Camino por la arena fina y húmeda, los pies se hunden a cada paso, miro hacia atrás y veo cómo las huellas van desapareciendo bajo el suave vaivén de las olas. El agradable masaje de estas piedrecitas diminutas que la erosión y la fuerza del mar fueron triturando a lo largo del tiempo me produce una sensación de bienestar. El sol está muy alto en este día espléndido de verano y dora nuestra piel, todavía queda mucho para que se termine el día. Los días de verano en Galicia son largos, el sol se está poniendo por Finisterre cuando en muchos lugares de España ya es de noche. En este rincón de las rías de la provincia de A Coruña, es fácil olvidarse del tiempo. Parece como si volviéramos de repente a la infancia, a esas largas jornadas en las que no pasaba nada y pasaba todo, el tiempo corría despacio para los niños porque en las playas había tanto que hacer y tanto por lo que sentirse feliz.
Cuando volvemos a la Playa de Vilar (Praia do Vilar), en la Península de Barbanza, regresamos a aquella infancia. La gente está tumbada al sol cerca de las dunas, el calorcito es tan gustoso ahí arriba. Recuerdo que siempre hablábamos del microclima que hay en la Playa de Vilar: mientras en otros lugares de Galicia estaba lloviendo o estaba nublado, aquí hacía un tiempo increíble. Por eso no nos importaba recorrer en coche la hora y media que separaba nuestras casas de Ribeira. Además, en el camino siempre teníamos esa sensación de libertad: abríamos la ventanilla y entraba ese aire que ya nos olía a mar aunque estuviera todavía lejos. Y las panorámicas de la ría de Pontevedra ya nos dejaban sin palabras como habitantes de interior que somos, siempre buscando el mar en cualquier día libre.
Hasta la preparación de la jornada era toda una aventura: siempre estaba ella que no olvidaba un solo detalle para que la comida fuese perfecta. La nevera portátil llena de productos frescos: ensalada, fruta, yogures, cervezas y agua para refrescarnos en la jornada cálida que nos esperaba. La consabida tortilla de patata que nos sabía mejor que nunca después del baño salado en el Atlántico. Los platos, cubiertos, servilletas y mantel. Y el coche se llenaba de los bártulos de playa: toallas, bañadores, crema protectora, la tabla con la que cogeríamos toda la tarde olas, …Abandonábamos el pueblo temprano cuando el sol prometía una larga jornada de emociones estivales. Durante el camino sonaba siempre buena música y nos mirábamos felices por ese olor que invadía el coche: una mezcla de crema Nivea y de empanada recién hecha. Ese otro imprescindible que haría de nuestro picnic un auténtico festín.
Al llegar a Ribeira nos desviábamos por un camino que conoce bien mi hermano, que atraviesa monte de árboles, toxos y xestas. Monte que ardió en algunas ocasiones: todavía recuerdo el humo y zonas negro tizón, intentos de destruir esta riqueza que poseemos. También recuerdo la fuerza de la naturaleza contra esos bárbaros que incendian los montes, el verde surgiendo de entre las cenizas, aunque es cierto que debe luchar durante mucho tiempo para que todo vuelva a ser como era. Pues a través de esos montes, al llegar a un punto se ve el mar, refulgente, llamándonos, tan cerca.
Llegada al Parque Natural de las Dunas de Corrubedo
Hasta que llegamos por fin al Parque Natural de las Dunas de Corrubedo, un auténtico paraíso en Galicia. Se puede acceder desde el municipio de Corrubedo o desde el municipio de Ribeira. Nosotros siempre vamos desde este último. Cuando llegamos al gran aparcamiento, ya una buena parte de las plazas están ocupadas, y el polvo que levantan los coches ensucia el nuestro. Pero a lo largo del día se irá llenando hasta que ya no haya sitio, sobre todo en los meses de julio y agosto. Lo ideal es pasar el día entero para aprovechar la Playa de Vilar (Praia do Vilar) ya desde por la mañana. Además, la luz y la marea va cambiando a lo largo del día, por lo que la playa se va transformando, y no queremos perdernos esta transformación. Al lado del aparcamiento hay un bar-restaurante y un enorme pinar bajo el que se alternan mesas con bancos de madera y rocas de granito. Alguna gente ya reserva su mesa poniendo un mantel pisado con piedras, aunque el hecho no parece en absoluto justo pues estamos en un sitio público. Más tarde vendremos, cuando nos apriete el hambre, pero todavía queda tanto para eso.
Seguimos la pasarela de madera que recorre la zona de dunas del Parque Natural de Corrubedo, instalado para protegerlas. A contraluz se recortan nuestras siluetas cargadas de bolsas con toallas, tablas y pelotas. Este es siempre un momento feliz, cuando escuchamos nuestros pasos de chanclas sobre las tablas de madera y hablamos en voz alta entusiasmados por el día de playa que nos espera. En un momento tenemos que elegir qué camino elegir, ya que éste se bifurca en diferentes puntos para acceder a varios lugares de la Playa de Vilar , que es inmensa. Nosotros siempre elegimos uno de los más lejanos, los que se acercan más a las dunas. Así nuestra aventura por la plataforma de madera dura más. En el camino apreciamos la blancura de la arena en la que nacen diferentes plantas típicas de la zona, algunas en flor. Por fortuna está todo bastante limpio, aunque pasa mucha gente, parece que por aquí no se tira demasiada basura. Será que impone esta plataforma de madera que se alza por encima del suelo, queriéndonos decir que atravesamos un sitio natural que hay que respetar.
Uno de mis momentos favoritos es, cuando llegados a un punto, se puede ver la inmensidad de la Playa de Vilar , un vistazo de izquierda a derecha, pasando por el alto puesto de socorristas, un ojo a la bandera que nos indicará si ese día podemos bañarnos sin demasiado peligro, y otro ojo al mar que nos confirma si podremos coger olas ese día. Aunque la panorámica más impresionante está más allá, a los pies de las escaleras que bajan como una serpiente hasta la arena. Desde aquí contemplamos la belleza de Vilar y de Corrubedo, de las dunas, del azul del Atlántico que en esta playa es muchas veces turquesa. Y satisfechos, con una sonrisa en los labios, asentimos confirmando, sabedores de que estamos ante una de las playas más bellas de Galicia. Muchas veces, como ahora desde mis recuerdos, vuelvo a esta imagen de una belleza arrebatadora. Creo que ya siempre la llevaré conmigo a lo largo de mi vida.
En la playa do Vilar
Nos precipitamos ahora escaleras abajo hacia la arena deseada, poco a poco los sonidos se hacen más audibles, ese tan característico de la gente en la playa, los niños chillando felices. Aunque en la Playa de Vilar no es tan patente como en otras playas más pequeñas, aquí el espacio es enorme, ni siquiera parece que esté aquí esa gente que vino en tantos coches. Se reparten por todos los rincones de esta playa que se extiende por los dos costados. Y el sonido más esperado: el del mar, el del Atlántico, ese que se pega a los sentidos, a la piel, a los oídos,…su fuerza siempre me atrajo como un imán, ningún mar me hizo sentir tan viva. Las olas que suben y bajan se escuchan desde el momento en el que pisamos la arena, esa arena caliente. Rauda, me descalzo para sentir ese calor gustoso, esa caricia en los pies de la arena fina. A veces está realmente caliente, y hay que apresurarse para no quemarse, pero una vez te acostumbras: ¡qué placer caminar por ella!.
Aunque lo que quisiera es lanzarme rápidamente al agua que me llama con su vaivén poderoso, con ese sonido único que evoco en los inviernos lejos del mar, me centro primero en esta arena luminosa, blanquísima, sensacional. Mi primer instinto es rebozarme en ella como si fuera una croqueta. A veces lo hago, ¡y qué sensación! De calor, de gustoso exfoliante en la piel, tumbarme en ella para sentir todas estas sensaciones. Todos descalzos sintiendo lo mismo, buscamos “nuestro sitio” más allá de las grandes rocas, donde la playa de bañadores se funde con la playa nudista y se mezcla la gente vestida y desnuda. En esta zona suele haber menos gente y se está más tranquilo. Cuando vienta tenemos nuestro sitio secreto que no puedo desvelar, ahí estamos la mar de abrigados y podemos disfrutar de la Playa do Vilar a pesar de todo.
Siempre es el mismo ritual: depositar las cosas, estirar las toallas, volver a echarse crema protectora y salir corriendo a su encuentro. Ahí está, espléndido bajo la luz del sol de verano que lo cubre de pequeños espejos en los que mirarnos. Los primeros en correr siempre, mi hermano y yo, para probar el agua. Cuando está baja todavía nos separa de ella un techo, en un momento sentimos la arena húmeda en nuestros pies que se resienten porque vienen del calorcito de la arena seca. Pero poco a poco se van acostumbrando y quieren más, el calor que hace en este rincón de Galicia hoy invita al baño. Nos vamos metiendo poco a poco y ya sentimos el frescor de las aguas. Habrá quien se ría irónico al escucharme decir “frescor”, lo comprendo, pero he estado viniendo muchos años a la Playa de Vilar (Praia do Vilar) y hubo algunos en el que el agua estaba a una temperatura excelente.
Es cierto que en Galicia las aguas del mar son muy frías, sobre todo en lar Rías Baixas, en las Rías Altas ocurre lo contrario, son más bien templadas, como en el resto del Atlántico. En la Península do Barbanza, entre la Ría de Arosa y la de Muros y Noya, las aguas también son frías, pero en esta zona de mar abierto hay años que no lo son tanto. Aunque claro, soy poco fiable, siempre adoré bañarme en estas aguas frías, siempre me gustó esa sensación. Hoy parece que no lo están tanto porque hay bastante gente bañándose. Nosotros íbamos para probarlas, pero al final nos fuimos metiendo y, cuando nuestros compañeros entran, nosotros ya estamos nadando. Siempre hacemos lo mismo, casi sin darnos cuenta. ¡El primer chapuzón de los muchos que nos daremos a lo largo del día!.
Somos de estar tiempo y tiempo en el agua, hasta que se nos arrugan los dedos, como cuando éramos pequeños. Volver al mar de Galicia es regresar a la infancia. Nos alejamos un poco, aunque no demasiado, ya que sabemos de lo peligrosa que es la Playa do Vilar, que ya se han muerto en sus aguas algunas personas confiadas. Hoy aprovechamos que está bandera verde. Jugamos a mojar a los que no se atreven y se inicia la divertida batalla de siempre. Cuando ya están dentro, cada uno disfruta con lo suyo. Yo haciendo el muerto, siempre me encantó, mirando hacia este cielo azul, escuchando el sonido del mar que se me mete muy adentro, hasta que me fundo con su vaivén y su movimiento es el mío.
La hora del paseo por la Playa de Vilar
Despierto de mi sueño marino cuando me llaman para el paseo que damos siempre. En la Playa do Vilar hay en realidad cuatro playas: Anguieiro, O Vilar, Río do Mar y A Ladeia, que miden juntas 4 kilómetros. Y cada vez que venimos las atravesamos todas, aunque para nosotros es una inmensa que tardamos en recorrer. Es un paseo placentero, repartido entre la arena seca y la arena mojada. Momentos de charla mientras miramos al horizonte, conscientes todos de la espectacular belleza de esta playa. Las olas suben suaves para mojarnos y descienden a un ritmo tranquilo, en verano suele ser así, nada que ver con las tempestades que asolan Galicia en invierno, convirtiendo al mar en un ser vivo amenazador.
El mar está tan bonito, cambia de tonalidades a cada momento, ahora verde, ahora azul turquesa…Si miramos al horizonte, vemos las casitas todas juntas del pueblo de Corrubedo que brillan bajo el sol, también se divisan esas líneas blancas de arena, las playas del pueblo. Nos cruzamos con nudistas que van a darse un chapuzón o disfrutan de la playa solitaria junto a las dunas. Y nos paramos junto a las rocas para admirar la riqueza marina del mar de Galicia. A primera vista no parece que haya nada, pero si nos entretenemos un poco y fijamos la vista, comenzamos a ver cosas.
Pequeños pececillos que se acercan sin miedo a mordisquearnos los pies, langostinos transparentes nadando, cangrejos que nos miran con sus ojos saltones escondiéndose rápidamente, un manto de mejillones que cubre las rocas, lapas enormes que salen en pequeñas rocas que surgen de la arena, algas que con el agua parecen todavía más verdes,…las gaviotas disfrutando de esta riqueza. Nos mojamos hasta las rodillas, el agua es tan transparente. Nuestra incursión en las rocas siempre es interesante, nos gusta perdernos y dejar ahí un pedazo de nuestro tiempo.
Tirarse a rolos por las Dunas de Corrubedo
Si miramos en dirección contraria al mar, vemos las dunas de Corrubedo. Vuelvo a los recuerdos de mi niñez, cuando hacíamos excursiones a las Dunas de Corrubedo y todavía podíamos tirarnos a rolos desde lo más alto. Hoy es imposible hacer eso, y menos mal, si se hubiera continuado haciendo durante todos estos años, ya no tendríamos dunas. Pero recuerdo la emoción de tirarse por esa pendiente sin saber donde ibas a caer, muertos de risa, mirando ora al cielo ora a la inmensa duna, tragando arena como nunca. Todos los niños nos tirábamos casi a la vez y chocábamos unos con otros, y cuando terminábamos volvíamos a subir a lo alto de la duna para repetir uno de los juegos más divertidos de nuestra infancia. Terminábamos tan llenos de arena, que al final del día en casa todavía nos sacudíamos algunos granos, y días después aún los teníamos en la cabeza. Eso me lleva a otras ocasiones en las que nos tirábamos a rolos por colinas verdes de los extensos campos de juego de aquella época. Siempre fue extraordinariamente placentero.
Ya no se puede tirarse uno a rolos por las Dunas de Corrubedo, pero es un gusto mirarlas, imponentes, aparentemente inmóviles, un enorme muro protector cubierto de alguna vegetación, que mira al mar permanentemente.
Formas extrañas de las rocas de granito
En la Playa de Vilar (Praia do Vilar), así como en una gran parte de las playas de Galicia, como en esa Costa da Morte que tan bien conocemos, las rocas de granito adoptan unas formas extraordinarias. Apiladas unas encima de otras, parece que pasó por allí un gigante y las fue colocando a su antojo como en un juego. Y si las miras bien por momentos se convierten en animales, en vegetales, en monstruos y otros personajes de cuento. Son como las nubes que siempre parecen algo distinto a la nube plana que vemos en los dibujos de los libros. Me encanta mirar para estos seres extraños de granito, y también me subo a ellos, a su cuerpo ardiente por las horas de sol, tienen un relieve que hace cosquillas, pero no daño como la piedra calcárea del Cantábrico. En la Playa de Vilar, justo antes del río que separa dos playas, hay una pila de rocas graníticas que parecen un enorme pájaro con pico de tucán que está tumbado y que amenaza con levantarse de un momento a otro. Aunque muchos otros verán otra cosa, no les parecerá para nada el pájaro que veo yo. Ni yo misma veo siempre lo mismo, en otras ocasiones me parecen percebes gigantes.
Lo que sí es cierto es que estas rocas de granito son la decoración perfecta para una de las playas más hermosas de Galicia, y de las más salvajes y preservadas.
Riqueza de ecosistemas
Es el momento de atravesar la desembocadura de la Laguna do Carregal desde la playa do Castro, que cuando la marea está baja puede hacerse sin problema, y con la marea alta el baño está asegurado. El agua de la laguna siempre está más templada que la del mar, por lo que cuando sube la marea aprovechamos para darnos un buen baño. Vienen a mi memoria chapuzones muy divertidos que nos dábamos en una época, solos en la inmensidad de este Parque Natural, sintiéndonos tan libres…Es que esta playa tiene ese poder de hacerle sentir a uno la libertad, su inmensidad, su belleza, el hecho de sentirse en un sitio natural excepcional, semi-salvaje, que se mantiene casi intacto a pesar de nuestra presencia.
Podemos ver la vitalidad de esta naturaleza en las zonas acotadas donde anidan ciertas aves en este Parque Natural de las Dunas de Corrubedo y Lagunas de Carregal y Vixán. Es este su verdadero nombre, ya que también forma parte de él la Laguna do Carregal y la Laguna de Vixán, situada en el extremo sur del parque. El agua aquí no es tan salada, ya que desembocan las aguas procedentes del río Longo y los arroyos de Sanchanás y de Sirves, los cuales forman la laguna de Carregal.
Más arriba están las marismas, a las que un día comenzamos a aventurarnos, pero después desistimos, ya que esa excursión es mejor hacerla en otro momento, para avistar aves y disfrutar de este otro ecosistema del parque natural de Corrubedo.
Casi sin darnos cuenta llegamos a la playa Ferreira, aunque para nosotros es toda la de Vilar. La marea baja ha dejado su huella en la arena semi húmeda, como escamas grandes de arena que aunque las pisemos no pierden su forma. Hay gente que chapucea en las escasas aguas de desembocadura de la Laguna do Carregal. Nosotros jugamos con el viento que nos lleva el sombrero de uno a otro lado, en realidad es una brisa agradable que levanta un poco de arena, que en la playa de Ferreira y en la playa de As Dunas es más fina. Supongo que se debe a que aquí es donde está, además del cordón dunar – que también recorre la playa do Vilar – la gran duna móvil del parque natural.
Cuando la marea está baja, la playa parece tan grande, un enorme arenal en la que la gente disfruta haciendo el pino, correteando, haciendo payasadas mirando a la cámara, corriendo a mojarse de nuevo quizás para darse el baño número tres o número cuatro del día. Cada uno perdido en sus pensamientos, una sola nube surca un cielo azulísimo que se refleja en el mar. Distintas tonalidades se distinguen indicando las diferentes profundidades. Las olas espumosas, blancas nos atrapan de nuevo. Las madres mojan a sus niños que chapotean felices sin sentir frío. Parecemos pequeños en este tremendo Parque Natural de las Dunas de Corrubedo, pequeños y felices.
Volvemos sobre nuestros pasos sin llegar a la Playa Ladeira, la que está más cerca de Corrubedo, regresamos a nuestra Playa do Vilar. De nuevo las grandes rocas que desde aquí ya no me parecen un pájaro, ahora me parecen grandes escarabajos que se ponen unos encima de otros. Gente subiéndose por sus cuerpos duros, y a sus pies algunos bañándose. Otro chapuzón en las aguas transparentes y templadas de la Laguna de Carregal, gente sentada a remojo donde casi no cubre, el mar al fondo empujado por un viento ahora más fuerte. Y en el horizonte, una inmensidad blanca hacia la que se aventura una pareja cogida de la mano.
Otra imagen que ya he visto en muchas playas de Galicia: cientos de algas marrones tumbadas al sol, dejadas por el mar al bajar la marea, sus brazos mojados todavía, una muestra más de la riqueza de este mar. Y la playa grandiosa al fondo. El paseo es largo hasta nuestras toallas, disfrutando de este día luminoso en la Península de Barbanza. Un último chapuzón antes de comer y la delicia de poder tumbarse al sol ardiente de mediodía – aunque sepamos que es dañino -. Solo unos minutos, sentir cómo te seca la piel, las gotitas de agua saladas deslizándose, cerrar los ojos y disfrutar del contraste del frescor con el calor del sol, uno de los momentos más placenteros del día.
Picnic en el pinar de la Playa de Vilar
Mucha gente ya se ha retirado al pinar de la Playa de Vilar en estas horas de calor para comer. Somos los más rezagados, queremos aprovechar tanto que se nos olvida que tenemos la empanada y la tortilla de patata esperándonos. Así que recogemos las cosas y volvemos por la pasarela de madrea que serpentea por las dunas de Corrubedo. La arena blanquísima nos ciega con su fulgor. Ya no queda casi nadie en la playa.
Muchos han optado por irse a comer al restaurante donde dan platos del día y a la carta, otros están todavía en las mesas de madera que hay bajo el pinar, y los demás duermen la siesta tumbados en la hierba. Es un buen momento cuando preparamos la mesa, con mantel como si convirtiésemos este espacio natural en nuestro hogar por un día. La mesa puesta como en casa, con sus cubiertos, vasos y servilletas, la comida en fuentes improvisadas, cervezas fresca que tras el momento playa baja mejor que nunca. Seguimos un ritual que nos encanta, haciendo nuestro este pinar de sombra fresca, mientras el mar nos espera muy brillante a lo lejos.
El primer bocado de empanada es una delicia, el de tortilla también, dos de mis platos favoritos. Recuerda a aquellas comidas playeras que hacíamos en familia de niños, con nuestros padres, abuelos, tíos, primos,…aquellos sabores intensos. Las sillas de playa desplegadas, la cesta cuadrada con los platos, …Y la siesta, el sopor de después de comer, tumbados bajo el pinar, los niños jugando, queriendo volver a la playa. No sabemos cuánto tiempo ha pasado. Antes de regresar al mar, un café en el bar y quizás un helado.
Vuelta al mar. Incursión en la Playa de Anquieira y la Laguna de Vixán
La marea está alta y la Playa de Vilar parece otra, es más estrecha, pero sigue siendo igual de larga, por lo que ahora nos decidimos por visitar la Playa de Anquieira, que es la que está más al sur. El agua nos despierta después de la buena siesta. Aquí también se mezclan las aguas saladas del mar con las dulces que vienen del arroyo do Vilar que alimenta la Laguna de Vixán.
Para los amantes de las aves hacer una visita a la laguna es una buena idea, puesto que hay un mirador y ahí es frecuente observar aves marinas de paso como parcelas o negrones, cormoranes o alcatraces. Y aves acuáticas que vienen a hibernar como garzas, somormujos, ánades, fochas, pollas de agua, porrones,…Hasta puede verse el chorlito patinegro. En esta ocasión no nos acercaremos a la Laguna de Vixán, pero desde ahí seguro que puede verse la Playa de Anquieira y de Vilar desde un bonito punto de vista.
Cogiendo olas en la Playa de Vilar
A la vuelta del paseo nos esperan las tablas, y como las olas parecen ahora más fáciles de coger, nos lanzamos dichosos al agua. Parece que ahora está más fría. Pero es lanzarse en la tabla y nos olvidamos de la sensación de frío, todo desaparece cuando navegamos con nuestras tablas encima de una ola. Algunos chavales jóvenes llegan con sus tablas de surf – hay una escuela cerca – y parecen auténticos profesionales, con sus trajes de neopreno montados en sus tablas.
A su lado somos simples aprendices, solo con bañador y una tabla partida por la mitad, la tabla de body surf. Pero podemos asegurar que nuestro disfrute puede igualarse al de ellos. Cada ola que cogemos nos lleva durante un buen rato hasta la orilla, mientras gritamos mirando cómo nos transporta, cómo volamos con ella. Una vez en la arena, vuelta a empezar. Es una película en bucle que se repite sin cesar, los mismos protagonistas, la misma trama, pero la emoción no caduca, se mantiene, está cada vez más viva a pesar de que cada vez estamos más agotados.
Las olas son preciosas, nos dejan montarnos en ellas fácilmente en un viaje que nos hace querer todavía más al mar. Si fuéramos surfistas, no quiero ni imaginar lo que sentiríamos. Estos son otros de nuestros momentos favoritos en la Playa de Vilar.
Panorámicas desde el Mirador de Pedra da Rá
En muchas ocasiones alargamos el día hasta que le queda un último suspiro y nos quedamos en la Playa de Vilar a contemplar la puesta de sol, cuando el cielo inmenso de la Península de Barbanza se tiñe de rojo y nos regala cuadros increíbles. Recuerdo varios atardeceres en el Parque Natural de las Dunas de Corrubedo, siluetas a contraluz, la bola de fuego que promete volver mañana, cielos rosados que anuncian otro día igual de cálido.
Pero también recuerdo mirar el atardecer desde el Mirador de Pedra da Rá, del que nos reparan 4 kilómetros en coche. Tiene ese nombre porque la enorme piedra sobre la que se sustenta el mirador tiene forma de rana (rá en gallego). Hay que subir laas escaleras para alcanzar los 200 metros que nos sitúan justo frente al Parque Natural Dunar de Corrubedo. Subimos en varias ocasiones al Mirador de Pedra da Rá, una de las cuales recuerdo con cariño especial, ya que es uno de los últimos días que fuimos en familia a la Playa de Vilar. Uno de esos días luminosos, felices, de baños y paseos, de buena gastronomía y fotos para el recuerdo en el Mirador de Pedra da Rá a las que suelo volver para trasladarme a aquellos días.
Las vistas panorámicas de las playas de Vilar, de la Laguna de Carregal, de la Laguna de Vixán, del pueblo de Corrubedo, y de otros puntos de la desembocadura de la Ría de Arousa que indica la brújula de hormigón. Nuestra vista alzando a ver lugares increíbles de la geografía gallega como A Pobra do Caramiñal o la Isla de Sálvora – aquella que visitamos en la ruta en en una vieja goleta por las Islas Atlánticas -. Las bateas de mejillones de la Ría de Arousa también se pueden divisar desde el Mirador da Rá. Con el atardecer los perfiles de los lugares se desdibujan y apenas vemos el Atlántico rojizo en el que se refleja el cielo.
Atardece en el Faro de Corrubedo
Otro de los lugares que elegimos a veces para mirar el atardecer es el Faro de Corrubedo, para lo cual hay que desplazarse hasta el pueblo, que está a 12 kilómetros de la Playa de Vilar. Por mar llegaríamos en seguida, pero por tierra es más lejos. Se encuentra en el extremo del Cabo de Corrubedo, en lo alto de una zona rocosa. El Faro de Corrubedo es uno de los más destacados de la Costa Atlántica, sin olvidar por supuesto el principal faro de Galicia: la Torre de Hércules. Y marca la entrada en la Ría de Muros por el sur.
La gente se reúne en verano para ver los atardeceres desde el Faro de Corrubedo. Y después se acerca al casco antiguo para disfrutar de la gastronomía gallega en las muchas tabernas y restaurantes que hay en el bonito casco antiguo que mira al mar. Nosotros hemos disfrutado de estos manjares alguna vez de día, hoy, desde la Playa de Vilar vamos a acercarnos a uno de los barrios de Ribeira: Aguiño.
Sardinas asadas en Aguiño, Ribeira
Los productos del mar son los protagonistas en la gastronomía de las rías de Galicia, y la riqueza es tal que siempre encontramos productos frescos, recién pescados por los muchos marineros que todavía hay en la Península de Barbanza. Cuando venimos a Ribeira, volvemos a Aguiño a tomar sardinas asadas en un bar que conocimos una vez que suele asarlas en el exterior. Recuerdo ese olor que consigue que se te haga la boca agua, olor mezclado de mar y humo, y una bandeja que pasea las sardinas asadas y nos ofrece una. Una tapa deliciosa para abrir el apetito y terminar la jornada degustando algún plato de la gastronomía gallega.
Vacaciones en la Península do Barbanza
Este día luminoso de verano se funde con muchos otros que pasamos en la Playa de Vilar, lugar elegido para pasar unas vacaciones en Galicia. Repetir el ritual de baños, paseos, miradores y momento gastronómico, y combinarlo con alguna visita a A Pobra do Caramiñal, al impresionante mirador de A Curota, a las piscinas naturales del Río das Pedras, y paseos por la localidad de Ribeira (su casco antiguo, su mercado, la playa de Coroso), o rutas en bici por el interior de Aguiño.
Alojarse en algún apartamento en Ribeira, en A Pobra do Caramiñal o en Corrubedo para disfrutar del Parque Natural de las Dunas de Corrubedo. Nosotros disfrutamos de unas vacaciones con alojamiento rural en la aldea de Vilar, y teníamos este increíble sitio natural todos los días al alcance de la mano.
Miro las fotos de nuevo, y sueño con volver a la Playa de Vilar el próximo verano, es uno de esos lugares de Galicia a los que siempre regreso.
Cómo llegar a la Playa de Vilar
La Playa de Vilar está a 1h05 (71 km) de Santiago de Compostela por la Autopista AP9 en dirección a Pontevedra/Vigo. Se toma la salida 93 hacia la N-550 hacia Padrón/Pontecesures, se continúa por la AG-11 y en la rotonda se toma la tercera salid. Se continúa por la carretera AC-550, en la rotonda se toma la tercera salida hacia Lugar Outeiro CP-7304, se gira a la izquierda por la CP-7302. La Playa do Vilar está a 4 km.
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