Visita a Pisa. La ciudad de color.

El misterio de la torre inclinada nos ha sido revelado en el anterior artículo sobre Pisa. © María Calvo.
El misterio de la torre inclinada nos ha sido revelado en el anterior artículo sobre Pisa. © María Calvo.

En nuestro viaje a la Toscana, una de las joyas de Italia, la Torre de Pisa ha conseguido conquistarnos, a pesar de las infinitas miradas posadas sobre ella, a pesar de todas las veces en las que la imaginamos, en las que nos veíamos dentro de ella, ascendiendo por su escalera de caracol inclinados frente al mundo. A pesar de todo, nos asombró, nos turbó, nos fascinó. Nos asombró la luz del conjunto blanco en contraste con los colores del decorado: azul cielo, verde hierba, naranja teja. Nos turbaron las formas redondas del baptisterio y la torre, de los cientos de columnas, bóvedas y arcadas, las líneas horizontales del camposanto que resultó ser un claustro, del escenario en el que se sitúa el Campo dei Miracoli. Nos fascinó ese misterio inclinado que logramos desvelar.

Las calles de Pisa encantan al viajero, por su colorido, su encanto. © María Calvo.
Las calles de Pisa encantan al viajero, por su colorido, su encanto. © María Calvo.

Y pensando que la fascinación se terminaba ahí, descubrimos una ciudad de color. Muchos viajeros pensarán que es difícil caer cautivado ante un lugar nuevo, seguir admirando sitios ya vistos, dejarse encantar por una ciudad, un pueblo, un paisaje, porque se teme comparar, pensar que no se ha visto nada más bello. Pero esta idea se aleja de la realidad: viajar, descubrir o redescubrir un lugar es aprehenderlo, apresarlo, abrazarlo; dejarse seducir, persuadir, sugerir, hechizar, fascinar, cautivar.

Y la forma de hacerlo es ir con los recuerdos de todos los lugares conocidos explotando por querer salir, por muy bien guardados que estén en su espacio-tiempo; dejando instantes para la preparación del viaje, el tiempo en suspenso para que el espíritu se abra a infinitos destinos; ir con las hojas del cuaderno en blanco, prontos a rellenarlas con cosas nuevas, porque cada lugar, cada persona es diferente, desconocido, actual. El secreto está en la mirada, en tener cada vez, en cada viaje una mirada nueva, y aprender a mirar. El secreto está en los detalles, hay infinitos detalles, así podemos hacer infinitos viajes…

Adentrándonos en la ciudad de PIsa, seguimos encontrando magníficos monumentos. © María Calvo.
Adentrándonos en la ciudad de Pisa, seguimos encontrando magníficos monumentos, como la iglesia de Santa Caterina, también del románico pisano © María Calvo.

Un detalle de la ciudad de Pisa aparece ante nosotros: en una pared revocada de amarillo un timbre antiguo con su rejilla para hablar en tonos cobre envejecidos. Encima una bonita imagen religiosa en blanco con fondo azul rodeada de flores estucadas de colores que crea una sombra en la pared. Tras las grandes imágenes del conjunto de la Torre de Pisa, tras lo grande, me quedo con lo pequeño, con las pequeñas imágenes, y parto de ésta para descubrir la ciudad de Pisa.

Los detalles hacen el viaje. © María Calvo.
Los detalles hacen el viaje. © María Calvo.

Comenzamos a callejear y a medida que atravesamos plazuelas y calles, sentimos que nos adentramos en una ciudad llena de vida, lejos de los sitios turísticos, y nos damos cuenta de que son quizás los estudiantes los que la impregnan de un ambiente auténtico. Pasamos por iglesias del mismo estilo que la catedral de Pisa, de mármol, con esas arcadas que se superponen, imágenes pintadas en las fachadas, plazas bien cuidadas donde la gente charla tranquilamente disfrutando de la luz del día…Nos encantan las callejuelas empedradas con soportales y arcadas, edificios de colores, palacetes, pequeños cafés con terraza, …

El puente sobre el río Arno nos conduce a otra Pisa encantadora. © María Calvo.
El puente sobre el río Arno nos conduce a otra Pisa encantadora. Ponte del Messo.© María Calvo.

La plaza Garibaldi desemboca en el Ponte di Mezzo sobre el río Arno, una parte de la ciudad con edificios majestuosos que nos hace pensar en ciudades francesas como Orleáns o París. Seguimos callejeando fijándonos en los pequeños detalles: los llamadores de las puertas, los frisos de las fachadas, un “Ti Amo” escrito en un muro, el sonido del italiano …nos fundimos en la ciudad, con la gente, de las mejores cosas que tiene viajar.

Un "Ti amo" escrito en un muro...© María Calvo.
Un «Ti amo» escrito en un muro…© María Calvo.

En nuestro viaje a Pisa nos fundimos con los estudiantes: hacemos un alto en el paseo en la zona de la universidad, en una de las muchas terrazas de cafés tomados por los estudiantes: el bar pastelería Macchi, La Citadella Café, la Caffetteria Betsabea. Delante del ya nuestro capuccino (esta vez con chocolate y canela en polvo) escuchamos fragmentos de conversaciones apasionadas sobre política y economía de estudiantes que leen periódicos de papel y quieren cambiar el mundo. Me transporto por unos instantes al Madrid universitario, yo entre viejos amigos reunidos en torno a unas cervezas, conversaciones eternas que solíamos dejar en suspense en algún garito cerrado cuando el hambre o la música no nos dejaban seguir hablando…

Los universitarios de Pisa y las tertulias en las que siempre se ha intentado luchar por un mundo mejor. © María Calvo.
Los universitarios de Pisa y las tertulias en las que siempre se ha intentado luchar por un mundo mejor. Piazza Dante Alighieri© María Calvo.

Vuelvo a Italia después tras este rápido viaje en el tiempo, y proseguimos nuestra ruta por Pisa, descubriendo plazas y monumentos aún más bellos que los anteriores, como el Palacio del reloj en la Piazza dei Cavalieri, medieval, el bellísimo Palazzo della Carovana, el Palacio de los Caballeros de San Esteban, renacentista, decorada con graffittis y los bustos de los grandes duques de Toscana, que hoy alberga la Escuela Normal Superior de Pisa.

En la medieval Piazza dei Cavalieri se yergue majestuoso el Palazzo della Carovana, decorado con graffitis y los bustos de los grandes duques de Toscana. Se ilumina al atardecer. © María Calvo.

Como siempre, después de haber callejeado mucho por un lugar, se nos antojan sus especialidades culinarias, en este caso la gastronomía italiana no nos ha dejado indiferentes en ningún momento de nuestra odisea. Nos decidimos una vez más por una enorme pizza con rúcula, con esa masa única que sólo pudo igualar un restaurante italiano del sur de Brasil, y unos canelones con ricota, siempre acompañados de una cerveza italiana: la Azzuro. Por supuesto siempre encontramos una excusa para volver a tomar un café italiano, después de comer: ¡un macchiato!.

Siempre es un buen momento para pararse a tomar un capuccino. En Italia el café es un arte. © María Calvo.
Siempre es un buen momento para pararse a tomar un cappuccino. En Italia el café es un arte. © María Calvo.

Salimos de la ciudad de color, de la bella Pisa con la sensación de haber pasado una luminosa y larga jornada coleccionando instantáneas, enriqueciendo el espíritu, con la mochila cargada de instantes nuevos, de edificios, de grandes monumentos, de miradas, de olores, de misteriosas torres inclinadas, …

Termina el día y hacemos la última parada en el pueblito de Montecarlo, un pueblo italiano en el que encuentro de esas pequeñas cosas que después guardaré en mi cuaderno azul. Una mirada rápida a través de los cristales de una ventana me devuelve una imagen que ya vi en mi tierra en el pasado: un grupo de señoras en torno a una mesa camilla en plena tertulia. A su vez, me hace pensar en otras imágenes de nuestro viaje a Italia: en Viccio, niños jugando al escondite; en Fiesole, un señor ayudando a su mujer a doblar unas sábanas blancas, gestos del pasado… en muchos de los pueblos recorridos, grupos de señores mayores charlando fuera, sentados delante de casa, o en bancos. Imágenes que me arrancan una sonrisa, pero también despiertan en mí un pequeño temor: que quizás no se repitan en las nuevas generaciones…¿o sí?

El rojo del atardecer en el pueblito de Montecarlo, a un paso de Pisa. © María Calvo.
El rojo del atardecer en el pueblito de Montecarlo, a un paso de Pisa. © María Calvo.

Cómo llegar a Pisa

Para llegar a Pisa en avión desde España es fácil, ya que hay muchos vuelos a buen precio desde las principales ciudades como Madrid o Barcelona. Si están en Florencia, pueden llegar en coche por la SGC Firenze-Pisa-Livorno (85 km) en 1 hora y 18 minutos.

2 comentarios de “Visita a Pisa. La ciudad de color.

  1. Hola que linda manera de expresar las sensaciones que deja una ciudad como Pisa. Dicen que la región de la Toscana es hermosa y concentra una cantidad de energía positiva que alcanza hasta al mas desapercibido. Y por el blog que escribiste no estoy tan lejos de sentir tanto romanticismo, tanta armonía, tanta belleza. Saludos cordiales.

    1. Gracias Karl! Comentarios como el tuyo alientan al viajero a seguir captando imágenes a través de la cámara y de los ojos.

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