Reconvertirse, innovar y proponer alternativas de desarrollo turístico son palabras sacadas a la palestra en tiempos post pandémicos. Lejos de regresar a los mismos vicios, y apostando por la diversificación, los destinos tratan de mirar más allá del modelo turístico tradicional.
En el caso de la isla de Mallorca y de las Baleares en general el turismo se ha asociado tradicionalmente a sol y playa, pero desde hace años se sembraron semillas que hoy son más que brotes verdes. El ciclismo, la gastronomía o las actividades enoturísticas cubren nichos realmente productivos a la hora de atraer un viajero ávido de experiencias diferentes. En Can Picafort, la principal localidad turística de Santa Margalida, al nordeste de Mallorca encontramos un ejemplo de esto.

Turismo que mira al futuro
El municipio se divide en tres núcleos, Santa Margalida, la población histórica en el interior, Can Picafort, la zona hotelera y de vacaciones, y Son Serra de Marina, pequeña zona residencial con el parque natural protegido hacia el sur.
Can Picafort apuesta como decíamos por innovar. Sabedores del perjuicio que puede ocasionar la interrupción de la llegada de viajeros, la población apuesta por romper con la estacionalidad de los meses de verano, y atraer turistas , residentes o nómadas digitales el resto del año. Eventos como el CICA 2021, el Concurso Internacional de Cervezas Artesanas que en su sexta edición «viajó» por primera vez fuera de Madrid, representan el ejemplo de que las sinergias contribuyen a crear nuevas posibilidades de marketing turístico.
Historia de Can Picafort
Mallorca, y muchas islas del Mediterráneo han tenido una relación bipolar con el mar. Por un lado el comercio era una obligada necesidad, pero por otro lado eran muchos los pueblos «engullidos» por tierra firme, alejados de la costa unos kilómetros para prevenir las razzias de las incursiones de pueblos llegados allende el mar.
Can Picafort es hoy un destino turístico consolidado de Mallorca. Vive por y para el turismo pero conserva su alma de tradiciones insulares. La costa era la tierra heredada por los segundones de las familias. Mientras los primogénitos se quedaban con las fértiles tierras de interior, los terrenos cercanos al mar, salinizados o cubiertos de marismas eran poco apreciados.
Sin embargo, el empeño de un vecino de Santa Margalida, Jeroni Fuster, alias en Picafort, abrió la senda de lo que hoy es un interesante destino vacacional. Alrededor del año 1860 Picafort decidió irse a vivir en una cabaña sobre las canteras de Son Bauló. El apodo dice casi todo sobre su capacidad para trabajar extrayendo piedra. En Baleares se denominan marés a la piedra arenisca (roca sedimentaria detrítica) formada por la litificación de las dunas. La Catedral de Mallorca y el Palacio de la Almudaina son solo dos ejemplos de edificios construidos con marés.

Al parecer Jeroni Fuster era feliz con el contacto agreste con la naturaleza, y mimetizado con ella ejercía de ser mitológico que velaba por el cuidado de sus bosques. Casi convertido en un ermitaño, disfrutaba hurtando el almuerzo de los que iban a cortar árboles en la zona.
Para los habitantes de Santa Margalida, los dominios por donde campaba heredaron su nombre, y así Ca’n Picafort se convirtió en el topónimo de la franja de costa. Años después, un médico de Santa Margalida, Juan Garau, a la sazón el médico de cabecera de Jeroni Fuster, adquirió los dominios de “En Picafort”, y edificó su residencia de verano. Con los albores del siglo XX, los gustos refinados de los burgueses por los baños de mar atrajeron a más familias de Santa Margalida, Muro, Sa Pobla e Inca. A comienzos de los años 1970 Ca’n Picafort aún conservaba su fisonomía de pequeño pueblo de cerca con doscientos habitantes, la mayoría pescadores. Y en las décadas siguientes el crecimiento turístico lo convirtió en un destino vacacional notable de Mallorca.
Qué ver en Can Picafort
Desde el aeropuerto de Palma el camino hacia Can Picafort transcurre por el interior de la isla. Es la Mallorca más desconocida y no menos interesante. Observando el paisaje se distinguen los campos inmensos de las posesiones – las estructuras feudales típicas de la isla- y las “carrerasses” (carrerones en castellano), robustos muros de piedra sin argamasa nos hablan de siglos de esfuerzo y trabajo para parcelar y delimitar las tierras.
En Can Picafort disfrutaremos del mar, ese mar Mediterráneo precioso, que permite disfrutar de amaneceres en los que el sol se desprende del mar elevándose hacia la isla, bañándola de luz y calor durante gran parte del año. Y es esa costa, «museo» a cielo abierto con los bunkers de hormigón, las siluetas de las torres de enfilación y los antiguos embarcaderos -hangares modestos para guardar aparejos y barcas-, los que el caminante descubre oliendo la brisa marina y salina.

Por supuesto las playas de Can Picafort son reclamo suficiente para bañarse y practicar deportas náuticos como kitesurf o paddlesurf, pero además, Can Picafort nos sorprenderá gratamente si mostramos el interés adecuado. Historia, patrimonio, cultura, relax, deporte, actividades y mucho más que resulta harto complicado plasmarlo en unas líneas.

Finca pública Son Real
En las proximidades de Can Picafort hallamos varios yacimientos arqueológicos prerromanos, siendo el más sorprendente la necrópolis de Son Real o cementerio de los Fenicios. Densos bosques de pinos llegan hasta el mar formando un conjunto natural abierto al caminante. Una ruta costera corre pareja al mar para descubrirnos el yacimiento de la necrópolis de Son Real.

La denominación de necrópolis de los fenicios es en realidad incorrecta porque se trata de tumbas de población autóctona. Las campañas de excavación han constatado la presencia de 143 tumbas en apenas 1000 m2, restos óseos de al menos 425 personas. Como ajuar se hallaron fragmentos de cerámica, hueso, vidrio y metal correspondientes a herramientas, armas, vasos y ornamentación personal. Pertenecían a la élite local, excavadas en la piedra arenisca de la costa y de diferente forma, evidenciando la evolución de las técnicas constructivas.

Si continuamos andando observaremos antiguas canteras de donde se extraían bloques de piedra (marés) y las torres de enfilación que ejercen de «faro» para guiarnos en el itinerario a pie, bicicleta o caballo. Pasear por este tramo de costa es realmente inspirador. El viento y el mar azotan la necrópolis. Los pájaros abigarrados y anclados al islote plano del Illot des Porros junto a la costa saben que cuando el dios del viento Eolo sopla con esa fuerza es mejor permanecer en tierra.
Para llegar al yacimiento podemos pasear desde Son Bauló por caminos junto a la costa, o bien ir por carretera y luego por un camino con el coche hasta el Refugio de Son Real, cerca de las torres de enfilación.
Saladina Art fest
La calidez de fachadas pintadas con graffitis obligan a ir haciendo paradas en la ruta por el centro de Can Picafort. Se trata de las actuaciones del Saladina Art Fest, un evento que invita a engalanar la población con murales de gran formato que tocan temáticas locales. Artistas como Fintan Magee, Mina Hamada & Zosen, Doa Oa o Catalina Julve han dejado su huella alegre formando un contraste alegre y colorido.

Itinerario de la Guerra Civil
Diseminados por la costa que va desde el norte a lo largo del levante de la isla de Mallorca encontramos el rastro inconfundible de bunkers defensivos. Forman parte de la Línea Tamarit, un plan de fortificaciones ideado por el general Ricardo Fernández de Tamarit para repeler primero intentos de recuperación de la isla por parte del ejército republicano, y más tarde un hipotético desembarco aliado en los primeros años de la II Guerra Mundial.

Fortificaciones de cemento junto al mar, nidos de ametralladora, trincheras, y baterías en las que iban montados cañones, servían como elemento disuasorio ante cualquier ataque marítimo. Desmontados en la década de los cincuenta del siglo XX sin ser usados, hoy son un testimonio histórico que merece ser recuperado, conservado y divulgado.
Torres de Enfilación
Continuando con el turismo patrimonial, en Can Picafort encontramos curiosas torres a lo largo de la costa. Son parte de las torres de enfilación que iban desde la Albufera hasta la Colonia de San Pedro. En la década de los cuarenta se construyeron catorce parejas de torres de enfilación para realizar ejercicios militares submarinos. Los sumergibles calculaban su posición gracias a la enfilación o superposición de las torres. Originalmente estaban pintadas de blanco, enumeradas y con marcas rojas a diferentes niveles, separadas por un intervalo de 1,2km y una distancia entre ellas de 200 metros, estando en funcionamiento hasta 1970. Ocho de ellas se conservan, convertidas en el skyline dela costa de Can Picafort.

Esculturas de Joan Bennàssar
Joan Bennàssar es un artista tocado por el virtud – o enajenación por la Tramontana según se opine- Su arte bebe de la mitología, del erotismo, del amor, y la búsqueda pertinaz por crear. Frente a las esculturas que ha creado, colocadas sobre la roca y ofrecidas al mar, nos reunimos con él y nos cuenta de dónde le nació la inspiración para darles forma.

La apuesta arriesgada del ayuntamiento por las esculturas a lo largo del paseo marítimo fue sin duda un acierto. Convertida en una nueva Ítaca del Mediterráneo, las aguas de la Bahía de Alcudia rozan con caricias las esculturas en días de mar calmado, y embisten con furia las olas los días de resaca marina.
Las figuras de cemento, principalmente mujeres parecen emular a diosas, vestales o hadas que pese a su aparente silencio pétreo charlan con el mar. Los cuatro conjuntos diseminados por la costa de Can Picafort se denominan el deseo, el ritual, el tesoro y la herida.

Posesiones
Marcando la fisonomía mallorquina encontramos las posesiones, una división territorial en la que antiguas casas señoriales estructuraban el poder social y político. Concebidas como núcleos rurales en los que se realizaban todos los trabajos agrícolas y ganaderos de la zona, suelen tener una casa solariega con bodegas, molinos, vaquerías y otras estructuras de campo. Tras la reconquista de Mallorca en 1229 con el rey de la Corona de Aragón, Jaume I, los nobles fueron premiados con vasta extensiones, algunas antiguas alquerías árabes. En el entorno de Santa Margalida encontramos un buen puñado de las históricas posesiones, algunas reconvertidas en bodegas de vino, casas rurales, centros culturales o museos. Buenos ejemplos son Son Doblons, Son Real, Sa Capella, Sa Boleda, Santa Eulàlia y s’Alqueria.
Santa Margalida – Si la piedra hablara…
Y en cierta manera la piedra habla. Lo hacen los bloques de la Iglesia Parroquial de Santa Margalida, situada en en el punto más alto de la población, perfecto balcón para divisar las llanuras que lo rodean. En el siglo XIII se levantó, sustituyendo la alquería de Hiachat, y en 1660 se reformó para ampliarla, ya con la estética barroca actual.

Y no menos expresivos son las construcciones de los oratorios rurales ubicados en posesiones, la casa de la rectoría, el molino de viento harinero del s. XVII “Molí den Curt“, o el cementerio municipal.

Gastronomía excelsa
Pese a que tradicionalmente la gastronomía isleña miraba de puertas adentro en vez del mar, los muros se han roto, y los platos a base de delicias marinas alternan la carne. Marisco y pescados que solos o en arroces caldosos se sirven con arte en los restaurantes junto al mar.
Porcelleta negra
La Porcelleta Negra Mallorquina de Son Serra de Marina en el Rancho Grande es de obligada visita. Además de disfrutar con la ruta a caballo por los parajes más vírgenes de la zona, podemos conocer la cría del cerdo negro autóctono. Aunque fue introducido hace siglos con los primeros habitantes, el cerdo negro mallorquín es la raza porcina característica de Mallorca. Lo que le hace peculiar – además de su calidad cárnica – son un par de ‘mamellas’ en la parte baja del cuello. La Associació de Ramaders de Porc Negre Mallorquí Selecte, agrupa a los ganaderos que mantienen esta raza y el Rancho grande es uno de los mejores lugares para verlos en libertad en sus «dehesas» de 180 hectáreas y posteriormente degustarlo bien asado o con los embutidos famosos de Sobrasada de Mallorca de Cerdo Negro.

Pero no se acaban aquí las propuestas para conocer el entorno de Can Picafort. Podemos apuntarnos a un taller de hierbas mallorquinas y elaborar nuestro propio licor de hierbas. O encomendarnos a la cocina d Pep Socies, chef que nos puede preparar un excelente arroz brut caldoso, típico de la zona.

Fira de la Cervesa Artesana Balear
La celebración del CICA 2021, concurso internacional de cervezas artesanas en el Hotel Zafiro de Can Picafort motivó que de forma paralela se llevase a cabo la Primera Feria de la Cerveza artesana de Baleares. Diez de las dieciséis fábricas de las islas acudieron a la llamada de la cerveza artesanal. El éxito de público fue total y el ambiente festivo prevaleció los dos días en los que se desarrolló.

Dónde comer
Can Picafort cuenta con una interesante propuesta gastronómica. Los productos kilómetro cero se fusionan con elaboraciones innovadoras. Excelentes lugares para comer o cenar son el Restaurante El Puerto, el citado Rancho Grande, el Bistro Mar Club Naútico de Can Picafort, el Casal de Santa Eulàlia, o el restaurante Atiar Beach.

Excursiones en Can Picafort
Actividades para hacer en y desde Can Picafort.
Agradecimientos
Cuando un equipo tan diverso es capaz de encajar y hacer funcionar un evento de una manera tan coordinada, es menester hacer una ronda de agradecimientos. Hacer coincidir un concurso internacional de cervezas artesanas como el CICA, con la primera feria de cervezas artesanas baleares en la población de Can Picafort, y con un programa de actividades para conocer el territorio no es nada fácil.

Iván Rodríguez y Daniel Gonzalo de Momentos Cerveceros han relanzado un concurso rizando el rizo, haciendo crecer el concurso internacional de cervezas artesanas CICA y trasladándolo a una sede nueva. Su trabajo para involucrar a algunos de los mejores jueces de Europa, y que más de 350 cervezas se hayan presentado en el CICA, es simple y llanamente encomiable. Comandando la cata como buen director de orquesta, Alexis Sánchez de La Birra Nostra, siempre atento a que ningún cabo suelo socavase la labor de los organizadores.
Los 18 jueces participantes en las catas han demostrado rigor, profesionalidad, entrega y sobre todo paciencia para que los periodistas que hemos cubierto el evento no turbásemos su concentración. Charlar con viejos conocidos y conocer por primera vez a otros es por otro lado una de las mayores satisfacciones para los que amamos la cerveza artesanal.
La predisposición del Ayuntamiento de Can Picafort y de las asociaciones de hostelería (hoteles y restaurantes) ha sido tan pródiga, que costará encontrar la manera de superarla. Si a ello sumamos la implicación de los cerveceros baleares que han acudido a la llamada de la I Fira de la Cervesa Artesana Balear, y a los cálidos habitantes de Can Picafort, la cuadratura del círculo ha sido soberbia.
Tampoco podemos dejar a mencionar a todos los que nos habéis hecho sentir como en casa, Biel, Carme, Ainhoa, María, Ute, Jose, Pep…
Finalmente hay que descubrir la chistera ante la suma de profesionalidad y cercanía del equipo de LVG Eventos, Lorena Vaca, Majo García y el perenne objetivo de la fotógrafa Gema Cristóbal han permitido que el viaje a Can Picafort haya superado cualquier expectativa posible.
Y por último, y no por ello menos importante, agradecer el apoyo y el compromiso de las instituciones públicas, como el Ayuntamiento de Santa Margalida en Can Picafort y su oficina de Turismo, a la Asociación Hotelera de Can Picafort, de la mano de Carmen, al Hotel Zafiro por hacernos la estancia tan agradable.
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