La luz que buscaban los impresionistas sigue presente en el tercer día de nuestro viaje a la Provenza y la Costa Azul. Es una luz especial, intensa, que hace que los colores sean más vivos, centelleantes. La misma que nos regaló el día de ayer en nuestro recorrido por Niza. No hace más que aumentar nuestro deseo de descubrir esos lugares de la Riviera francesa en los que algunos pintores decidieron quedarse para siempre.
Amanece en el precioso pueblito provenzal donde nos alojamos, Saint Jeannet, situado a los pies de un acantilado, con vistas al Mediterráneo, ¡todo un privilegio!. Además está bien situado para llegar a algunas de las ciudades y pueblos más interesantes de la Provenza y la Costa Azul, sin necesidad de perderse con el coche todos los días en una gran urbe. Niza, Vence, Saint-Paul de Vence, Grasse, Cannes, Eze, Mónaco,…todo está a un paso. Además la atención de nuestros anfitriones es muy buena, y esos desayunos con mermeladas, yogures y postres caseros, ¡una auténtica delicia!.
En nuestros planes para hoy está la visita de dos de las ciudades más visitadas de la Costa Azul: Mónaco y Montecarlo. Una buena parte del trayecto lo hacemos por autopista, desde Saint Jeannet sólo hay unos kilómetros hasta poder tomarla, y en menos de una hora llegamos a la ciudad de Mónaco. Aunque un trozo del recorrido lo hacemos por la fantástica Corniche media, esa carretera de curvas que recorrió Cary Grant con Grace Kelly en la película “Atrapa a un ladrón” (“To Catch a Thief”) de Alfred Hitchcock. Las Corniches son esas carreteras en acantilado que recorren una buena parte de la Riviera francesa: de Niza a Menton, con unas vistas espectaculares del Mediterráneo y de los pueblos y ciudades situados en ellas.
Miramos hacia abajo, donde nos esperan las carreteras de la Corniche, y parece que vemos a Cary Grant nervioso con Grace Kelly al lado conduciendo, corriendo en su cabriolet perseguidos por el Citroën negro de la policía. Hitchcock rueda en technicolor para sacar lo mejor de la Costa Azul, esa luz, y lo consigue.
Nos ponemos pues nuestros pañuelos en la cabeza como si fuéramos unas actrices de cine. Sólo nos falta que nuestro coche sea descapotable, porque lo cierto es que estamos en estos acantilados panorámicos de película, con el azul del Mediterráneo resplandeciente a nuestros pies. Además estamos del lado del mar, por lo que podemos pararnos en los miradores, como en el del filme de Hitchcock, desde el que se ve la ciudad de Mónaco.
Después de sentirnos por unos instantes como en una película, el sueño no se termina porque, una vez entramos en Mónaco, comenzamos a ver preciosos palacetes y villas que nos dejan sin palabras. Damos algunas vueltas, pero no es difícil orientarse en Mónaco y en seguida tomamos el camino hacia el peñón donde se sitúa el casco antiguo. Además es fácil aparcar y no demasiado caro, se puede dejar el coche en un aparcamiento subterráneo que hay debajo del Instituto Oceanográfico (parking des Pêcheurs), y unos ascensores nos llevan en un instante al casco antiguo de la ciudad.
En ningún momento pensé que Mónaco me iba a conquistar como lo hizo. Es una ciudad de cuento encaramada en lo alto de un peñón que nos reserva un encantador casco antiguo, jardines magníficos y tesoros como el que nos topamos nada más salir por el ascensor. De repente el mar Mediterráneo nos mira a los ojos, con ese azul intenso, y al otro lado el imponente Instituto Oceanográfico, uno de los edificios más bellos de Mónaco que nos abre las puertas al mundo marino: posee el arrecife coralino más importante del mundo, ecosistemas fieles, el aquarium más antiguo de Europa, exposiciones,… Un “templo del mar” que el príncipe Alberto I construyó a partir de sus campañas oceánicas.
Y no sólo eso, nos emociona pensar que el gran científico y oceanógrafo Jacques Cousteau lo dirigió y dejó allí una gran parte de su saber y de sus investigaciones del mundo marino. Incluso podemos ver el Anorep, submarino amarillo que utilizó el comandante Cousteau en sus expediciones.
En esta ocasión no tenemos tiempo para visitarlo, y seguimos descubriendo Mónaco poco a poco en esta deliciosa mañana de junio, saboreando cada paso, los bonitos edificios que nos rodean, la catedral blanca de estilo románico-bizantino, a su lado el extraño y bello Palacio de Justicia, hecho con toba volcánica,…Y nuestros pasos nos conducen a la inmensa plaza del Palacio del Principado, rodeada de bonitos edificios de colores pastel que miran al palacio construido sobre una fortaleza genovesa del siglo XIII, tan sencillo por fuera como fastuoso por dentro.
No pudimos entrar, pero vimos el cambio de la guardia que tiene lugar todos los días a las 11:55, soldados elegantemente vestidos de blanco que avanzan hacia el palacio desde el otro lado de la plaza a paso de redobles de tambor y trompetas. Algo curioso que, una vez allí, vale la pena ver a pesar de que dura poco tiempo; eso sí, hay que estar unos 15 minutos antes para coger sitio.
Al lado del palacio del Principado de Mónaco hay un mirador con unas vistas panorámicas espectaculares de Montecarlo. Aunque estéticamente deja mucho que desear, ya que es como una concentración de rascacielos recuerdan a algunas ciudades de las costas españolas de la época del desarrollismo. Pero puede verse el gran puerto y dejar que la vista se pierda siguiendo la línea de la Costa Azul. Al otro lado de la plaza del palacio de Mónaco está el barrio de Fontvieille, con su pequeño puerto.
En seguida nos perdemos por las callejuelas medievales de Mónaco, con sus bonitas casas de colores super cuidadas. Aunque en estas fechas ya empiezan a verse demasiados turistas, todavía da gusto pasear por las calles de Mónaco, simplemente por el placer de admirar los edificios y monumentos. Pasamos por la iglesia de la Visitación de color rosa y por el edificio de Correos, en el que decido pararme a comprar algunos sellos en la oficina de emisiones, ya que Mónaco lanza todos los años una interesante colección muy apreciada por los filatélicos.
En lugar de pararnos en uno de los muchos restaurantes turísticos, decidimos comer un bocadillo en los magníficos Jardines Saint Martin, unos jardines colgantes en el lado sureste del peñón, a la sombra de una vegetación mediterránea lujuriosa, frente a una de sus muchas fuentes. Más tarde caminamos por sus bellos paseos que serpentean la cresta del peñón y miran al Mediterráneo. Los jardines están en pleno esplendor en esta época del año, con sus plantas exóticas y sus flores.
Admiramos y nos fotografiamos delante de las esculturas que hay por los jardines colgantes. Y en nuestro paseo llegamos al mirador desde el que hay una impresionante vista panorámica de la bahía de Mónaco. La estatua del Príncipe Alberto I mira al mar contándonos sus numerosas expediciones.
Todavía nos queda una larga tarde para continuar nuestra visita de Mónaco, por lo que decidimos coger un autobús que nos baja del peñón y nos lleva a la misma plaza donde se encuentra el Casino de Montecarlo, otro de los lugares que queríamos visitar. Y no sólo por el hecho de que sea célebre y tenga toda una historia detrás, sino porque el edificio que lo alberga es magnífico. En realidad nuestra visita a Montecarlo valió la pena precisamente por los soberbios edificios que posee, no tanto por esos enormes rascacielos.
El Casino de Montecarlo es una auténtica obra maestra del célebre arquitecto Charles Garnier, el que construyó la Opera de París. Su estilo Belle Epoque conquista al visitante desde el primer momento. Al fondo, en la Sala Garnier, un teatro a la italiana revestido de oro y rojo, puede verse una auténtica réplica en miniatura de la Ópera de París, en la que tienen lugar numerosos espectáculos líricos todas las temporadas.
A la salida del casino más famoso de la Costa Azul, nos quedamos pasmadas mirando la cantidad de porches y de coches de lujo que se concentran en la plaza, probablemente por que es “el lugar” para mostrarse.
Continuamos nuestro paseo por las tiendas del famoso Cercle d’Or que rodean al casino: tiendas de alta costura, anticuarios, joyeros,…sorprendidas por el esplendor Montecarlo. Frente al casino, espacios floridos y terrazas bañadas por el sol invitan al jugador a disfrutar de los aires del Mediterráneo, con vistas a uno de los primeros grandes casinos del mundo.
Nosotras continuamos admirando la arquitectura de los hoteles de Montecarlo: el hotel Hermitage, el hotel Paris, …hermosos hoteles de estilo Belle Époque clasificados como monumentos históricos, nos hacen meternos de nuevo en nuestro sueño de cine, imaginándonos dentro de esos lujosos palacetes con panorámicas sobre el Mediterráneo.
Salimos poco a poco de nuestra ensoñación satisfechas por la visita de hoy por la Riviera francesa, el casco antiguo de Mónaco, los jardines, el Casino de Montecarlo, los hoteles Belle Époque, la carretera de la Corniche en nuestros pensamientos. Silenciosas, dejamos atrás un lugar lleno de una historia de la que nos sentimos ajenas, que más que nada relacionamos con vidas de película. Nos quedamos con la imagen de Cary Grant y Grace Kelly sentados en su cabriolet azul con Mónaco y el la luz del Mediterráneo como telón de fondo.
La película de Alfred Hitchcock “Atrapa a un ladrón” continuará en la próxima parada de nuestro viaje por la Costa Azul y la Provenza, en la pompa de los hoteles de Cannes, el Carlton en la Croisette, donde se alojaba la rica americana seducida por un ex gentelman ladrón, “Le Chat” interpretado por el gran Cary Grant. Pero también en el interior de Costa Azul, en las colinas de magníficos pueblos colgantes como Saint Jeannet, donde ¡casualidad! estamos alojadas.
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