Tras las huellas del rinoceronte de Durero

Grabado del rinoceronte de Durero
Grabado del rinoceronte de Durero

«La expresión suprema de la belleza es la sencillez» Alberto Durero.

A Madrid me han llevado las huellas de uno de los cuadros (grabado mejor dicho) que más curiosidad de infancia me despertaba: el «rinoceronte» de Durero.

Aún no tengo claro porque me ha despertado esta admiración. Supongo que es una mezcla de trazos de juventud que van desde las novelas de aventura de Verne y Salgari, pasando por las desventuras de los viajeros europeos por África como Stanley o Livingstone, o por el exotismo de la lectura de las mil y una noches.

Marco Polo también aportó con sus dosis de fantasía del Libro de las Maravillas  que dio lugar a uno de las mayores difusiones de fantasía mitológica de la historia.

La cuestión es que de viaje por Madrid estos días tenía claro que no podía perderme los trazos de este animal que durante siglos (desde los romanos hasta que llegó el primer espécimen de rinoceronte indio a Lisboa en 1515) fue un gran desconocido en Europa.

El grabado se expone en la Bibilioteca Nacional, dentro de una colección de grabados del artista germano. Merece aprovechar la ocasión ya que el rinoceronte de Durero forma parte de la colección del British Museum.

Durero trató temáticas muy diversas en sus grabados, desde la religiosidad a los fastos del imperio de Maximiliano (como el Carro Triunfal), pasando por escenas mundanas o excéntricas como el nacimiento de un cerdo malformado en los albores de la llegada del año 1.500, cuando una serie de epidemias y desastres naturales animaron a los más catastrofistas a vaticinar el fin del mundo.

La historia del rinoceronte

El sultán de Gujarat, Muzaffar II, a través del gobernador de la India portuguesa, Alfonso de Albuquerque, embarcó en Goa al rinoceronte como presente al rey Manuel I de Portugal. Pensemos que en esta época la ruta de las especies, abierta por los portugueses, significó un denso flujo comercial que incluía regalos diplomáticos y a menudo exóticos.

Ciento veinte días después, y tras una travesía que lo llevo a surcar la ruta del Cabo de Buena Esperanza, el capitán Francisco Pereira Coutinho llegó a Lisboa con dos buques, desembarcando al rinoceronte en las cercanías donde se estaba alzando la Torre de Belem. De hecho varias gárgolas de la torre tienen la forma del «unicornio hindú».

El rinoceronte pese al duro viaje llegó en buenas condiciones (exceptuando la posible dermatitis que se desprende de los bocetos de la época donde el animal parece que tiene costra en algunas partes del cuerpo) y se transportó a la Casa de las Fieras del Palacio de Ribeira. Un mes después el rey, fascinado por la descripción de Plinio el Viejo -que consideraba al elefante y al rinoceronte enemigos íntimos-, montó una lucha entre las «bestias». La lucha encarnizada no tuvo lugar porque el elefante huyó despavorido ante los histriónicos gritos del populacho que jaleaba la batalla.

Con el objeto de consolidar el favor papal de las conquistas territoriales del imperio portugués en Asia, el rey de Portugal, Manuel I, envió el animal como presente al Papa León X, siguiendo el ritual que ya había iniciado anteriormente con el obsequio de un elefante blanco que el Papa llamó Hanno. Sin embargo, el rinoceronte murió en 1516 durante el naufragio del barco que lo transportaba, junto a la costa italiana, en Portovenere, en el golfo de Génova.

Aunque se recuperó su cuerpo y fue disecado y rellenado con paja de nuevo en Lisboa, cuando llegó a Roma ya no consiguió despertar las expectativas generadas. Su rastro se pierde en la historia y nunca se supo si los Medici se hicieron con él o desapareció en el saqueo de Roma de 1527.

Pero más allá del destino del rinoceronte lo que nos lleva al caso es el grabado de Durero…..Volvamos  a Durero:

Valentin Ferdinand, pintor moravo afincado en Lisboa traza un boceto y detalla unos apuntes que envía  al humanista Konrad Peutinger de la escuela de Nuremberg, que a su vez se lo hace llegar a Durero.

A partir del grabado de Durero que nunca vio in situ el rinoceronte, se reprodujeron durante tres siglos más rinocerontes a partir de un dibujo que reproducía de forma irreal al animal asiático. Las imprecisiones anatómicas que plasmó Durero no se contrastaron y el grabado pasó a formar parte como fuente fidedigna de manuales, de como era un rinoceronte, hasta el siglo XVIII.

Sin duda estamos hablando de una intoxicación de gran calado que promovieron artistas insignes, grabadores y zoologos que no dudaron de las formas dibujadas por Durero.

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