Berlín, una isla.
Berlín es una ciudad que encanta a la mayoría de la gente que tiene la suerte de visitarla. Cargada de historia, -muchas veces de terribles acontecimientos-, ha conseguido reinventarse y hoy, sigue siendo uno de los referentes culturales de Europa. A nosotros nos reconforta porque supone, como París, Londres, Amsterdam, Estocolmo y Madrid, ejemplos de metrópolis abiertas, donde gentes llegadas de todo el Mundo construyen sociedades sin esa identidad cerrada que tantos problemas crea. Grandes urbes, donde el populismo y el nacionalismo proliferan menos que en el resto de Europa, algo esperanzador. En estas capitales todo el mundo cabe, al menos por ahora.
El Berlín de la postguerra, tras su casi completa destrucción al final de la II Guerra Mundial, tuvo que reinventarse como una isla. Por un lado, como ciudad cercada por la versión corrupta y tiránica en la que acabaron las buenas intenciones del marxismo y el comunismo. Por otro, como ex-capital vencida de uno de los regímenes más atroces y salvajes de la humanidad, el nazismo. Berlín pagaba por tantos males provocados por tanta gente.
Al mismo tiempo, acabada la guerra, paradójicamente, el Berlín occidental y capitalista se convertía en tierra de libertad, de al menos más libertad, respeto y derechos humanos. Dudo mucho que los junkers prusianos inmersos en sus llanuras planas y húmedas, donde la niebla era el único atisbo de mar, imaginaran un Berlín isleño y separado del resto de Prusia. Menos aún los ideólogos despiadados del nazismo. Los nuevos tiranos cercaban entre todos la ciudad con un muro de hormigón y acero. Durante más de 40 años, entre 1950 y 1989, así fue, hasta que el Muro cayó como un muñeco vacío y podrido. Berlín, una isla. El Berlín aislado, el Berlín rodeado, fue un laboratorio social, un campo abonado para las vanguardias y los proyectos más arriesgados. Despojado de su rango de capital y de su importancia económica, Berlin se transformó en un referente ideológico y cultural. Para el arte en general, para la pintura, la música, la literatura, para la política después, con Willy Brandt, pero también en la arquitectura.
Para la música, Berlín fue, -con Nueva York y las ciudades británicas hundidas por el Thatcherismo y la crisis industrial- un catalizador. Fue un revulsivo realista y oscuro, que puso fin al flowerpower de la esperanza, del hedonismo colorido y sinfónico. Berlín oscuro y preapocalíptico donde la música de extranjeros transformó el rock virtuoso, en punk descarnado; el pop delicado, en sonidos industriales, decadentes y postmodernos. Todo ello, en el decorado postindustrial y crepuscular de un Berlin de fin del mundo. Lou Reed, Iggy Pop, David Bowie, Nick Cave y tantos otros han vivido durante años en el Berlín de finales de los 70 y 80, cuando la dictadura de la RDA aún parecía que perduraría mucho tiempo. Berlín les marcó y ellos marcaron la ciudad. Como Pink Floyd, con su The Wall, protesta contra todas las dictaduras. Berlín fue un referente para el rock y el pop. Muchas décadas antes, de igual manera, lo había sido para la arquitectura.
Hansaviertel urbanismo humanista.
La arquitectura no significa únicamente construir edificios. La arquitectura es un compendio de la sociedad, de sus proyectos, sus ambiciones, sus derechos y sus prioridades. Otro crisol donde observar el nivel de civilización. A principios de siglo XX, surge en Alemania, en Austria, en Escandinavia, Francia y los Estados Unidos, una revolución arquitectónica y urbanística. Su principal argumento será el que la función y la utilidad sean tan importantes, o más, que la propia forma y la estética. Este movimiento se preocupará más de las personas que vivirán en los edificios que del propio aspecto artístico del edificio. Abogará por dar derechos y libertades a los ciudadanos gracias a una planificación urbana mucho más racional y mucho más humanista. La fachada perderá valor y el interior lo ganará. Luminosidad, comodidades, practicidad, utilidad, calidad de vida comenzarán a ser la parte más importante del trabajo de urbanistas y arquitectos. Y todo gracias a nuevos materiales y nuevas técnicas constructivas.
Hoy todo eso puede sorprendernos ya que volvemos a vernos inmersos en un tiempo donde la apariencia es lo más importante. Ante esa búsqueda de grandiosidad, cuya punta de lanza son los skylines de las urbes asiáticas, donde los rascacielos quieren romper el cielo, las modestas fachadas de los bloques de edificios del barrio de Hansaviertel parecen ridículas. La mentalidad ultracapitalista del postomdoernismo norteamericano o esa terrible mezcla gregaria y autoritaria ultraliberal, que es el comunismo chino y las autocracias del Golfo, dejan al ser humano siempre en último lugar. Por suerte no siempre fue así, lo que puede darnos la vana esperanza de que las cosas cambien algún día, de nuevo.
Buena parte del movimiento moderno/internacional que unía al mero trabajo constructor, toda una filosofía, una ideología, surgió en Berlín. Para entenderlo mejor, recordemos a Walter Gropius fundador de la Bauhaus y uno de los primeros ideólogos del movimiento moderno en Alemania. En la efervescencia de la primera postguerra, tras la hecatombe de la I Guerra Mundial y la Revolución comunista de 1918, se funda, un año después, la Escuela de la Bauhaus. Esta institución será un faro para el diseño, el mobiliario, el urbanismo y la arquitectura de principios de siglo. Su visión completa, global y la espectacularidad del elenco con el que contó, marcan un antes y un después para la arquitectura y el arte del siglo XX. Un laboratorio vanguardista, en pintura, diseño, fotografía, urbanismo y, por supuesto, arquitectura. Gropius reúne a Oskar Schlemmer, Vasili Kandinsky, Paul Klee, Feininger, Itten Marcel Breuer, Marianne Brandt, Mies Van der Rohe, Moholy-Nagy, Josef Albers… Hoy, el edificio museo de la Bauhaus-Archiv rinde homenaje a la historia de una escuela seminal (1919-1933) de la arquitectura contemporánea que, obviamente, también sufrió el horror nazi. Fue ejemplo de las mejores intenciones de la República de Weimar, y así fueron acosados y perseguidos, por los movimientos autoritarios y populistas que tomaron el poder en Alemania. Exiliados primero en Dessau, después en Estados Unidos, los miembros de la Bauhaus impulsarán la nueva arquitectura norteamericana y sólo algunos volverán a Alemania.
Un sueño en mitad de la Guerra Fría.
Pero, centrémonos. Berlín, barrio de Hansaviertel. Un proyecto urbanístico creado entre los meandros del Spree y la zona centro de Berlin, Mitte. El gran Parque del Tiergarten y la Puerta de Brandemburgo, separan Hansaviertel del centro urbano. Es el barrio más pequeño de todo Berlín, pero es una maravilla del urbanismo y la arquitectura. La zona había sido arrasada durante la II Guerra Mundial y no fue reconstruida hasta finales de los años 50. Los motivos son variados, por un lado, la influencia de la Escuela de Bauhaus convertida en Movimiento Internacional gracias a Gropius, Van der Rohe, Frank Lloyd Wright, Le Corbusier, Neutra, Aalto, Jacobsen, Hans Scharoun, Saarinen… Por otro lado, un movimiento del otro lado del telón de acero que hizo que la política de bloques se trasladase al campo de la arquitectura y el urbanismo. La gran obra de la Avenida Karl-Marx-Allee que organizaba una arteria colosal en Berlín Este, obligó a los dirigentes de la RFA a contraatacar demostrando la superioridad de su sistema. Sin embargo, y, por una vez, quizá por la falta de espacio, medios o, quizá porque prevaleció la opinión de los modernistas, el proyecto que Berlín Oeste ofreció a sus conciudadanos fue mucho más humano y menos espectacular que la tremenda avenida Karl Marx. La ciudad de Berlin planificó un proyecto urbanístico donde colaborarían parte de los más grandes arquitectos de la época, cada uno edificando un bloque de apartamentos.
En 1953 se abre un concurso para urbanizar el barrio y en 1957 algunos de los edificios ya se presentan durante la Exposition de arquitectura Interbau 57. La lista de arquitectos incluía a lo más granado de la época: el finlandés Alvar Aalto, los alemanes Egon Eiermann, Sep Ruf y Walter Gropius, el brasileño Oscar Niemeyer, el danés Arne Jacobsen, arquitectos franceses y suecos… Una ciudad dentro de la ciudad, una isla dentro de la isla. Un lugar tranquilo y calmado, un sueño, dentro de muchas pesadillas.
El barrio tomó el nombre de la Hansa, la asociación de ciudades comerciales que dominó el comercio del norte de Europa en el siglo XIV. El complejo incluía dos iglesias, un pequeño centro comercial, una biblioteca, un teatro, una estación de metro y 36 bloques de edificios, cada uno encargado a un arquitecto o estudio. Amplios espacios verdes, avenidas abiertas, parques, pero también espacios comunes en los bloques de edificios. Una gran diversidad, pero con los elementos comunes representativos del movimiento moderno: Nuevos materiales, hormigón, acero, vidrio; plantas ortogonales y techos planos; fachadas sobrias dominadas por inmensos ventanales que crean espacios interiores diáfanos y luminosos; escala humana y atención a las necesidades de los habitantes, e integración del edifico en un todo urbanístico. Ahora, con el paso del tiempo, con la popularización de muchas de estas propuestas, estos edificios pueden parecernos simples, comunes, pero en su tiempo fueron francamente revolucionarios. Pensados como un todo, pensados, sobre todo, para las personas que vivían en ellos, para que los espacios fuesen suficientes, la luz agradable, la comunicación adecuada. Para poder descansar y disfrutar del ocio.
Después, los grandes barrios de bloques de edificios, mal planteados, realizados con materiales de baja calidad y la vista puesta en la especulación, sin ninguna planificación global, pero siguiendo rutinariamente las líneas arquitectónicas, se asociarán al movimiento moderno. Son las “barres ou tours de banlieu” de Francia, Alemania o Gran Bretaña, los bloques de edificios sin alma del desarrollismo español o italiano. Los mismos que copió la arquitectura «socialista» del otro lado del telón de acero, sin embargo, muchísimo más rica, vanguardista y variada.
Como un chiste desafortunado, estos bloques de edificios, copiados sin ton ni son, apilados y alejados de los centros urbanos, pasaron a ser la imagen de los guettos de las ciudades de Europa, donde vivían quienes no tenían otra opción y pocos recursos económicos. En los 80 fueron los lugares donde proliferó la droga, la delincuencia y después el terrorismo y muchas ideologías antidemocráticas. Pero son las causas socioeconómicas y políticas las culpables, no el proyecto urbanístico original, del cual Hansaviertel es un ejemplo. No en vano, las mejores realizaciones actuales, los llamados ecobarrios, han seguido mejorando la esencia del moviendo moderno.
Nuestro Hansaviertel.
Volvamos al sueño. Esta vez al nuestro. Nosotros recorrimos Hansaviertel en simples bicicletas, de esas que aún se pueden alquilar en Berlín por unos pocos euros. Movidas por nuestras piernas sudorosas, en un verano completamente mediterráneo, descubrimos Hansaviertel cuando el sol ya declinaba. Un barrio tan tranquilo como levemente normal. Ninguno de los edificios arbolaba neones ni arabescos. Muros de homigón y cristal, combados, ondulados, como las leves olas de los lagos de Prusia o de Escandinavia. Edificios de apartamentos, pero no rascacielos, bloques paralelepípedos, pero espaciados, dotados de grandes extensiones verdes donde los conejos pastaban tranquilos, tan tranquilos como los paseantes escasos, que recorrían un barrio donde sigue viviendo gente normal. Nada grandilocuente, un barrio normal, que no destacaría a no ser por los pequeños carteles, que indican que fueron mentes pensantes, filósofos de la arquitectura más vanguardista los que los ingeniaron y construyeron. Filósofos del espacio y de los materiales, que soñaban, con acierto o error, en soluciones que mejorasen la vida de la gente. Sólo por intentarlo merecen nuestro respeto.
Un silencio agitado era un rumor hueco. El de la ciudad que a lo lejos vibra tras las copas de los árboles. Tras la dorada Victoria de la columna triste, de ese Berlin que encanta, porque parece ser una de tus casas. El día iba terminando y la animación del centro, los biergarten de Kreutzberg, los puentes inundados de jóvenes que beben cerveza y conversan, que comen pizzas o kartoffel, nos llamaban como cantos de sirena irrechazables. Pero nos fuimos con pena, por no contemplar las realizaciones de tantos genios más que desde el exterior. Por no poder apreciar la experiencia de la vida que se vive en cada uno de esos apartamentos, diseñados para familias, para parejas, para estudiantes. Por no poder aprender más de toda esa sencilla simplicidad que deja fríos a tantos visitantes, que jamás detienen sus pasos en ese pequeño sueño de la arquitectura.
Nos quedó la sensación de que la isla sigue existiendo, de que Berlín es una isla en mitad de un mar agitado, una de esas islas donde aún se puede vivir y que, poco a poco. van siendo sumidas por un Leviatán colérico e irracional compuesto de gente que deja de ser gente.
Mapa de la localización del barrio de Hansaviertel en Berlín.
Elian
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Hermosa experiencia y emoción al leer este artículo. Te felicito, colega. Has hecho un bello trabajo, aunque admito que me hubiese gustado poder ver un vídeo de esa recorrida en dos ruedas! ¡Un saludo grande!
El Giróscopo Viajero
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¡Muchas gracias Elian! encantado de que te haya gustado el artículo. La próxima vez video, jeje. ¡Un saludo!
Fabiana
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No necesité de un video. La descripción, no solo me transportó
al lugar sino que además creí estar en 1957. Fabuloso. Gracias!!
El Giróscopo Viajero
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Encantados de haberle podido transportar a aquella época. ¡Un saludo!
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