Ohrid, su nombre había creado un eco sonoro con toda su fonética a cuestas, lo habíamos escuchado nombrar tanto durante el viaje que resonaba incesante en nuestra atizada curiosidad y hasta habíamos aprendido al dedillo su intrincada pronunciación sin siquiera haber puesto pie aún. Parece ser que la fama de su belleza traspasa fronteras y el orgullo de sus habitantes se hinche cuando de nombrarla se trata.

A ésta altura nuestras andanzas por Macedonia ya iban dejando un regusto magnífico, un país del que sabíamos poco y por ende no ambicionábamos mucho, pero que nos iba sorprendiendo gratamente y con creces a cada paso. Ya habíamos visitado su peculiar capital Skopje, recorriéndola en todas las direcciones posibles de la Rosa de los Vientos. Nos habíamos adentrado en la frondosidad de sus bellezas naturales como el Cañón Matka. Habíamos recorrido el sinuoso y montañoso paisaje que se extiende en el Parque Nacional de Mavrovo, al noroeste del país, donde conocimos también la riqueza de sus productos locales como los famosos quesos de Galichnik, cruzando por el paisaje de llanuras que en invierno se convierten en perfectas pistas de esquí en el “Winter Ski Center” conocido en macedonio como: “Zare Lazarevski”, una opción ideal para los amantes de éste deporte, siendo además, sumamente más económico que otros destinos e inmerso en un paisaje idílico y con un buen puñado de opciones a visitar en la cercanía como el precioso monasterio “Bigorski de San Juan Bautista”.

Desde ésta zona en el mapa, es que comenzamos a ir dirección sur rumbo a las cristalinas aguas del lago Ohrid, pasando primero por la ciudad de Struga y teniendo un encuentro extraño y fugaz con Poseidón -o sólo un habitante muy osado de la zona- que disfrutaba del caudal que se desvía con fuerza hacia el interior de la urbe. Nuestros pasos resonaban cada vez más cerca de nuestro destino y la ganas se encendían. Tal como descubrimos en escasos minutos, lo hace también la ciudad…
Ohrid, se convierte en oro puro con cada rayo de sol que se posa gentil al baño del atardecer. Esa fue la primera impresión de está precioso rincón de Macedonia… Arribamos poco antes del atardecer y ese sol crepuscular fulguró en nuestras pupilas en cada escenario encandilándonos ídem que aquellos que ya nos habían hablado de sus maravillas.

La placidez de su calma nos conminó a dar un largo paseo por su malecón, encontrando postales doradas a cada tanto, aprovechamos éste rato para hacer nuestra la ciudad, sus rincones, para memorizar sus veredas. Para sentir todo su encanto y ese ambarino tono que se tiende suavemente a lomos del suave murmuro de sus aguas y que dejamos que se posara también en nuestra piel, esperando tranquilamente el abrigo de la noche para descubrir como la ciudad se enciende también con la nocturnidad en un manto de estrellas que titilan a lo lejos.

Nos fuimos a descansar con enormes ganas de recorrer más de la ciudad. Aquí nos esperaba una guía hispano hablante, lo que hizo muy fácil y ameno descubrir Ohrid de la mano de una enamorada del lugar que la vio nacer, con gran carisma Naumka nos enseñó con cariño su lugar de origen. Nos mostró que la ciudad brilla en más de un sentido y lo hace también con el talento de sus artesanos presente en muchas de las pequeñas tiendas que se enfilan en sus callecitas empedradas. Visitamos una que particularmente resplandece y que nos sorprendió al ignorar totalmente que en Macedonia, son maestros en el arte de las perlas. El pequeño museo y joyería de Mihajlo Filev y su familia, quienes llevan a cabo el oficio desde 1928, el secreto proceso de ese brillo intenso original que consiguen en las exquisitas piezas fabricadas ha sido heredado de generación en generación, lo mismo que la habilidad para crear éstas magníficas joyas.

La joyería de Filev se encuentra justo a un costado de la bonita iglesia de Santa Sofía, así que aprovechamos la cercanía y Naumka nos lleva a ver en su interior los frescos bizantinos que datan de la época del Patriarcado de Constantinopla. También es posible apreciar columnas romanas en la entrada del templo, que preceden a su construcción. Santa Sofía fue sede catedralicia del Arzobispado de Ohrid, siendo una de las más importantes fue erigida sobre una basílica paleocristiana. Si rodeamos el recinto, encontraremos en la cara posterior, la imagen impresa en los billetes de 1000 dinares macedonios, conocida como la galería de Gregori. En el transcurso del periodo otomano fue utilizada como mezquita, por lo que fueron cubiertos los frescos con un estuco blanco.

Como podemos ver, la mescolanza de periodos históricos que convergen en Ohrid es asombrosa. Es por ello que la ciudad está considerada como Patrimonio de la Humanidad por UNESCO desde 1979 por su riqueza natural y en 1980 por su valor histórico que concentra el paso de griegos, romanos, bizantinos, otomanos, serbios y búlgaros.
Para seguir ilustrando su importancia histórica, basta andar unos cuantos pasos sobre la calle “Ilindenska” que sube en perpendicular desde Santa Sofía y encontraremos la pequeña iglesia de Santa Bárbara, se dice que durante el periodo bizantino se le conocía como la ciudad de las 365 iglesias y no sabemos si en su día hubo tal cantidad, pero actualmente es cierto que, para lo diminuta de su geografía, posee un gran número de recintos religiosos.
Unos cuantos pasos más adelante encontraremos los restos de un asentamiento romano, descubiertos por vecinos de la zona, que recoge una serie de mosaicos hallados en el patio trasero de su casa. Las excavaciones como ésta han revelado la riqueza histórica que yace al ras del suelo. De ésta manera es que se encontró en la década de los 80 el Antiguo Teatro que podemos encontrar justo al final de la misma calle. Éste invaluable vestigio es de herencia griega, construido hacia el 200 a.C. durante el periodo helenístico. Posteriormente los romanos le darían uso de anfiteatro y aún son visibles las inscripciones en las gradas de las familias patricias que asistían.

Al girar la esquina nos trasladamos de nuevo a otra época y podemos apreciar la iglesia de la Madre de Dios “Perivlepta”, edificada en 1295 durante época bizantina por Progon, consanguíneo del emperador Andrónico II Paleólogo. Los frescos en su interior son obra de los zoógrafos de Mihailo y Evtihi, quienes hicieron múltiples trabajos en la región balcánica. Pero también los podemos encontrar en la cara norte y sur del exterior del templo, finalizados en 1365 durante el mandato del emperador Stefan Uroš V.
Desde aquí podemos divisar la Fortaleza del Tsar Samuel, nuestro próximo punto en el itinerario de Naumka, subimos por un camino que serpentea por bonitas callecitas empedradas y a poco de arribar, algo refulge a nuestro flanco izquierdo y admiramos a la distancia el Monasterio de San Pantaleón, fundado por San Clemente en 893. Al igual que Santa Sofía, ésta recinto eclesiástico fue convertido en mezquita durante el periodo otomano. Las reliquias del santo fueron trasladados a la iglesia de la que les hemos hablado antes: la Madre de Dios. Y a principios del siglo XXI fue reconstruida como “San Panteleimon”. Gracias a excavaciones arqueológicas se han encontrado restos de la basílicas, así como una necrópolis donde yacían restos de medio millar de monjes y objetos varios de la época romana.

Ascendemos hasta la Fortaleza y hacemos una breve parada en el “Fort Café”, un punto panorámico para deleitarse con las vistas de la ciudad y coger una bocanada de aire fresco, donde además disfrutamos de la cortesía del dueño y del buen tiempo que nos tocó en Macedonia.
Finalmente nos situamos a las puertas de la imponente fortaleza, cruzamos el portal y nos adentramos en un varios siglos de historia, ya que ésta fortificación fue utilizada como punto defensivo durante los distintos asentamientos que se sucedieron a lo largo del tiempo.

Desde lo alto de las murallas, Ohrid resplandece aún más, quizás sea ese Sol de su bandera que ilumina con fuerza sus tierras y nuestros corazones. Nos vamos enamorando a cada tanto de Macedonia y no hemos visto ni una tercera parte del país aún, ni siquiera de Ohrid.
Comenzamos el descenso desde la Fortaleza Tsar Samuel para visitar uno de los sitios más fotogénicos de éste encantador poblado: la iglesia de San Juan Kaneo que reposa al borde de un inmenso acantilado que se eleva cuan alto es desde los pies del lago homónimo de la ciudad. Desde tierra exploramos desde todos los ángulos, para después encontrarnos con la sorpresa de que podremos flanquearla desde el lago, navegando por sus calmas aguas con unas pequeñas lanchas que pueden alquilarse bajando las escalinatas desde la iglesia, hacia un pequeño puerto y así descubrir la ciudad desde otra perspectiva y terminar el paseo en la zona centro. Así pues, después de explorar la iglesia de San Juan Kaneo desde todos los ángulos, nos queda claro porqué es la protagonista de las postales de Ohrid.

Ahora los llevamos al lado opuesto de la geografía, nos dirigimos al sur con nuestros guías de lujo y ahora amigos: Dragan y Naumka. Vamos a visitar un sitio interesantísimo conocido como la Bahía de los Huesos, una representación museística de poco más de una veintena de casas en palafito. El descubrimiento de pilares de madera bajo el agua arrojó datos sobre un asentamiento neolítico luego de encontrar también vasijas, utensilios de pesca y huesos de animales, de ahí que derive el nombre de éste espectacular espacio suspendido en medio de la belleza del lago Ohrid, mismo que a ratos se nos antoja más como un inmenso mar que invita a tender la toalla y darse un buen baño en sus aguas cristalinas y calmas.

Esto último nada alejado de la realidad, porque el buen tiempo invita a locales y foráneos a sumergirse en éste infinito lago. Nosotros sólo miramos de reojo, -con un dejo de envidia sana, todo hay que decirlo- a los que disfrutan de un chapuzón y pasamos de largo, no por falta de ganas, sino porque nuestro itinerario pauta la visita al Monasterio de San Naum.
Tras una agradable caminata desde la puerta de entrada que discurre atravesando una serie de puestos comerciales y restaurantes, subimos por el empedrado que conduce hasta el monasterio.

Al descenso Naumka nos descubre una sorpresa: el Restaurante Ostrovo, cuyo emplazamiento no podía ser más idílico. Rodeado por las aguas del manantial Crn Drim a los pies del Monasterio de St. Naum, nos recibe con paisajes espectaculares que nos dejan anonadados. Su propietario, Blagoja Risteski, nos acoge con amabilidad y sencillez tanta, que es él mismo quien nos conduce a surcar las cristalinas aguas de éste manantial que emana desde las montañas de Galičica y que también brota de la tierra en un curioso fenómeno que hace pensar que las aguas hierven y que nos dejan perplejos con sus tonalidades. Para completar la estampa, el bosque que le flanquea nos engulle sutilmente regalándonos reflejos en el agua que duplican la belleza de éste impresionante paraje. Embelesados descendemos en un pequeño puerto donde encontramos una iglesia peculiar con un pozo en el centro del todo.
A la vuelta del viaje nos invita a beber de la pureza del manantial y en sentido literal sumergimos el vaso y constatamos la calidad de sus impolutas aguas. ¡Qué lugar tan mágico!

Después del paseito por el impresionante manantial, una comida de reyes en el Restaurant Ostrovo nos espera con gastronomía auténtica de Macedonia. Un verdadero festín para los sentidos y más si se disfruta en compañía de nuevos buenos amigos.
Estar sentados allí, suspendidos sobre el manantial, observando la majestuosidad de sus colores, la tranquilidad y nitidez de sus aguas, el verdor del bosque abrazándonos, fue como si una sensación de paz se apoderara por completo de nosotros deteniendo las manecillas del reloj hasta que perdimos totalmente la noción del tiempo. Un regocijo para el alma y el cuerpo compartido con gente buena.

Gracias, Blagoja Risteski por tu hospitalidad y por obsequiarnos una experiencia única. Ha sido un placer y honor compartir mesa con todos ustedes en éste sitio de una belleza indescriptible!
Como guinda de una tarde perfecta, Dragan y Naumka nos conducen, tras un camino sinuoso que nos eleva hasta las espectaculares vistas desde el Parque Nacional de Galichica, en el mirador de San Jorge. Desde donde podemos disfrutar del paisaje en esplendor del lago Ohrid. Llegamos con el ocaso y una niebla se dibuja sobre el inmenso cuerpo de agua, es difícil tomar una panorámica decente con esa capa de vapor pendiendo sobre sus aguas, así que hacemos alguna foto para documentar, pero sabemos que no harán justicia real a tan buen punto fotográfico en el que hoy, simplemente no hemos gozado de tanta suerte, así que nos dedicamos únicamente a saborear el momento… A memorizar cada relieve montañoso, a seguir con la vista el contorno del lago que recorta el pie de su orografía, a sentir la calidez de la luz que se posa suave y luminosa causando ese efecto que deslumbra. Ya nos basta y sobra para redondear un día de espectáculo.

Emprendemos el regreso a Ohrid con el cuerpo relajado, las curvas de la carretera invitan al arrullo y mientras recorremos la vía que camina en paralelo al lago, el atardecer nos regala un vistazo más de esa ciudad de oro, de éste rincón del mundo que brilla con esa intensidad que nos encandiló a la llegada y que nos atrapa a la despedida sellado como promesa de un nuevo encuentro.
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