El Arco de Azure Window, Gozo en bici.

Azure Window, destino de una escapada en bici en Malta. Foto del Giróscopo Viajero © 2014.
Azure Window, destino de una escapada en bici en Malta. Foto del Giróscopo Viajero © 2014.

A veces el viaje más intenso es el viaje más banal, el más simple, el más sencillo, el que menos, a la partida, anunciaba sensaciones, encuentros y panoramas. Una de las razones puede ser la imagen que nos solemos hacer del propio viaje. Cuando el deseo es muy intenso, cuando la espera en muy grande, más fácil es que, al realizar el viaje la desilusión se instale y la realidad defraude nuestra imaginación. En cambio, hay viajes, o momentos del viaje, donde no esperamos gran cosa, por falta de tiempo, por desconocimiento o porque esa jornada no estaba organizada ni prevista. Ahí surge el verdadero viaje, el viaje hacia lo desconocido, el encuentro entre el viajero y el territorio y la naturaleza, la gente que lo habita y sobre todo el encuentro con uno mismo. En el consumismo adictivo que vivimos, el deseo del objeto supera en placer y disfrute al uso y apropiación del propio objeto. Deseamos un aparato, pero disfrutamos más deseándolo que cuando lo poseemos finalmente. Ahí surge de nuevo el deseo del consumo, de nuevos objetos que no añaden más que desasosiego y pobreza de espíritu.

Por todo ello este relato de viaje, este artículo, no es más que el resumen idealizado de un día de cabalgada a lomos de una bicicleta por las suaves colinas, por las costas y las cuestas, las playas, por los pueblos y las calles de la isla de Gozo, en Malta. No es más, ni es menos, que un descubrimiento, el del verdadero Viaje.

Gozo, la hermana pequeña de Malta.

Un viaje en el viaje a lomos del caballo de metal y caucho.
Un viaje en el viaje a lomos del caballo de metal y caucho. Foto del Giróscopo Viajero © 2014.

Malta es un pequeño país (450 km2) insular situado entre las costas del sur de Italia y de Libia. En mitad del Mediterráneo, a medio camino entre Europa y África, Malta es un país de una rica historia de mestizaje, de invasiones y guerras, de invasores y emigrantes. Una historia convulsa por su situación estratégica que, sin embargo, no ha hecho de ella un recodo purista sino más bien un lugar de encuentro de gentes variadas. En Malta se habla inglés y maltés, un idioma compuesto de árabe y un poco de italiano de Sicilia, junto a restos de muchas otras lenguas. Un idioma que resuena con sus múltiples “k” “s” “z” y “x”, pero que no es necesario conocer ya que, como decíamos, todo el mundo habla inglés e italiano y muchos francés, alemán y hasta español.

Al norte de la isla de Malta y de sus fortalezas se encuentran Comino y Gozo. El estrecho brazo de mar que las separa se cruza sin problemas en los ferries que comunican Gozo y Malta. El precio del trayecto que se paga a la vuelta de Gozo, es barato y el viaje no dura ni media hora. Gracias al salto de isla nos encontraremos en Gozo, tan manejable que no es ninguna locura alquilar una bici. Con ella, en dos jornadas podemos recorrerla completamente, disfrutando de las paradas que deseemos, visitando los sitios más espectaculares y bañándonos en las calas y playas que queramos. Y siempre con lugares para comer, pequeñas tiendas o distribuidores de Cisk, la indispensable cerveza local y Kinnie, el bitter local, amero azucarado, ideales ambas para reponer fuerzas.

El ferry que sale de Cirkewwa en el norte de Malta acosta en Mgarr, coqueto puertecito desde donde salen las motoras y los botes con los que visitar el cercano Blue Lagoon. Esta playa paradisiaca se ha formado al norte de la pequeña Comino, la tercera isla del archipiélago maltés. Un destino inolvidable, pero muy concurrido en verano. Nosotros tuvimos la suerte de visitarlo en octubre, un mes perfecto ya que la temperatura del agua era excelente y durante todo el viaje no usamos más que ¡chanclas, bañador y camisetas!

Un autobús de época en las calles de Qala.
Un autobús de época en las calles de Qala. Foto del Giróscopo Viajero ©

Un viaje en el viaje.

Pero dejaremos Comino, Cominotto y el Blue Lagoon para otro momento y ascenderemos desde Mgarr al pueblo de Qala (a pronunciar con h aspirada algo así como Jhala). Las distancias son pequeñas, dos kilómetros y medio entre el embarcadero y el centro de Qala. En un B&B de la pequeña pero animada Qala establecimos nuestro campamento base. Allí por las noches, varios restaurantes ofrecen las especialidades locales (conejo preparado de mil formas) así como platos con aromas orientales y asiáticos. En la misma plaza de la iglesia, un pub con sabor británico y camarera española anima las noches con jazz en directo. Ideal para disfrutar de los cálidos octubres bajo cielos llenos de estrellas.

Los días se acortan en otoño, por eso es conveniente no arremolinarse entre las sábanas y adaptarse a los horarios locales, siempre más madrugadores que los nuestros. El día anterior el gerente del B&B nos había comentado a posibilidad de alquilar las bicicletas de montaña. Un rápido vistazo al mapa nos permitió ver que, ni la distancia un poco más de 40 km ni las pendientes, serían un problema. Así que tras desayunar abundantemente en previsión del hambre y la sed salimos del hotel en dirección poniente, hacía nuestro destino, el arco natural de roca de Azure Window en la costa occidental de Gozo.

Atravesando el centro de Gozo.

Puertas y balcones en las calles de Nadur. Foto del Giróscopo Viajero © 2014.
Puertas y balcones en las calles de Nadur. Foto del Giróscopo Viajero © 2014.

Una de las ventajas de este tipo de excursión en Gozo es que es imposible perderse. El cielo está despejado, hay poca vegetación y con un rústico mapa, casi cualquiera puede orientarse. Qala y Nadur, nuestro primer punto de paso, se encuentran sobre una especie de pequeña meseta que se eleva sobre la llanura central que comunica Mgarr y Rabat-Victoria, la capital de la isla. Recorrimos así los primero kilómetros, entre las calles de Qala y después las de Nadur. Calles de casas bajas, casi todas construidas con los cubos de piedra local caliza (limestone de Malta), muy blanda y maleable, lo que permite fachadas lisas y finas, blancas o amarillas de oro, dependiendo del ángulo del sol y con balcones y puertas de colores vivos. El rojo y el azul brillaban al encontrarnos con los lugareños que con gesto adusto, pero siempre educados, nos saludaban. Debían sorprenderse quizá ante esos turistas en chanclas que zigzagueaban entre calles poco transitadas.

De repente, las calles se terminan y se llega a la cresta que bordea Nadur y Qala permitiéndonos ver Victoria, Mgarr y la cercana Malta. Desde la torre y el pequeño jardín botánico, -en realidad un “parque público botánico”-, de Ta’ Kenuna, la calima presagiaba buen tiempo y calor durante nuestra travesía. A 100 metros a nuestras espaldas bajaba la carretera principal hacia Victoria, pero no se nos ocurrió otra cosa mejor que cortar por una empinada pista agrícola y sumergirnos en la llanura que se nos abría en frente. Bajada en fila india sin mucho cuidado, por suerte las ruedas responden y no pinchamos, hasta que el llano se endereza de nuevo y podemos contemplar el erial de los campos.

Esa fue nuestra impresión, aunque después, gracias a las fotos que he visto que en la primavera toda esas llanura seca y parda se vuelve verde y brilla como si se tratase de otro lugar. La naturaleza sorprende, por su robustez, sus periodos de letargo que implican tiempos distintos, tan alejados de la carrera por la productividad que nos invade a los humanos. Tal vez por ello, el tiempo pasado en la bici, charlando, atravesando lugares desconocidos, sintiendo la brisa que provocábamos, acariciarnos por los kilómetros, fue como un redescubrimiento, un encuentro o reencuentro, un período de calma sin estrés pero con esfuerzo. Ese esfuerzo, el sudor y el cansancio, hace valorar más un pequeño viaje que cientos de kilómetros en autobús turístico, en coches que se detienen media hora entre inmensos intervalos perdidos. Nosotros sufrimos y, por tanto, apreciamos cada pedalada, cada metro del insignificante viaje. Porque cada metro, cada imagen del camino era la imagen de nuestro propio camino, el que trazábamos, el que nos llevaba sin obligaciones hacia el horizonte.

Victoria- Rabat, la ciudad de Opera y fortalezas.

Acercándonos a Victoria nos incorporamos a una carretera más concurrida que lentamente subía hasta el pequeño promontorio donde se ancla Victoria – Rabat. La capital de la isla se sitúa así, un poco alejada de la siempre peligrosa costa (los piratas si señor). En lo alto la Citadella, una fortaleza de anchas murarlas, una muestra más del pasado, nada ideal, donde todas las ciudades necesitaban murallas y bastiones para no ser arrasados. La Citadella de Victoria domina el pueblo, porque la principal población de Gozo no tiene más de siete mil habitantes. La visita de la fortaleza es libre y aunque no está tan cuidada como las de La Valletta, Cottonera Tres ciudades o Mdina, merece la visita por las vistas y las sensaciones que nos provocará. Para acceder a la fortaleza desde hay que subir por la calle principal, dejando a nuestra derecha el Astra Theatre y la Opera Aurora, donde se representan obras y operas todo el año, algo increíble sabiendo la escasa población de la Gozo. Pero la Opera, el teatro y, por extensión todo el genero lírico, son extremadamente populares en Malta.

El animado centro de Victoria Rabat. Foto de Pedro Rovaniemi.
El animado centro de Victoria Rabat.

Al pie de la Citadella se encuentra la animada y turística plaza de It Tokk. Un mercado que mezcla souvenirs y productos típicos con productos de primera necesidad, frutas y verduras, carnes y pescados, se celebra casi todos los días. Justo detrás de It Tokk nos encontramos con la Plaza de San Gorg (St George’s Place) donde la imponente iglesia, que siempre encontraremos en todos los pueblos de Malta, marca la importancia pasada y la influencia presente de la Iglesia católica. Siempre con nuestras bicis visitamos algunas tiendas donde encontramos sal, vino, aceite, productos típicos de la isla, los omnipresentes pastizzi, -una especie de canapés de masa hojaldrada, rellenos de ricota que hicieron nuestras delicias por muy poco dinero y nostálgicas camisetas de la selección de fútbol de Malta que nos llevan a la infancia.

Paseando por las callejuelas al final muy concurridas, tuvimos que bajarnos de la bici y caminar a su lado. Al final visitamos la oficina de turismo y nos tomamos una Cisk, la primera, en una terraza antes de aparcar las bicis y pasearnos por la Citadella. Aún faltaba para el medio día así, que volviendo a recoger las bicis miramos hacia el oeste, Azure Window nos esperaba.

El Arco del fin de Malta.

Una leve bajada nos dio más animo y, rápidamente, nos internamos en la otra vertiente de Victoria, una nueva llanura que nos llevaría hasta el final de la isla. Un fragmento de acueducto restaurado muestra que a pesar del ambiente seco y desolado la zona es terreno de cultivo y, que para muchas civilizaciones del pasado, Malta fue además de refugio, granero y fuente de vida y comercio.

Poco después, la carretera se empina levemente para llevarnos a las afueras de L-Gharb y a San Lawrenz, dos típicos pueblos malteses. Nunca falta una bonita y grande iglesia en el centro, pero como estos pueblecitos son pequeños y poco turísticos, en su plaza más o menos abandonada hay pocos comercios y restaurantes, a veces ninguno. En cambio, es fácil encontrar un pequeño ultramarino con todo lo necesario para un paseo en bici (cerveza, bebidas refrescantes, chocolatinas y bocadillos) o, en su defecto un expendedor de latas y bollitos. Y todo con cobertura Wifi, pública y gratuita. Pero no nos detenemos en San Lawrenz, seguimos hacia el mar hacia Azure Window.

El arco de Azure Window, un puente hacia ninguna parte o hacia cualquier parte.
El arco de Azure Window, un puente hacia ninguna parte o hacia cualquier parte. Foto del Giróscopo Viajero ©.

Una bajada tan rápida como corta, pues no se alarga más de un kilometro nos introduce en una cubeta encajonada entre los acantilados para llegar en un momento al mar, azul, brillante. El sitio se abre en una especie de caldera protegida por farallones altos y blancos. La cresta, es una muralla que llega al mar que, al llegar el Mediterráneo la ha roto creando un arco magnífico, el arco de Azure Window. Este tipo de estructuras son bastante comunes, pero no dejan de sorprendernos y de atraer a turistas, curiosos y viajeros. Los acantilados de Etretat en Normandía, el desaparecido Arco de las Kerguelen en los TAAF franceses, o las Archway Islands en el Cabo Farewell en Nueva Zelanda son otros ejemplos de ese tipo de formaciones, abocadas tarde o temprano a la desaparición. Por eso, antes que la erosión, un terremoto o la estupidez humana acaben con ellas, merece la pena visitarlas.

Azure Window es uno de los lugares más visitados de Gozo y de Malta, pero llegar en bici y a horas no muy concurridas es una experiencia muy recomendable. El esfuerzo del camino y la lentitud del viaje permiten abstraernos del resto de mundo y al mismo tiempo entrar en contacto con el territorio. Respiramos el aire sin el filtro acondicionado del autobús. Escuchamos el viento, los animales o los ruidos reales en lugar de escuchar la voz monótona y falsamente animada del guía que repite por el micrófono la misma historia de siempre. Sabemos, a fin de cuentas, que la vuelta será tan nuestra y tan real como el ascenso de la cuesta que acabamos de dejar a nuestra espalda. Y, mientras tanto, seremos los copartícipes de este espectáculo, de esa ventana hacia el Mediterráneo.

El pequeño lago y el canal que lo une con el mar.
El pequeño lago y el canal que lo une con el mar. Foto del Giróscopo Viajero .

El Arco de Azure Window era nuestro destino y ya hemos llegado, un viaje corto pero intenso y modelado a medida que se hacía. De todas formas estábamos lejos de pensar que aún teníamos mucho viaje en las piernas. Pero por ahora lo que hacíamos eran las fotos de rigor y la contemplación de ese paisaje rocoso, árido, seco y dorado por un sol que daba matices a cada instante y a cada roca. El mar hoy está agitado, lleno de espuma y de azul brillante por el sol alto, lo que no es lo mejor para las fotos. Poco más de medio día y aún sin mucho hambre, por lo que decidimos fue visitar las escolleras y acercarnos al arco. Algunos, cumpliendo el ritual de ignorancia de ciertos turistas practican, penetraban en la zona prohibida y ascendían la cresta hasta el propio arco, colocándose encima, sobre el abismo. La ausencia de vigilantes les evitó la multa, pero recomendamos cumplir las normas y evitar riesgos inútiles.

El Arco de Azure Window es una maravilla natural que los hombres no deberían estropear sino contemplar desde la distancia. Las rocas no son idóneas para el baño con la marea alta, pero sí para el buceo, actividad de la que se ocupan algunos clubes de submarinismo. Casi al pie del arco de Azure Window se halla el sitio de Blue Hole, de visita obligada para los buceadores. A pocos metros de la zona del arco, un pequeño lago de agua salada se comunica por un túnel excavado en la roca con el mar. Un club de buceo posee algunas instalaciones y se dan cursos.

Justo cuando llegaban más autobuses, decidimos que era el momento de partir. Pero antes un ritual sacrosanto, detenerse en el pequeño chiringuito junto a la parada de autobuses y degustar unas Cisk gélidas (recuerden, la cerveza local) y un bocadillo para recobrar fuerzas. Saboreando la vida, la calma del viajero, y pensando en mil cosas que nos sugería el lugar pero que no tenían relación directa con él, y que por tanto no vienen al caso, descansamos un rato. Ralentizar el tiempo para pensar si lo estamos perdiendo es quizá una idea interesante. Nosotros pensamos, en aquel momento, que la vida era bella. Acto seguido, montamos a lomos de nuestras BTT y comenzamos la ascensión.

Salinas arcanas.

Iglesia de Zebbug.
Iglesia de Zebbug. Foto del Giróscopo Viajero © 2014.

Un kilómetro retorcido y curvoso, tan empinado como lo fue la bajada que ya hemos olvidado. Pero poco a poco, en fila india, vamos subiendo. Superamos el desvío a la derecha (hacia el sur) que lleva por un sendero a Dwejra Bay, otro lugar con vistas preciosas y una isla cerrando la salida de la bahía. Nosotros seguimos para llegar a San Lawrenz que visitamos. Después, saliendo de sus calles que nos protegían del sol plano llegamos a las calles de L-Gharb un pueblecito vecino y, de ahí, al Santuario de Ta’ Pinu, una bonita Iglesia salida de la nada en mitad de los campos secos de octubre. Pasando a su lado comenzamos de nuevo a ascender hacia Zebbug, un bonito pueblo asentado en lo alto de una estrecha cresta, un lugar inexpugnable. La complicada historia del Mediterráneo se hizo mas difícil en Malta, donde las incursiones de piratas de toda índole y origen, hacía recomendable situar los pueblos un poco alejados de la costa, en lugares altos que pudieran ver las velas enemigas y de fácil defensa. En Zebbug hicimos una nueva parada para avituallarnos, esta vez con Kinnie, la bebida refrescante maltesa hecha de quinina y azúcar, un bitter sin alcohol de amargo y delicioso gusto. La plaza central estaba desierta, sólo la red wifi nos hubiera contado algo, pero ese silencio nos parecía precioso y fresco.

Otro de los recursos valiosos en Malta y en todo el Mediterráneo es la sal. En la antigüedad y hasta la Edad Moderna al menos, este producto era muy valioso y siempre sujeto a restricciones de producción e impuestos. Por ello las zonas como Malta donde gracias al calor la evaporación era fácil de obtener, tenían gran interés. Al pie de Zebbug, junto al mar unas salinas ya explotadas desde antes de los romanos os habían llamado mucho la atención. Sobre el mapa sólo nos separaban unos cientos de metros, pero Zebbug, en un promontorio, sobrevuela el Mediterráneo. Sin miedo, nos lanzamos en un descenso por una carretera, mejor dicho por un camino de placas de hormigón que un coche hubiera lamentado recorrer. Pero nosotros bajábamos, gastando freno y disfrutando del mar que nos llenaba de nuevo los ojos.

Las salinas de, donde tantos han trabajado tanto.
Las salinas de, donde tantos han trabajado tanto. Foto del Giróscopo Viajero © 2014.

Un pequeño puerto con esas mareas inmóviles del Mediterráneo fue lo primero que vimos y luego una estrecha carretera a la izquierda, ya asfaltada, para llegar a las salinas (Salt Panes) de Xwejni Bay. Más fotos para ilustrar y para recordar el viaje y un poco de hambre en las tripas. La verdad es que entre una cosa y otra las tres habían pasado y con ellas, quedaba lejos el horario europeo de comidas. Nos temíamos lo peor, pero nos gustaba la idea de hacer otra escala. Una serie de pequeñas calas mostraban que el lugar era turístico, con bares y restaurantes, lo que contrastaba con la quietud de San Lawrenz, L-Gharb y Zebbug.

Pero es que nos acercábamos a Marsalform, uno de los pueblos más turísticos y animados de Gozo, lugar de encuentro de muchos malteses y extranjeros. En esta época del año no había mucha gentes y acercándonos a las cuatro vimos un gran restaurante, absolutamente vacío, pero abierto. Sólo un camarero, como una estatua en mitad de todas aquellas mesas y sillas azules. Decidimos tentar la suerte y le preguntamos en inglés si era posible comer algo, … a las 4 de la tarde… “Something simple, like a pizza for example”, y añadimos el pleaseee. En Malta nuestra relación con los malteses fue sobria y cortés, pero la gente era muy educada y servicial, sin campechanería, pero con eficacia. El camarero no sonrío, pero nos dijo que siendo pizzas no habría problema. Así que tuvimos sólo para nosotros todo un buen restaurante. El camarero nos trajo las sempiternas Cisk heladas y una tapa para picar, delicadeza de la casas y poco después unas pizzas gigantes recién hechas. Al final, la cuenta fue ridícula, teniendo en cuenta nuestro placer inmenso. Así que le dejamos una buena propina, bien ganada.

Buscando a Calipso.

El paso por Marsalform fue rápido. Un pueblo muy turístico con bastantes urbanizaciones, eso sí no muy grandes. Un lugar de segunda residencia para malteses y algunos extranjeros, por ejemplo australianos, lugar de destino de muchos emigrantes que se fueron de Malta en la segunda mitad del siglo XX. La tarde se nos iba echando encima y a finales de octubre los días ya son cortos. Por eso no queríamos retardar nuestra cita con una dama. Porque el último hito del camino era la visita de la cueva de Calipso y de la playa, -aspirábamos a un buen baño-, de Ramla Bay. La cueva de Calipso se encuentra sobre un promontorio que vigila la pequeña bahía de Ramla, y a su vez la playa de arena, una de las pocas de Gozo y la mejor para bañarse.

Una vez subidos de nuevo a la cresta que contorna Gozo desde el puerto de Marsalform el camino fue fácil. Ya estábamos rodados y con la energía de la comida llaneábamos veloces (recuerden que las distancias son mínimas y que varias Cisk nos daban alas a pesar de sudarlas constantemente), y así llegamos a la Cueva de Calipso. Calipso, la ninfa aparece en numerosas leyendas griegas, siempre relacionada con Ulises y sus desventuras en la Ilíada y la Odisea de Homero. En su periplo desde la costa de Asía Menor tras la caída de Troya, pasó un tiempo en poder de la sugestiva ninfa que enamorada, no quería dejarlo volver a su querida Ítaca. Uno de los lugares que reclaman ser la tierra de Calipso es Gozo y, supuestamente, en está cueva vivió la Nereida. Las leyendas son leyendas y nos parece difícil que una ninfa del poderío de Calipso pudiera vivir en el pequeño abrigo está cueva de Gozo, cuyo acceso está cerrado por derrumbamiento. En todo caso, tras la desilusión por no poder ver la cueva, nos contentamos con descubrir Ramla Bay y el Mediterráneo desde un belvedere magnifico en lo alto del promontorio.

El mirador de la gruta de Calipso, abajo la playa de Ramla Bay.
El mirador de la gruta de Calipso, abajo la playa de Ramla Bay. Foto del Giróscopo Viajero © 2014.

El mundo giraba y el sol comenzaba a inclinarse por lo que nos apresuramos a llegar a la playa. Una vez más, el camino más recto nos pareció el más conveniente. Craso y agradable error. Cuesta abajo por otra “carretera” de placas de hormigón y hormigón bruto llegamos a la mitad del descenso. No hay más de 200 metros desde el mirador hasta la playa pero, la carretera se terminaba en una especie de palacete u hotel abandonado. Se había comenzado a construir y las placas de hormigón y los pilares eran bastante nuevos pero quizá no tenía permiso de construcción o se había vulnerado alguna ley, la verdad es que el lugar era precioso, pero por algún motivo la obra se detuvo. En otro lugar, hubiéramos temido encontrarnos con delincuentes agazapados en las ruinas, pero Malta es un país muy tranquilo y seguro donde las apariencias siempre son falsas. Continuamos entre las ruinas, esquivando los bloques abandonados, las maderas y las zarzas que nos dejan algún que otro recuerde, hasta que ya un sendero empinado y pedregoso nos animó a cabalgar de nuevo. La playa estaba a la vista.

Al llegar el sol se estaba escapando como Ulises huyó de Calipso y las laderas de la cubeta en la que se insertaba la playa estaban cegándola. Bañarse era posible, pero a pesar del calor, nos pareció que los últimos kilómetros con el bañador mojado no serían una buena idea, así que dejamos la playa para el día siguiente (íbamos a Blue Lagoon en Comino) y comenzamos la última ascensión. La carretera que une Ramla Bay con es también empinada pero de excelente piso. Cuatro o cinco kilómetros más ya no nos harían nada así que echamos el resto e iniciamos una mini cronoescalada. El sudor perlaba y los rayos dorados del sol que iluminaba de nuevo la ladera nos impulsaban hacia arriba, hacía Nadur, ya casi en casa. El ascenso fue rápido y furioso. De nuevo en lo alto de Nadur el trazado ya era llano con una leve bajada por las calles de este pueblo. Recuerdo el sol amarillo brillar con el color del ocaso, un amarillo que parece cubrir con laminas de oro el paisaje, una luz ideal para las fotos que no hicimos pero que grabaron en nuestro recuerdo. Arriba nos metimos en las calles de piedra, ahora tan amarilla como antes lo fue blanca. Luego un breve interludio de huertas y fincas que une Nadur con Qala y al final, aún de día, la plaza central y nuestra posada. El viaje se había terminado.

El viaje tranquilo suele ser el más intenso, el que mejor se recuerda. Foto del Giróscopo Viajero © 2014.
El viaje tranquilo suele ser el más intenso, el que mejor se recuerda. Foto del Giróscopo Viajero © 2014.

El descanso de los ciclistas y el recuerdo grabado.

La jornada había sido preciosa y nuestra mente parecía ahora la piedra caliza blanda de Malta. En ella se grababan los momentos del día.

Tras un baño en la piscina del B&B, y una ducha, nos reunimos con nuestro amigo Gianni que había estado trabajando todo el día y que nos miraba con mucha envidia cuando le contamos el viaje. Nos mando callar y dijo aquí no, así que dimos cien pasos y entramos en el restaurante de Charlie (Ta’ Vestru) y mientras nos comíamos un suculento y necesario conejo al ajillo local y bebíamos más Cisk, comenzamos a contarle de nuevo esta historia…

Más información en nuestra página de Malta y de Gozo y Azure window

Iñigo Pedrueza para El Giróscopo Viajero © 2014.

Mapa de la ruta en bici Qala – Victoria – Azure Window -Zebbug -Marsalform – Calypso Cave -Ramla Bay – Qala.

Sus preguntas, dudas e incognitas a : info@elgiroscopo.es

2 comentarios de “El Arco de Azure Window, Gozo en bici.

  1. Gozo es, sin duda, un lugar muy muy diferente a cualquiera que yo hubiese visto antes. ¡Muchas gracias por este artículo y resaltar la belleza de Malta!

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