruzarlo ©Marcela Pérez Z.
El Puente del Diablo con una extraña musa a punto de cruzarlo ©Marcela Pérez Z.

Continuamos el camino y hallamos unos pocos restaurantes apostados a ambos lados para repostar fuerzas. Es curioso éste fenómeno dado que venimos de estar acostumbrados a una mayor oferta turística y por ende a grandes concentraciones de gente. En Torcello, sin embargo, hoy en día viven pocos habitantes y se respira un ambiente tranquilo. Contrastante con el Torcello de antaño, siendo una de las islas más habitadas que fuera refugio de la población contra las constantes invasiones de lombardos y hunos, de hecho, una de las atracciones que podemos encontrar aquí es el “Trono de Atila”, una robusta silla de mármol blanco que se dice fue utilizada por el Rey de los Hunos. Éste hoy “instagrameable” trono (porque todo el mundo quiere fotografiarse con ella) se halla justo frente a la Catedral de Santa Maria Assunta y la Iglesia Santa Fosca.

Catedral de Santa María Asunta en Torcello ©Marcela Pérez Z.
Catedral de Santa María Asunta en Torcello ©Marcela Pérez Z.

Bien aprovechada nuestra mañana regresamos con hambre voraz a Venecia para dar rinda suelta a nuestra barrigas famélicas por la gastronomía italiana que nunca defrauda. Si usted goza de tiempo, le recomendamos éste pequeño itinerario que, como puede ver, no le llevará más de un día y unas horas.

Excursiones y tours organizados a Burano, Murano y Torcello desde Venecia

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