Observando como el Faro de Alejandría, la Torre Latinoamericana anuncia las primeras luces de Ciudad de México, y cada día despide al sol cuando la neblina o la nube de polución se lo permite.
En nuestros varios viajes a la capital de México siempre habíamos paseado girando el cuello para saludar a la antena espigada de la Torre Latinoamericana pero hasta ahora no habíamos tenido tiempo para subir a su mirador. Para poner remedio a algo tan imperdonable, recibimos con agrado la invitación para conocerlo.
Antes de subir a lo alto de la torre paseamos entre la exposición temporal de esculturas de Salvador Dalí en el atrio de San Francisco, a los pies del edificio. Los relojes derretidos del genio del surrealismo ponen a prueba la vaporosidad del tiempo, que cerca de cumplir los tres cuartos de siglo de la torre, nos recuerdan la fragilidad de las obras humanas frente a la naturaleza y los terremotos.
Durante un tiempo fue el edificio más alto de Ciudad de México pero hoy ya ha sido desbancado hasta el décimo puesto, por detrás de la Torre Reforma que alcanza los 246 metros, la Torre BBVA Bancomer, la Torre Mayor, la Torre Ejecutiva Pemex, la Torre Altus, el World Trade Center Ciudad de México, la Torre Reforma Latino, la Peninsula Tower y la Siroco Elite Residences.
El riesgo sísmico de México hace que no sea el lugar más propicio para alzar rascacielos, pero la Torre Latinoamericana desafío los movimientos trepidatorios y oscilatorios de los terremotos gracias a un trabajo de ingeniería realmente eficaz.
Historia
El nombre de la torre no es un homenaje al pueblo hispanohablante de América, si no que proviene de la compañía de seguros La Latinoamericana, promotora de la construcción del edificio, que ya en 1946 logra el permiso para levantar el coloso en el centro de la ciudad, siguiendo el modelo del Empire State Building de Nueva York.
A cargo del diseño estuvo Augusto H. Álvarez y para la construcción Leonardo Zeevaert y los arquitectos Augusto H. Álvarez y Alfonso González Paullada, siendo 1948 el año de inicio de la obra. Ocho años después se inauguró el 30 de abril de 1956, y apenas un año después resistió uno de los temblores más intensos de la historia reciente de la ciudad, al igual que lo hizo en 1985 y en 2017, con otros dos terremotos de gran intensidad.
Durante casi veinte años, desde 1956 hasta 1972 presumió de ser el edificio más alto de Ciudad de México, y de Iberoamérica. En ese año de su finalización, 1956, fue el tercero más alto del mundo.
Su piel de vidrio y aluminio -la torre fue el primer edificio del mundo en emplear estos materiales en sus fachadas – quizá no haya envejecido bien ante las nuevas tendencias estéticas, pero es innegable su valor arquitectónico, y actualmente es un icono más de la silueta de la gran metrópolis mexicana.
Para su construcción se fijaron a más de cincuenta metros de profundidad, trescientos sesenta y un pilotes de cemento que se clavan en el terreno. Por encima de ellos un refuerzo de hormigón rodeado por un manto freático compuesto por lodo y arcilla, permite que el líquido absorba el movimiento sísmico.
Los números hablan por si solos: 188 metros de alto, 44 pisos, 2500 ventanas, 4100 toneladas de peso, 28,000 m² de superficie, y una capacidad para soportar seísmos de de hasta 8 grados en la escala Ritcher.
En el piso 36 se encuentra el Museo del Bicentenario, y un piso por encima en el 37 . El piso 38 lo ocupa el Museo de Exposición Permanente «La Ciudad y la Torre a través de los siglos», y en lo alto, el piso 44 es la Terraza panorámica.
Visita Torre Latinoamericana
Iniciamos la visita por el mirador, al que se accede subiendo en ascensor hasta el piso 37, donde está la cafetería y tienda de Souvenirs, y de nuevo en otro ascensor que nos lleva hasta lo alto de la torre.
El trabajo de los limpiacristales a estas alturas siempre merece un respeto como muestran las fotos que hicimos a los trabajadores que parangonando a los obreros retratados en las fotos de la construcción del Empire State Building de New York se jugaban las vidas.
Ya arriba sentimos la necesidad de dejar «dormida» por unos momentos la cámara de fotos, y disfrutar del regalo de unas vistas privilegiadas. Nuestros ojos se ponen vidriosos intentando divisar el horizonte, donde la ciudad de México parece no tener fin, y el horizonte se funde con las montañas que rodean el valle.
Nos sentamos para saborear la mejor vista del Palacio de Bellas Artes -emblema de la corriente afrancesada de presidente Porfirio Díaz a principios del siglo XX – que sin duda se obtiene desde el mirador.
Los cálidos colores amarillos y naranjas de la cúpula parecen un fuego fatuo que encandila mientras observamos una de las ciudades más grandes del mundo. La sombra de la antena de la torre Latinoamericana parece que juega a señalarnos el bello edificio que además de acoger algunos de los eventos culturales más importantes de DF, es la sede del Museo de Arquitectura, albergando exposiciones temporales y los murales de Diego Rivera y José Clemente Orozco, dos figuras imprescindibles del arte mural mexicano.
En los días más limpios se alcanza a ver la silueta de los grandes volcanes que rodean la antigua Tenochtitlán. La perspectiva de la altura proporciona un poder inaudito en el que uno se siente un jugador de los Sims City, el mítico juego en el que se controlaba los «designios» de una ciudad, y descubriendo las formas curiosas del plano cenital, donde un parking parece una serpiente emplumada retorciéndose. Los ruidos llegan amortiguados, y el dócil discurrir de los coches por las grandes avenidas que rodean la torre Latinoamericana parece teledirigido.
Continuamos la visita hacia los pisos inferiores, para conocer los dos museos que hay en el interior de la Torre Latino, el Museo dle Sitio y el Museo del Bicentenario.
Museo del sitio
En el Museo del Sitio se halla la Exposición Permanente «La Ciudad y la Torre a través de los siglos». En sus salas descubrimos que la Torre Latinoamericana se levanta sobre lo que en su día fue el antiguo Convento de San Francisco, que a su vez había sustituido a la casa de animales del Tlatoani Mexica Moctezuma II, uno de los primeros «zoológicos» del mundo.
La historia del museo toca aspectos de ingeniería, arquitectura, pero también de la historia de la ciudad, y de como supuso un hito en el urbanismo de la segunda mitad del siglo XX.
Museo del Bicentenario
Doscientos años de la independencia de España no parecen mucho, pero en México las cosas pasan rápidas y lentas a la vez, por lo que el Museo del Bicentenario es una oportunidad perfecta para recorrer la historia desde el Virreinato de la corona española hasta la actualidad, a través de los presidentes que han dirigido el país. Convulsos y agitados, los dos últimos siglos de México han vivido amenazas exteriores, con la ocupación de Francia o Estados Unidos, y con violentos conflictos internos en los que la Revolución Mexicana se quedó a medias, tan solo intercambiando unas élites por otras, sin que el pueblo haya podido gestionar a su provecho unos recursos naturales siempre a merced de terceros, sean extranjeros u oligarquías mexicanas.
Como llegar
La Torre Latinoamericana se encuentra en el centro de Ciudad de México, entre las calles de Madero y el Eje central Lázaro Cárdenas, y junto a la Alameda y el Palacio de Bellas Artes. Las estaciones de metro más cercanas son San Juan de Letrán de la línea verde (8) y Bellas Artes de las líneas azul (2) y 8.
Consejos visita
Siempre que se pueda elegir el día para subir a lo alto de la torre Latinoamericana es preferible hacerlo en días despejados, soleados y luminosos, y sobre todo si el viento ha soplado el día antes la capa de nubes -y sobre todo polución- que rodea Ciudad de México.
Por otro lado no hay tiempo máximo para disfrutar del mirador, por lo que podemos contemplar la ciudad con calma, distinguiendo los edificios más conocidos del skyline.
Mapa de la Torre Latinoamericana