Libro Cerdeña y el Mar de D. H. Lawrence

David Herbert Richards Lawrence es sin duda una figura de su tiempo, la primera parte del tumultuoso siglo XX. En el libro «Cerdeña y el mar» narra, a modo de apuntes de viajero, el viaje que emprendió acompañado por su esposa Frieda Weekley -mencionada con insistencia como la «abeja real«- a Cerdeña durante nueve días, escapando de Sicilia, donde vivía temporalmente a la sombra del Etna.

Libro "Cerdeña y el mar" de D.H. Lawrence
Libro «Cerdeña y el mar» de D.H. Lawrence

Lawrence fue a lo largo de su vida un prolífico escritor -entre otras disciplinas- que vivió huyendo, pero siempre tratando de vivir agotando energía, dinero y salud. En su continua peregrinación el camino le llevo a recorrer Australia, Italia, Sri Lanka —entonces conocida como Ceilán—, Estados Unidos, México y el sur de Francia.

Un viaje peculiar a Cerdeña

Resulta paradigmático y confuso que Lawrence tarde casi cien páginas del libro en hablar propiamente del viaje a Cerdeña, enfrascado en ese primer tercio del libro ora en criticar a los italianos, ora en ensalzar registros de su estilo de vida, y casi más preocupado en contar el trayecto desde Taormina a Palermo desde donde embarcan rumbo a Cerdeña.

D.H. Lawrence y su esposa Frieda
D.H. Lawrence y su esposa Frieda

Sicilia no es Cerdeña, y en esa herida ahonda Lawrence con ahínco y vehemencia cuando compara las dos islas, haciendo dudar al viajero del título del libro, que bien podría ser «Comparativa entre Sicilia y Cerdeña».

La corta estancia de nueve días en Cerdeña y la clara subjetividad a la hora de generalizar el conjunto de Cerdeña, no deben ser óbice para sumergirnos en la personalidad de Lawrence, interpretando la isla a partir de los ojos del inglés.

Pese a ser injusto descontextualizar al autor y a la época de entreguerras cuando escribió el libro -publicado en 1921-, sus notas y apuntes podrían parecer tan privadas como carentes del miedo al repudio de los lectores. Fruto de ello observamos cierta misoginia, rasgos de misántropo, clasismo, y en ocasiones casi un desprecio absoluto hacia sus congéneres.

En pocas situaciones Lawrence muestra admiración por la isla, e incluso cuando disecciona la realidad de Cerdeña, la ironía siempre es partícipe de su pluma. Como cuando en Cagliari, la presencia de unos niños de noble cuna es definida así: «Tenían la maravillosa y artificiosa delicadeza del siglo XVIII…Para ellos, su noblesse era algo indiscutible. Por primera vez en mi vida reconocí la auténtica soberbia, la frialdad de la vieja noblesse.»

Ante la catedral de Cagliari, su descripción es tan descriptiva como despiadada; «Hoy, toda esa piedra ha devenido, por así decir, debido a la trituradora de los siglos, debido a la máquina barroca de hacer salchichas, algo que recuerda los espantosos baldaquinos de San Pedro de Roma».

Anfiteatro de Cagliari
Anfiteatro de Cagliari

Desde Cagliari toman dirección norte con el tren. En la primera y lenta etapa alcanzan la población de Mandas, describiendo al detalle la experiencia de compartir vagón con los sardos. Una de las anécdotas resulta ciertamente hilarante, cuando la mujer de uno de los pasajeros baja un segundo del tren en una de las paradas, y el tren parte sin esperar mientras ella corre detrás ante la nerviosa mirada de su esposo.

Aún así también habrá lugar en ese relato de viajero para palabras de halago a Cerdeña, casi a continuación de otras en las que la compara con el mayor infierno. Pasa de divagar sobre la globalización y el nacionalismo de principios de siglo XX, alabando el ruralismo y la conservación de las costumbres y ropa de los campesinos del Gennargentu, a apenas maldecir Cerdeña unas hojas después por el deplorable estado y suciedad del hostal de Sorgono – tierra en la que creció Antonio Gramsci- , arrepintiéndose de las palabras dulces que había regalado a la isla.

En otros pasajes reniega de los trenes sardos, lentos y malolientes, a contradecirse con la agradable subida del tren cruzando el centro montañoso de la isla, sin túneles como en otros destinos en los que ya ha viajado.

Llegados a Nuoro, tierra natal de la escritora y premio Nobel Grazia Deledda, la pareja de viajeros celebra con júbilo los desfiles, procesiones y fiestas, siempre atentos a describir profusamente los trajes regionales y habito de los campesinos.

Al montañoso interior le sucede la costa, primero en Orosei y luego tomando rumbo al norte pasando Siniscola, la isla Tavolara -descrito como un iceberg apelotonado- que divisan desde el autobús y finalmente Terranova (hoy Olbia), desde la que partirá el vapor que los lleve hasta Nápoles y de regreso a Sicilia.

Pese -y al mismo tiempo gracias a la ausencia de filtros en «Cerdeña y el mar»- el lector se puede hacer cargo de aspectos como la economía isleña, que años más tarde con Mussolini tiró del carbón sardo para solventar la necesidad de combustible durante la Segunda Guerra Mundial. O de la presencia de malaria y paludismo, uno de los principales problemas que sacudió a Cerdeña en el primer tercio del siglo XX, y que llevó a muchos sardos junto a la pobreza, a emigrar a Alemania, Bélgica o Estados Unidos. Por no mencionar el detalle con el que describe una cabra cocinada al fuego lento en uno de los alojamientos por los Lawrence pasa camino del norte de la isla.

La Editorial Alhena Media acierta con la traducción de un libro por el que cien años después de su publicación pocos apostarían. Y es que la lectura de Lawrence es un ejercicio de curiosidad por conocer el origen de la frustración que imprime en la obra. Ágil y veloz, armado con un florete en vez de una pluma, Lawrence nos hace llegar un tipo de libro que difícilmente podría publicarse en estos tiempos.

Escribe un comentario!! (Vamos...es gratis y nos hace ilusión saber que te ha parecido.