Nunca pensé que se podía pasear por una ballena, pero en la Cantabria infinita parece que sí es posible. Pudimos experimentarlo este verano, y todavía no podemos creérnoslo. Pensar que la ballena nos ha dejado subirnos a su inmenso cuerpo sin siquiera inmutarse. Creo que hasta le produjo cierto cosquilleo que trepásemos por su resbaladizo lomo. Parecía que estaba dormida, pero no era cierto, ya que necesita estar medio despierta para poder respirar, y comprobamos que, a pesar de lo grande que es, lo hace suavemente. Casi no nos enteramos de si el movimiento que nos hacía bascular era su respiración o las olas que se acercaban anunciándonos que la marea comenzaba a subir.
Teníamos que darnos prisa. Llegar hasta la ballena es sólo posible cuando la marea está baja, por lo que disponíamos de unas horas para explorarla. Suficiente, pero es mejor tenerlo en cuenta para llegar antes de que empiece a subir. Un cálculo no tan simple para los que no estamos habituados a tratar con el mar todos los días.
Recuerdo haber visto una infinidad de veces a la Ballena de Oriñón – al este de Cantabria, entre Laredo y Castro Urdiales, dos municipios cercanos ya a la frontera con el País Vasco. De hecho, he visto esa ballena desde puntos de vista diferentes, y siempre me quedo fascinada mirándola. La conozco bien desde la playa de Arenillas (Islares), esa pequeña playa que se hace gigante cuando se junta con la de Oriñón.
Siempre anda jugando allá a lo lejos, su cuerpo gigante asomado, como si tuviera ganas dar un enorme salto. A veces se medio esconde bajo la marea, y entonces se ve sólo parte de su cuerpo. Otras, la vemos casi completa, y parece que va a irse nadando de un momento a otro. Pero no se va, se queda…es un misterio. Parece como si estuviera como pez en el agua en el mar Cantábrico.
Cuando caminamos por el extenso arenal de Oriñón, la ballena es nuestro punto de referencia, el lugar al que siempre miramos. También cuando nos damos un chapuzón, dan ganas de ir nadando hacia ella. Aunque está lejos, para llegar hay que hacer un amplio bucle que explicaré más tarde.
Pero uno de mis puntos de vista favoritos para mirar a la ballena de Oriñón, – que muchos llaman Cabo Cebollero – es subir a los Ojos del Diablo, esas peñas horadadas en lo alto de la inmensa montaña kárstica conocida como Candina, en una extraordinaria ruta de senderismo de 8 kilómetros hasta llegar a los 470 metros de altitud. Las vistas del Cantábrico y de la ballena revolcándose en sus aguas nos dejan hechizados. No quiero ni imaginar lo que será verla desde un paratrike, como tuvo la fortuna de hacer uno de los viajeros giroscópicos. Desde los cielos de Cantabria, la ballena se verá desde tantos ángulos,….
Desde los Ojos del Diablo – u Ojos de Solplico – se ve perfectamente el itinerario que vamos a realizar para llegar a la ballena y después a la playa de Sonabia. Un pedazo pequeño de Cantabria, pero uno de los más bellos.
Siempre quise subirme a la ballena de Oriñón. De tanto mirarla desde la lejanía, el tenerla ahí tan cerca me parece mentira. Es cierto que estuve en otra ocasión a un paso de ella, pero nunca me había subido. Pasó mucho tiempo hasta poder alcanzarla, tan cerca pero tan lejos…
Llegar a la Ballena de Oriñón
Llegamos al pueblo de Sonabia desde Islares después de hacer un largo bucle por la carretera nacional N-634, siguiendo un largo tramo del río Agüera para acabar atravesándolo por un puente. Desde la carretera se ve el impresionante viaducto por el que pasa la autovía A-8, que también podríamos haber tomado, para después desviarnos por la N-634. Pero optamos por hacer el trayecto de casi 9 kilómetros por carretera, ya que las vistas de la playa de Oriñón, del río Agüera, y de la propia ballena, mirándonos en todo momento, no tienen comparación. En realidad se tarda unos 15 minutos, y por la autovía sólo ahorramos 4. Definitivamente, preferimos seguir toda la curva del bucle de principio a fin.
Ya al otro lado del río, seguimos dirección Sonabia, pasamos por Oriñón sin parar, pero vemos el pueblo y la inmensa playa en la que tantas veces nos bañamos desde lo alto de la carretera. La ensenada de Oriñón, entre la Punta de Islares y el Cabo Cebollero, se abre majestuosa al mar, no es de extrañar, tiene de qué presumir, el paisaje es sublime.
Atravesamos el pueblo de Sonabia y seguimos un poco en dirección a la playa, a las afueras hay un aparcamiento donde dejamos el coche para iniciar nuestra ruta a pie. A unos metros se encuentra la ballena.
Caminando por la ballena de Oriñón
Me impresiona mirarla desde aquí, parece muy vieja, con su cuerpo desgastado por los vientos, las olas y el tiempo. Para subirnos a ella tenemos que pasar por rocas más o menos lisas, pero a medida que nos acercamos, el terreno va volviéndose más escarpado. Subir a la ballena es una aventura más complicada de lo que creía. Antes de hacerlo la contemplo, todavía no me creo que vaya a conocer por fin a la ballena de Oriñón, uno de los lugares más extraños y mágicos de Cantabria.
Cuando nos lanzamos, noto cómo mueve su cuerpo, es imperceptible, porque parece el mar el que se mueve, pero siento cómo respira bajo mis pies. La mezcla de emoción y excitación hacen que me olvide de que es realmente complicado subir a la ballena de Oriñón, hay demasiados huecos, bajadas, luego subidas, escalones. El cuerpo de este pobre mamífero parece tan destartalado…
Y está hecho de colores, los aprecio mientras mi compañero giroscópico de viajes y fatigas escala la ballena con tal facilidad que me hace pensar que se crió entre estos animales. Es como si su cuerpo estuviera hecho de diferentes estratos, y puede verse perfectamente la diferencia de color y textura de cada uno de ellos. Ya no sé si estamos por alguna de sus aletas o si ya hemos llegado a los surcos ventrales, estos estratos me hacen suponer esto último. Pero apenas estoy familiarizada con la anatomía de las ballenas.
Lo que sí puedo decir es que su piel es tan dura que parece de roca, de la misma roca de la que está hecha la Punta de Sonabia y Candina, esa roca caliza que se ha alterado químicamente por la acción del agua de la lluvia, y se ha disuelto tanto en la superficie como en el subsuelo a causa del ácido carbónico. De ahí surge ese relieve kárstico que dota al paisaje cántabro de peculiares formas. Las rocas son puntiagudas, por lo que hay que encaramarse con cuidado de no hacerse daño. Para llegar a la cabeza de la ballena antes tendremos que atravesar este terreno difícil de rocas desiguales. Me paro para tocarlas y siento el calor del vientre de la ballena, será también el sol que recibe en este caluroso verano. También siento la dureza y la rugosidad de la piedra.
Como está la marea baja, hay que atravesar primero un canalizo que no presenta gran dificultad. Tras acceder a una plataforma de rocosa superior, hay otro canal que ya es más complicado, pero finalmente lo subimos con ganas. Otra cosa sería si hubiera llovido y las rocas estuvieran resbaladizas.
El otro viajero giroscópico se ha adelantado, caminando solitario por el lomo de la ballena. Es extraña esta sensación de estar como en el fin del mundo, esta roca como lunar, y este camino que no nos lleva a ninguna parte, pero que nos atrapa. Me sosiega este caminar por un terreno tan escarpado, sintiendo que el mar me rodea, escucho su rumor tranquilo, y me dirijo hacia la cima del Cabo Cebollero, en busca de algo que no sé muy bien que es. Pero la necesidad de llegar a la cabeza de la ballena se acentúa, por ver qué nos espera.
Pierdo la noción del tiempo, tal es la serenidad que me transmite este lugar, pero han debido pasar 10 o 15 minutos antes de llegar a la cima. En algún tramo no es fácil escalar la roca, hay que calcular en todo momento por donde se va a pasar después, ya que puedes encontrarte con que no puedes continuar, y entonces toca volver hacia atrás y saltar sobre otras rocas. Ya sólo falta subir por una rampa de vegetación y seguir la vereda que lleva a la punta de Sonabia.
Poco a poco vamos llegando a la cabeza de la ballena que ahora parece dormida. Casi corremos por la emoción de llegar al final del Cabo Cebollero. Nos quedamos un buen rato mirando hacia el norte: el infinito del Cantábrico, nos sentimos como exploradores que prontamente van a zarpar en su navío en busca de nuevos mundos. La calima hace más misterioso el azul del Cantábrico, el mar calmo invita al descubrimiento de otros mares. El espíritu viajero se intensifica ante este mar profundo que nos espera. Más allá, al sureste, ya en tierra firme, se encuentra el Alto de Cerredo que tuvimos ocasión de visitar en otras rutas de senderismo por Castro Urdiales.
Un leve movimiento de la ballena nos despierta del ensueño viajero y nos aventuramos por un camino en el que nos sorprende una caída a un acantilado espectacular. Al oeste, las vistas del Monte Buciero son extraordinarias, se ve allí a lo lejos como si fuera una isla en medio del Cantábrico, con esos colores extraños que tiene mezcla de bosque y de roca. Recuerdo las muchas rutas de senderismo que hicimos en otras ocasiones para ver este rincón de Cantabria desde otra perspectiva: la ruta a las Culminaciones del Monte Buciero, con vistas bellísimas a Laredo y a las marismas de Santoña o la ruta al faro del Caballo, espectacular e ineludible ruta para amantes del senderismo.
Pero la imagen de postal se presenta ante nosotros cuando giramos y vemos el Monte Candina majestuoso, con sus ojos del diablo mirándonos y recordándonos que en otro tiempo estuvimos allí, mirando hacia la ballena. Hoy es al contrario, y confirmamos una vez más que no nos cansamos de mirar hacia Candina, ni desde la playa de Islares, cuando nos damos un chapuzón y hacemos el muerto mirándola. Ni ahora desde aquí, subidos a esta ballena cuya cola estamos viendo, unida por campas a Candina. A lo lejos un camino que seguiremos en nuestra ruta que nos llevará a la playa nudista de Sonabia.
Y al suroeste, al otro lado de la cola de la ballena, la población de Sonabia, la Ensenada de Oriñón. Después de haber visto tantas veces la ballena desde la playa de Oriñón, ahora vemos Oriñón desde la ballena, y la perspectiva cambia, y la una es tan bella como la otra.
Algo inquietos por la subida de la marea, volvemos sobre nuestros pasos, parándonos todavía a fotografiarnos para quedarnos con un recuerdo de haber tocado por fin la ballena de Oriñón. Y también a apreciar las extrañas formas que adopta la roca kárstica. Ya casi en la cola de nuevo, miramos una vez más esta increíble ballena que creo que nos saluda lanzando agua hacia los aires desde su respiradero. Se ve que aprecia la presencia humana, cuando es silenciosa y amable.
Siguiendo la ruta de senderismo hacia la playa de Sonabia
Volvemos al prado desde donde parte un sendero hacia la playa nudista de Sonabia. Atrás queda la ballena que comienza a moverse y desperezarse, creo que permaneció inmóvil mientras corríamos por encima de ella para que no nos cayésemos. Ahora vuelve a jugar contenta esperando que la marea cubra su cola y ya sólo se vea su cabeza asomando.
Nosotros seguimos la trocha hacia el oeste, caminamos siguiendo la línea del mar y el acantilado, tras varios metros volvemos a mirar atrás y contemplamos la forma de ballena del Cabo Cebollero, tan evidente, tanto que impresiona tener una ballena tan cerca.
Nos acercamos por el sendero a Candina y los ojos del diablo se aprecian perfectamente. Atravesamos un pequeño pinar con algunos árboles negros por el incendio que le afectó el año pasado. Es triste ver un rincón tan bello así. Llegamos a una bifurcación y tomamos el camino de la izquierda, más empinado que el de la derecha. Allí se encuentra un restaurante y paramos a tomar unas cervezas que nos vienen de maravilla en este día de verano caluroso. Las vistas son buenas, pero los precios no tanto, son más bien abusivos, no animan a quedarse a comer, preferimos llevarnos un bocadillo y disfrutarlo en la playa de Sonabia.
En seguida llegamos al aparcamiento, y poco a poco, a cada paso se va descubriendo ante nosotros el asombroso paisaje dunar de la playa de Valdearenas, conocida como la playa nudista de Sonabia. Muchos bañistas buscan este rincón de paraíso para disfrutar sin nada encima. Aunque en la playa cada uno puede ir como quiera, vestido o desnudo. Lo interesante es quedarse toda la jornada gozando de estupendos baños en las aguas del Cantábrico.
En la playa de Valdearenas se termina nuestra ruta que comenzó en la ballena. Antes de bajar a la encajonada playa, nos quedamos un buen rato en el mirador. El Monte Buciero sigue pareciendo una isla desde aquí, parece que está lejos, pero por la autopista A8 se llega en seguida a Santoña, no sin antes atravesar el puente sobre las excepcionales marismas, otro bello paisaje que nos regala la Cantabria infinita.
Desde el mirador de la playa de Sonabia la gente se ve pequeña, algunos chapuzando felices con sus perros en esas aguas que ya nos están invitando al baño. Otros corriendo o paseando sus cuerpos al sol por el extenso arenal. Y lo magnífico de la playa de Valdearenas: el Monte Candina que casi podemos tocar, el lugar donde se encuentra la única buitrera de Europa al borde del mar, la más importante colonia de buitre leonado del litoral Cantábrico. Muchos senderistas eligen comenzar la ruta de senderismo a los ojos del Diablo por las dunas de Sonabia. Desde aquí podemos apreciar perfectamente el sendero que sube por Candina y las dunas cubiertas en parte por la vegetación.
No nos extraña nada que Mario Camus haya elegido la playa de Sonabia para rodar su película “La Playa de los Galgos”. Imagino a Carmelo Gómez corriendo con sus galgos por ella, un lugar perfecto para perderse.
Miramos de nuevo atrás y desde el mirador vemos el precioso acantilado que acabamos de recorrer en nuestra pequeña ruta de senderismo. La ballena se aprecia a lo lejos y el Cantábrico nos muestra ahora sus colores azules y verdes, se ve que la luz quiere jugar ahora con él, consiguiendo las mejores tonalidades.
Un chapuzón el la playa nudista de Sonabia
Bajamos por el sendero estrecho que lleva a la playa de Sonabia. Pienso que es complicado para las personas con movilidad reducida. Cada vez estamos más cerca y las ganas de bañarnos aumentan, sobre todo con este calor.
Llegamos por fin a la playa de Valdearenas, Candina es espectacular desde el arenal. Miramos arriba y casi no alcanzamos a ver la cima, la parte baja del monte está cubierta de vegetación, creando un contraste entre los verdes y los grises del relieve kárstico. A medio camino se alzan peñas altísimas que dan una idea de la verticalidad de Candina, además de mostrarnos los diferentes estratos de la roca.
Atravesamos toda la playa de Sonabia hasta acercarnos a la orilla del mar. Colgamos nuestra ropa en las rocas ásperas y corremos a darnos el baño deseado. Lo hacemos sin preliminares, lanzándonos a abrazar las aguas del Cantábrico sin pensar. Es tan delicioso y refrescante este chapuzón, que nos pasamos un buen rato cogiendo olas, haciendo el muerto y nadando. No hay que olvidar que la playa de Sonabia no tiene vigilancia y hay corrientes, por lo que no nos metemos demasiado adentro y nadamos con precaución.
Volvemos a la arena a hacer castillos entre las extrañas formas del relieve kárstico, que crean un paisaje extraño enmarcando el Cantábrico. Y en seguida volvemos al agua a refrescarnos.
Disfrutamos todavía un buen rato antes de irnos. En lugar de retomar el camino hacia el mirador, volvemos ahora por el sendero entre la vegetación que nos lleva al aparcamiento. Todavía tenemos que andar un poco antes de encontrar el parking donde dejamos el coche. Satisfechos por haber hecho esta corta pero estupenda ruta de senderismo de Cabo Cebollero a la playa de Sonabia, nos acercamos de nuevo a la campa desde donde vemos la ballena de Oriñón.
Nadie por aquí la llama Cabo Cebollero, las gentes siempre prefieren nombres poéticos para los lugares, y viendo la forma de ballena que tiene, comprendemos que se la conozca como ballena de Oriñón. Aunque yo estoy segura de que en realidad es una ballena vieja que un día decidió quedarse a vivir a orillas de la Ensenada de Oriñón, después de haberse quedado prendada del paisaje y del Monte Candina. Aquellos que se quedan pescando o contemplando el lugar durante horas, la han visto nadando por la ensenada e incluso asomarse a la playa de Sonabia. Yo les creo.
Consideraciones prácticas
Cómo llegar: hay dos opciones: Autopista A8 Islares-Sonabia: 9 km, 11 minutos. Y Carretera nacional N-635 Islares-Sonabia; 9 km, 15 minutos.
Atravesar el pueblo de Sonabia y seguir en dirección a la playa, a las afueras hay un aparcamiento donde dejar el coche para iniciar la ruta a pie. A unos metros se encuentra la ballena.
Recorrido no señalizado.
Tiempo: 15 minutos a la punta de la ballena o Cabo Cebollero, y unos 20 minutos hasta la playa de Sonabia, tranquilamente.
Difitultad de la ruta: fácil, excepto el acceso al Cabo Cebollero (dificultad media), a causa del terreno rocoso y de algunos pasos.
Consejos y precauciones:
En día lluvioso las rocas del Cabo Cebollero pueden estar resbaladizas. Y si hay viento y fuerte oleaje, mejor abstenerse, ya que el terreno no es fácil y hay acantilados.
Atención a los pasos y a las rocas afiladas en la Ballena, y por supuesto a las zonas de acantilado, no acercarse demasiado.
Desaconsejable para niños pequeños y perros.
¡¡¡Especial atención a las mareas!!!, ya que no se puede llegar a la Ballena o Cabo Cebollero si la marea está alta (los pasos se llenan de agua). Mejor empezar la ruta cuando la marea ya bajó un poco y recuerden que no se puede estar allí demasiado tiempo porque la marea sube pronto. Visiten las páginas de mareas de Cantabria y calculen la ida y vuelta.
Diana
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¡Qué bonita excursión y qué bien documentada! ¡Gracias!
El Giróscopo Viajero
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¡Gracias Diana! Realmente es un lugar precioso y una ruta que vale mucho la pena.
Nieves
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Con vuestras explicaciones dan ganas de salir corriendo a visitar la ballena. ¡Gracias!, intentaremos ir.
El Giróscopo Viajero
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¡Gracias Nieves! ¡cuidado con la ballena, no vaya a moverse! 😉
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