Llegamos a Baden Baden después de nuestro primer día arriba y abajo en el parque de atracciones Europa Park. El nombre de Baden Baden fue durante décadas un sinónimo de lujo, de exclusividad. La elección como zona de veraneo de emperadores, reyes y príncipes de las monarquías europeas en la segunda mitad del siglo XIX, -atraídos por las aguas termales, el casino y el agradable clima estival- significó la eclosión de la pequeña ciudad. Artistas, pintores o compositores como Franz Liszt, Brahms o Clara Schumann pasaban temporadas aquí, buscando inspiración o mejorar su salud en los balnearios de la ciudad..
Baden Baden atrae al turismo de lujo, principalmente a aquellos que invierten comprando propiedades, y no es extraño que se mezcle el babel de idiomas ruso o árabe, con millonarios amantes de las compras selectas, el sonido de la ruleta del casino y las carreras de caballos que se celebran tres veces al año en el Hipódromo de Iffezheim.
Ello no significa que el resto de mortales no podamos disfrutar del simple placer de pasear por su centro histórico de insignes edificios, o disfrutar de los baños termales cuyos precios precisamente son perfectamente asequibles y para nada caros.
Kurhaus. El casino de Baden Baden
En la puerta del Kurhaus nos esperaba nuestra guía, Iris con su amplia sonrisa, dispuesta a enseñarnos el edificio más célebre de Baden Baden, el casino.
Desde su construcción en 1821-1824, el Kurhaus ha funcionado como uno de los casinos de mayor prestigio. Es famosa la frase que ha quedado para la posteridad, pronunciada por la bella actriz Marlene Dietrich, afirmando que sin duda era «el casino más bello del mundo«.
De lo que no hay duda es que su elegancia, ambiente, y decoración son una invitación para viajar a la Belle Epoque europea. En el interior se van sucediendo inmensas salas donde cuelgan lámparas majestuosas, mientras las esculturas refinadas vigilan a sus húespedes.
La ejecución del edificio es obra del arquitecto Friedrich Weinbrenner, cuya gran mayoría de obras podemos verla en Karlsruhe, donde puso en práctica su gusto por las formas neoclásicas.
El casino no sólo es un lugar donde apostar, si no punto de encuentro de la élite, primero aristocracia, luego burguesía, y actualmente anfitrión de quién desee tentar la fortuna. Además aquí se desarrollan todo tipo de eventos, conciertos de la Filarmónica de Baden-Baden, cocktails y charlas.
Nosotros comenzamos la visita siguiendo los pasos de Iris, que nos explica que sólo se permite conocer las salas interiores por la mañana, ya que por las tardes permanece cerrado a los turistas, y sólo los que vienen a jugar pueden entrar bajo estrictas normas de etiqueta. Entonces la ruleta comienza a girar y se escucha el no va más (‘rien ne va plus’). Los croupiers manejan los tiempos en las mesas de poker y blackjack y la alegria y la tristeza se balancean sobre una delgada línea.
Por la tarde, los candelabros de gas de los jardines del Kurhaus se siguen encendiendo manualmente de uno en uno. A unos pasos, otro de los monumentos más importantes, el Trinkhalle, construido entre 1839 y 1842 con forma de corredor abierto, columnas corintias en un lado y frescos en el otro.
Por la galería del Trinkhalle (hoy en día oficina de turismo) paseaban, o se exhibían las damas con los vestidos de moda, mientras sus avariciosos maridos apostaban o se arruinaban en el casino. Uno de esos maníacos obsesivos del juego fue el gran escritor ruso Fiodor Dostoievski, autor de la novela «El jugador». Narra la historia de su alterego Alekséi Ivánovich, que en la ficticia ciudad de Roulettenbourg (a la postre la misma Baden Baden) se deja llevar por la fiebre de la ruleta en el casino.
Escrita en menos de un mes, la obra que salió de la frenética mente de Dostoievski, surgió de la amenaza de su editor que le urgía a acabar el libro. Dictada por el novelista, y plasmada por su taquígrafa Anna Grigórievna Snítkina, es casi un reflejo de las penurias que pasaría después cuando, ya casado con Anna, apostó y perdió todo -incluidas las pertenencias de su mujer- en el casino de Baden Baden. Se dice que gracias a ella salió poco menos que escapando para que no terminase aún más arruinado.
Dejamos el casino y el Trinkhalle atrás para sumergirnos en el casco histórico, sorprendentemente ajeno a la destrucción de los bombardeos aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Quién sabe si es casualidad, o los mismos que antes y después de la guerra compartieron los salones del casino pactaron salvar de la barbarie lugares comunes de la alta sociedad.
A lo lejos divisamos los restos del Altes Schloss, el antiguo castillo que data del 1102, sede del poder del Margraves (marqués) de Baden Baden durante cuatro siglos. Derruido entre el bosque su imagen se antoja bucólica, siendo un lugar muy apreciado por las vistas de la ciudad y del Valle del Rhin.
Algo hace que los rincones ocultos de Baden Baden nos atraigan sobremanera. Pequeñas plazas como Baldreit, donde estuvo en la Edad Media un hospital para necesitados y transcurre alguna de las leyendas narrada en los murales del Trinkhalle. Hoy en día se encuentra una taberna y el archivo de la ciudad. Recogida, oculta a los ojos y con las enredaderas de hiedra recubriendo la fachada nos proporcionan paz mientras recorremos los recovemos, hasta desembocar en la Iglesia Stiftskirche, en una explanada donde antes se celebraba el mercado.
Unos ladrillos de coloridos señalan en el pavimento gris el perímetro de las termas romanas de Caracalla, excavadas y que se pueden visitar a través de la entrada en la calle Steinstraße, o el parking del balneario de Friedrichsbad.
Después de entrar a la iglesia para admirar el colorido de las vidrieras descendemos las escaleras hasta la fuente Fettquelle ( fuente de grasa) cerca de la Romerplatz, cuyas aguas son apreciadas por su capacidad curativa. Sin embargo la alta temperatura con la que surgen hace que la tentación se quede en eso.
Retomando el camino hacia las calles peatonales del centro reparamos en un busto de Dostoievski es lo que fue su morada durante el tiempo que pasó en Baden Baden.
Súbitamente se nos aparece la estatua inmensa en honor al canciller Otto Fürst von Bismarck, que en varias ocasiones acudió a Baden Baden. Curiosamente el reconocimiento como ciudadano ilustre choca con la prohibición temporal del juego y las apuestas que hizo durante su mandato.
Nuestra ruta nos lleva de nuevo junto al río Oos, a la alameda Lichtentaler Allee que además de un paseo agradable, es una sucesión de bellos edificios entre los que destaca el Teatro y Ópera (muy similar al de París pero más modesto), El Museo de Arte y Técnica del siglo XIX, la Galería Estatal, el Museo Frieder Burda con muestras de arte contemporáneo, y algo más alejado el Stadtmuseum (Museo de la ciudad).
Nos despedimos de nuestra guía Iris y ya con hambre elegimos un restaurante típico para degustar uno de los platos más conocidos de la gastronomía de la región, la Flammkuchen . A primera vista recuerda a una pizza, con una fina masa de pan, a base de harina y agua, con cebolla, panceta y nata líquida, y cocida en el horno.
Relax en las termas Caracalla
Después de comer recorrimos el breve espacio -apenas cinco minutos andando- entre el centro donde están la mayoría de restaurantes, y las termas de Caracalla. A la derecha está el museo de Carl Fabergé, mundialmente conocido por sus joyas y especialmente por los característicos huevos.
En la entrada todo está preparado para nuestra visita. Ya en bañador las termas nos esperan: hamman, sauna, piscinas con agua a diferente temperatura, chorros, corrientes…y acabamos en la piscina exterior donde el frío (o fresco de finales de abril) en la cara contrasta con la temperatura cálida del agua.
Concurridas casi a cualquier hora del día, las termas de Caracalla reciben a locales y turistas que disfrutan de la terapia ya instituida desde tiempo de los romanos, que como los huéspedes actuales ya supieron apreciar el valor terapéutico de las aguas termales.
Con el cuerpo relajado tomamos rumbo a nuestro alojamiento a las afueras de Baden Baden, el Hotel Forellenhof, al pié de la Selva Negra. Un breve paseo por los alrededores nos permitió ser absorbidos por la frondosidad de los bosques del Schwarzwald. En los riachuelos pululan las truchas que un rato después acabaron en nuestro plato. De hecho hasta este tradicional Hotel Rural llegan no sólo huéspedes, si no gente de fuera simplemente para cenar en su restaurante, cuyas propuestas gastronómicas típicas de Selva Negra nos sorprendieron gratamente.
Gracias a la hospitalidad a la iniciativa turística de FlyBaden, a las oficinas de promoción y turismo de Selva Negra (Schwarzwald) y de la Ciudad de Baden Baden; y por supuesto al Waldhotel Forellenhof que nos permitió dormir.
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