Continuamos sin quererlo, recuperando, o más bien ayudando a recuperar algunos personas olvidadas. Personas normales que han llevado una vida normal y que han muerto sin gozar del reconocimiento banal y falso de ese que exhiben sin pudor las estrellas creadas por el marketing y las modas. Recuperar su existencia y valorar sus actos, es un viaje, un viaje en el tiempo y el espacio, uno de esos viajes que nos gusta realizar en El Giróscopo Viajero.
Tras la música indefinible de Rodion Rosca y su grupo Rodion GA, viajaremos desde Rumanía hasta Nueva York y los Estados Unidos de la mano de otro personaje olvidado, éste con menos suerte, la fotógrafa Vivian Maier.
De la casualidad al olimpo de la fotografía.
La historia de Vivian Maier es un paradigma de la estupidez de las modas y de la fragilidad de los cánones sobre aquello que es, o debe ser considerado como Arte. Pero no entraremos en ese debate fútil e infructuoso. Únicamente, recorremos las calles de Nueva York y de Chicago, las playas de Connie Island, de Florida, los ranchos de Dakota del Sur y las avenidas de Los Ángeles. Todo gracias a las fotografías de norteamericanos de la segunda mitad del siglo XX, realizadas por esta mujer que trabajó toda su vida como niñera.
Muchos anillos han debido caerse entre los críticos que viven de sus divagaciones, muchas veces reiterativamente egocéntricas.
Muchos, porque las fotos de Maier recuerdan muchísimo, por su composición, su encuadre, sus efectos, a las fotos de los maestros de fotografía humanista francesa Henri Cartier Bresson, Robert Doisneau o Willie Ronis. Se parecen igualmente a las obras de Dorothea Lange, la autora de «Madre Migrante», -que supo captar las penuria y la desesperación de la Gran Depresión de 1929-, de Lisette Model, Diane Arbus o Helen Lewitt, todas ellas creadoras de una gran tradición de fotografía social en los Estados Unidos.
Se parecen, por fin, a las fotos de Sebastiaõ Salgado, que narró a finales del siglo XX la expansión del capitalismo y sus efectos temibles para el ser humano. Se parecen tanto porque están al mismo nivel de calidad, y contienen en su aparente simplicidad, toda la profundidad que la fotografía es capaz de plasmar sin una sola palabra de por medio.
Lo más curioso, lo más terrible, lo más gracioso, es que las fotos de Vivian Maier son conocidas hoy por pura casualidad. John Maloof interesado por la fotografía compra en 2007, en una subasta en Chicago unas cajas llenas de clichés y bandas de los años 50 y 60. Los 30.000 negativos, olvidados un tiempos, se revelan pronto un tesoro absoluto.
Maloof decide buscar al responsable de esas fotos, de lo que todo se ignora. Los negativos provienen del embargo de un guardamuebles repleto de cajas de clichés, por impago. El investigador recaba información, habla con la casa de subastas, compra los otros lotes y descubre por fin el nombre de la fotógrafa: Vivian Maier niñera desde hace 50 años. Cuando por fin da con ella en 2009 Vivian Maier acaba de morir a los 83 años a causa de las secuelas de un resbalón sobre una placa de hielo en una acera de Chicago. Dos de los niños que ella cuidó, ya adultos le han pagado el alquiler de su casa y las facturas del hospital tras su caída. La historia agita el mundo de la fotografía y transforma de la noche a la mañana a la “Mary Poppins” en una maestra de la fotografía.
En las obras de Vivian Mayer, el ser humano es el principal protagonista, siendo la ciudad, el mar, la naturaleza un accesorio donde encuadrar a las personas. Sus fotos la muestran a menudo en divertidos autorretratos, con apariencia de casualidad e inmediatez. Tras esa instantaneidad natural que todo buen fotógrafo de personas debe dominar o poseer, las fotos son un retrato de un tiempo, de miedos, de esperanzas, de deseos, la mayoría sin obtener. No es el apogeo del american way of life, que la publicidad se encargó de representar, ni tampoco la oda neutra y plana, -aunque no por ello menos bella y decorativa-, del pop-art, es una imagen lúcida de la complejidad de una sociedad.
La elección de los personajes y de su entorno, el dominio de la luz y de los contrastes, de los reflejos y los espejos es excelente en Vivian Maier, sobre todo si consideramos que la mayor parte de los 120 mil negativos ¡nunca se revelaron! Es decir que ni siquiera la fotógrafa había visto sus clichés. Quizá esto signifique que hacer una buena foto está al alcance de todos. Es posible que la fotografía sea el arte más accesible, pero incluso así, son innegables las cualidades de Vivian Maier para conseguir tantas y tan buenas fotos. Y les conmino a intentar imitar esos contrastes, esos claroscuros, la nitidez de las caras, los relieves de los objetos, todo eso con una cámara de la época y sin posibilidad de retoque…
Su prestigio llega tras su muerte, como el de tantos artistas reconocidos hoy y que rumiaron su hambre y el desprecio de los otros en vida. Vivian Maier tuvo una existencia rica y compleja que va más allá de su oficio de niñera, pero padeció apuros económicos al final de su vida. Viajera cuando pudo, orgullosa, y en absoluto sumisa como podría esperarse de una criada, la visión de Maier refleja bien la fractura social norteamericana (y por extensión universal) entre ricos y pobres, blancos y negros, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, urbanitas y provincianos.
Como tantos otros fotógrafos, Maier consigue, con extrema facilidad, reflejar lo cotidiano y hacerlo más bello y más importante. La gente que inunda sus fotos, surge de la ciudad, muchas veces la Nueva York de los años 50 y 60.
La década capital, donde las diferencias sociales y raciales se marcan con crudeza a pesar de la mejora del nivel de vida y del consumismo galopante. Por encima del discurso glorioso, más allá del pop-art que aún no ha nacido, EE.UU se carcome por dentro, discutiéndose entre la corrupción y la esperanza de justicia, entre el éxito económico y la alienación social, entre el racismo y la liberación sexual.
Los años 50 y 60 son mucho más oscuros de lo que las películas de Hollywood han mostrado. Si la crudeza de las novelas de James Ellroy, lleva a la absoluta falta de esperanza, en cambio, la simplicidad ,el rictus serio de Maier, dejan siempre un atisbo, una falla en el sistema, una rendija por la que se cuela y se expande la humanidad.
Sus imágenes muchas veces en el formato cuadrado de 12×12 pulgadas que tanto usó Francis Wolff, -el fotográfo olvidado de las carátulas de los discos de jazz de Blue Note-, incluyen a muchos de los excluidos. Primero para sacarlos de la nada, después para reclamar la belleza de las pequeñas cosas, las que fabrican las grandes. eso pienso aunque, todo esto que digo no se corresponde con la realidad de las fotografías de Vivian Maier, ya que la mayoría nunca se revelaron y que su muerte cerró la explicación de las mismas.
Una cosa sí se puede afirmar, algo que sirve para Maier y para cada ser humano del planeta, el arte, en este caso la fotografía, es un instrumento de libertad individual. Estas fotos al hacerse, incluso sin ser nunca vistas fueron un acto de libertad personal con el que quien las realizó, escapó, disfrutó, vivió, se divirtió. Nada más. Y nada menos. Porque el prestigio y el reconocimiento no valen nada. La mayoría de las veces no son más que envidia socializada que transforma el lapidamiento en ríos de hipocresía y convenciones. Si es que no se trata de simple mercantilismo. Por ello, más nos vale reconocernos a nosotros mismos, valorarnos y disfrutarnos. Eso sí que lo tuvo, sí que se lo dio a si misma, me lo parece, Vivian Maier. Nada más y nada menos.
Iñigo Pedrueza
PD: Varias exposiciones han tenido lugar en 2014 en Francia y EE.UU recuperando y elogiando la figura de Vivian Maier. No se pierdan el documental de John Maloof y Charlie Siskel: «Looking for Vivian Maier», que completa y sobre todo que ha servido de fuente a este artículo.
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