Ciudad de México es una de nuestras ciudades preferidas. Su densidad de población la hace parecer un país, con más de veinte millones de «chilangos» (así llaman a sus habitantes), poblando esta colonia de hormigas. Cada vez que volvemos sacamos un hueco para descubrir nuevos rincones, porque más allá del DF del Zócalo, el barrio de Coyoacán, la casa de Frida Kalho o los canales de Xochimilco -todos ellos de innegable belleza- hay otra Ciudad de México, donde los ritmos son más auténticos, menos turísticos y donde nos gusta perdernos. Las aventuras nos han llevado hasta el Desierto de los leones, a repetir en la taquería de los machetes de la colonia Guerrero o a hacernos seguidores fieles del maestro taquero «El movidas».
Por eso cuando las estrellas se alienaron para acercarnos a conocer el Mercado de Abastos de Ciudad de México, el más grande de América, afilamos los colmillos .
Historia de la Central de Abastos
Cuando los mercados de la Merced o Jamaica entre otros se fueron quedando pequeños para la creciente demanda de la megápolis de DF, la construcción del mercado de abastos concentró la demanda de mercancías para mayoristas (mayoreo) . A esta zona se le llamaba “la boca de lobos”, y es que la ausencia de luz hacía que cuando caía la noche todas las sombras fuesen amenazantes en esta parte de la delegación de Iztapalapa, donde en 1982 se abrió el mercado con el diseño del arquitecto y pintor mexicano de ascendencia judío-polaca Abraham Zabludovsky Kraveski . La construcción del edificio supuso una reordenación de la antigua zona de chinampas (islas artificiales cubiertas con tierra, donde se cultivaban. No olvidemos que Ciudad de México era una inmensa laguna que se fue drenando).
La Central de Abasto del Distrito Federal de México (comúnmente conocida como la Central) es la más extensa de Latinoamérica. Es un mercado para mayoristas pero son muchos los consumidores finales que vienen aquí a hacer sus compras atraídos por sus insuperables precios. Aunque es difícil contar las abejas de una colmena, dicen que cada día más de 350 mil personas acuden al enjambre, y que en los días previos a las fiestas, especialmente las de Navidad, es medio millón de personas la congregación de compradores y vendedores. Las cifras son vertiginosas, pero en una ciudad con veinte millones de bocas, no es extraño que en sus 327 hectáreas (la equivalencia de 327 campos de fútbol) se mueva el 30% de la producción de frutas y verduras de México, unos 11 millones de toneladas de mercancías.
Si hubiese un medidor para evaluar la inflación y los precios en DF sería el Mercado de Abastos, que con su oferta y demanda marca los precios del resto de mercados subsidiarios que distribuyen a su vez la mercancía.
Todos los caminos de México llevan al Mercado de Abastos, los camiones llegan de todo el país, Hidalgo, Oaxaca, Puebla, Morelos, Michoacán o Veracruz surten como graneros a Ciudad de México.
En el Mercado de Abastos no hay clases, y chefs de restaurantes, propietarios de pequeñas tiendas en barrios periféricos de la capital o gente pudiente acude consciente de que aquí está el producto de más calidad. Y todos ellos, incluidos nosotros debemos apartarnos cuando el silbido de los diableros nos alcanza, o la expresión «ahí va el golpe» que lo dice todo.
Hoy en día el mercado está adaptado para la visita, con aparcamientos sobre el mercado, ya que el perímetro es territorio de los camiones de descarga y por los diableros.
Visita al Mercado de Abastos
Hay lugares donde viven diablos, y hay lugares donde los diablos te pueden arrollar como haces de luz que de gestos vertiginosos discurren en laberintos donde extraños como nosotros pierden la brújula. Lo primero que aprende el ignorante visitante es que esos conductores de carretillas reciben el nombre de diableros y que la herramienta que llevan cargada hasta donde el límite físico permite se llaman diablitos.
Así que diableros y diablitos se fusionan como carne y uña, en un oficio que se aprende con la experiencia de cualquier artesano, porque más allá de la primer juicio acerca de su temeraria conducción, apenas unos minutos observando como discurre la vida de los diableros, basta para comprender que no es fácil serlo. Pero, ¿Cuantos diableros hay en este particular infierno? Se estima que son diez mil los carretilleros activos, cada uno portando su diablito numerado.
La figura del diablero tiene su precedente en la sociedad prehispánica, en la que el tlamam (nombre en lengua náhuatl que luego derivó en tameme ) era una especie de porteador de los guerreros, educado para ello desde niño, en un contexto en el que no existían animales de carga domesticados. La llegada de los españoles significó la adopción del oficio, esta vez en un estado de servidumbre y semi esclavitud.
Los tameme (hoy un vocablo ofensivo) cargaban en sus espaldas más de veinte kilos, mientras que los diableros mueven sobre sus diablitos entre 700 y 800 kilos, en un ejercicio de equilibrio asombroso. Cuando el cargamento de un diablito cede y se derrumba más vale no estar cerca. El estruendo es grande pero el peligro es más preocupante si la carga no es de un bulto de algodones precisamente.
Aquí se cobra por transporte realizado, de modo que la rapidez es el contador que marca el salario. La velocidad y la pericia con la que circulan es tan vertiginosa que sorprende como no hay más daños que simples golpes o atropellos de pies.
Prohibido sacar fotos
En el Mercado de Abastos sacar la cámara es como desenfundar en el viejo oeste. Todos los ojos se detienen atentos al click de la foto, y es que en los últimos tiempos las cámaras de fotos y los móviles son usados como chivatos para que delincuentes fichen donde , cómo y cuanto dinero se mueve entre los comerciantes, y ser motivo de secuestro express. El volumen de dinero que se mueve solo es superado por la Bolsa Mexicana de Valores, alcanzando los 7.100 millones de euros cada año.
Por eso el viajero corre el riesgo de ser confundido con un delincuente y las miradas de los comerciantes, antes puestas en la venta, se clavan amenazadoras en el objetivo de nuestras cámaras. Como si salieran de la nada, vigilantes del mercado, de incógnito pero acreditados se acercan para pedirnos que no saquemos fotos. No es fácil convencerles de que somos viajeros, turistas extranjeros atraídos por la marabunta y el colorido del mercado, y después de diez minutos conversando el recelo aún persiste. El mejor consejo es siempre preguntar antes de sacar fotos, y sobre todo no retratar a los vendedores, centrándonos en su mercancía.
Dicen que fue el diablero más viejo, Waldo López, el «chavo» (que ya con cuatro años estaba empujando una carretilla) el que inventó la rampa acoplada en los diablitos, como la revolución para evitar las caídas del material transportado, creando «ríos» de zumo de fruta y tomates machacados. Su ingenio permitió casi patentar sus diablitos, que hoy vienen marcados con su nombre.
Los diableros avisan, pero no paran, así que además de mirar a todos los lados, conviene agudizar el oído ante los silbidos, señal de que un diablero se acerca. En ese momento -tan frecuente que no tiene pausa- la gente se aprieta a los lados, tratando de encoger los pies para que las ruedas con varios centenares de kilos de transporte no nos pasen por encima.
Puesto a puesto el color, la variedad de productos y el ambiente hipnotizan. Perfectamente ordenados, mil tipo de chiles, legumbres, hortalizas, enseres, flores, carnes, pescados, mariscos, abarrotes (todo tipo de productos que en España se encontrarían en una tienda de ultramarinos) etc… se colocan para cautivar al comprador.
La Central de Abastos nunca duerme (abre 24 horas, los 365 días del año), de hecho a las diez de la noche llegan ya los camiones repletos de mercancía, y a las tres de la mañana la subasta fija los precios de venta en función de la oferta y la demanda. Después, los puestos que han adquirido el producto montan y organizan la mercancía para tener todo preparado al amanecer.
Es frecuente alquilar los servicios de un diablero, que sigue las indicaciones de productos y que como pez en el agua se mueven mejor que nadie para encontrar el carrito de la compra solicitado.
Central de Muros
Otro de los atractivos de la Central de Abastos son los murales que rodean las fachadas exteriores, una idea creativa que siguiendo la tradición histórica del muralismo mexicano, es una exposición de arte al aire libre. Algunos ocupan extensiones de hasta veinte metros de largo, con motivos que van desde lo fantástico a los homenajes a los trabajadores de la Central de Abastos. Tanto para los visitantes como para los diableros los murales alegran el ambiente y la vista.
El proyecto «Central de Muros» surgió a raíz del 35 aniversario de la construcción del Mercado de Abastos, proyectando 48 murales de grandes dimensiones, obra de prestigiosos artistas de arte urbano como Yael Medrez, Hows, Sebastián Romo, Aline Herrera, Aeruz, Pastel, Diana Bama, Senko One, Trash Aeme, Mike Maese, Kenta Torii y el colectivo muralista Meiz.
Seguridad en la Central de Abastos
Es raro que haya situaciones de inseguridad dentro ya que hay cámaras de vigilancia, policía y personal del mercado que vela por el cuidado. Aún así puede haber carteristas, de modo que mejor ir atento al bolsillo.
Consejos para la visita
La mejor hora para visitar la Central es por la mañana entre semana. De 18:00 a 22:00 hrs. se cierra para la limpieza y suministro, y de nuevo a partir de las 22h. puedes entrar de nuevo.
Cómo llegar a la Central de Abastos
Además de en coche privado y aparcar en la zona del techo habilitada se puede llegar con el autobús #CEDABUSCDMX, que conecta la Central con las estaciones Apatlaco y Aculco. En metro las líneas Aculco y Apatalco de la línea 8 del Metro son las mejores opciones.
Mapa del Mercado de Abastos de Ciudad de México
Direción Avenida Canal de Río Churubusco s/n. Esq. Canal de Apatlaco, Colonia Central de Abastos de la Delegación Iztapalapa
C.P. 09040 Teléfono 5694 6099