Los sonidos tempranos, el rocío que aún se respira, una imagen estática que lee nuestros pensamientos, el tiempo en suspenso antes del viaje. Todas esas pequeñas sensaciones previas, los últimos preparativos en la mente, esos instantes relajados antes de la emoción definitiva, forman también parte del viaje.
En esta ocasión los momentos que preceden a este episodio, tienen lugar en una mañana otoñal que tiene todavía la luz del verano en una Toscana llena de colores anaranjados, rojos y marrones, una mañana en Italia en la que los viajeros y los obreros madrugan. Se preparara una jornada excitante ante el apreciado desayuno, el delicioso capuccino del que ya no podemos pasar cada mañana: esa exacta medida de café negro, escasa, concentrada, y la nube de leche batida que lo cubre formando dibujos inimaginables.
La impaciencia por conocer por fin la famosa torre inclinada hace que se agoten estos momentos previos, esta pausa del viajero entre trecho y trecho; el entusiasmo interrumpe el embelesamiento. Nos desplazamos en el vehículo que nos llevó con anterioridad a conocer la plácida Florencia, las colinas del Val d’Orcia, los viñedos del Val del Chianti, las termas de San Filippo, Siena, Pienza, Pistoia y Montalcino,…tantos lugares que se van grabando en nuestra memoria de viajeros, en el cuaderno de campo azul y plata …
Llegada a Pisa
Nos imaginamos una Pisa llena de turistas, de puestos y de barullo… Pero resulta ser todo lo contario, y el acceso tan fácil a este sitio turístico, que no podemos más que sorprendernos. Entramos a la ciudad por una carretera que casi nos conduce al Campo dei Miracoli, estacionamos rápidamente a un precio irrisorio y nada más comenzar a caminar ya nos topamos con la muralla del recinto que alberga uno de los conjuntos monumentales más bellos de Italia: la catedral, el baptisterio, el camposanto, los museos de la Ópera y la Sinopia y, por supuesto, la torre inclinada de Pisa.
Ahí está: esa instantánea que tantas veces vimos en libros, documentales y películas. Puesto que nos acompaña esa luz otoñal, aunque todavía estival, el blanco del Campo dei Miracoli parece aún más radiante. Las formas blancas del conjunto monumental se recortan en el verde centelleante del césped y el azul intenso del cielo. Todo ello coronado con la pincelada naranja del tejado del baptisterio. La imagen se congela por unos instantes y sabemos que ya quedará impresa en nosotros y la rememoraremos durante mucho tiempo. En primer término el Baptisterio, imponente, con esas formas redondas perfectas.
La emoción inicial se extiende a medida que pisamos esa hierba cuidada y nos encaminamos despacio hacia los monumentos. Sorprende el silencio y el hecho de que el lugar esté casi desierto. Unos pocos turistas caminan a cámara lenta, admirando las joyas arquitectónicas que los rodean, tomando fotografías que más tarde enseñarán a los suyos como prueba de que han estado en uno de los rincones más bonitos de la Toscana.
Cada uno por su lado, aunque sin dejar de intercambiar miradas de admiración, nos dejamos engullir por esa arquitectura blanca y perfecta. Se suceden una serie de fotos interminables, de cuadros imposibles. El espacio crece, se hace más grande y de pronto parece todo tan inmenso y nosotros tan pequeños y felices…
La torre de Pisa se esconde discreta detrás de la catedral, se asoma inclinada, parece que quiere espiarnos. Y la dejamos hacer, de momento, casi no le prestamos atención, esperamos al final para el mejor bocado. Preferimos entrar en la hermosa catedral – la cual tiene un acceso restringido: sólo dejan entrar a un número determinado de personas, lo cual está bien para poder disfrutar del lugar con tranquilidad -, y tras ir al edificio adyacente a por nuestro ticket gratuito, esperamos nuestro turno pacientemente admirando la catedral de Santa María de Pisa por fuera: todos esos niveles de arcadas, con arcos ciegos, las columnas y pilares, el mármol blanco, los elementos decorativos orientales,..Y paseando por los alrededores, descubrimos uno de los camposantos más bellos que hemos visto, ya que parece un auténtico claustro con su jardín, aunque allí se hallan tumbas y sepulcros ilustres.
Es hora de entrar en el Duomo, y la luz y el color nos asombran. Cada rincón es digno de admiración: mármol blanco y gris en los suelos, arcadas y columnas, pinturas en altares, bóvedas, paredes y arcos, el dorado del artesonado de los techos, la belleza de las esculturas,…Silencio dentro del silencio.
Salimos de nuevo a la luminosidad exterior que cada vez es más potente, pareciera que el verano no nos quiere abandonar a pesar de los colores del otoño que ya se han hecho más que manifiestos.
Bordeando el Duomo, seguimos un camino de mármol que nos conduce a la torre de Pisa, que a cada paso se rinde a nosotros pues sabe que ya no puede seguir escondiéndose, aunque vemos que le queda esa inclinación que tenía mientras nos acechaba. He ahí el misterio de la famosa torre inclinada, símbolo de Pisa, en realidad vigila a la gente tras los monumentos, por eso se inclina, porque quiere ser admirada y los viajeros tardan en llegar a ella, por eso los acecha, los espía, los embosca.
Desconcertados aún por haber descubierto su secreto, el misterio que otros creen haber desvelado, llegamos a ella, la descubrimos y resulta aún más bella de lo que esperábamos, y ella lo sabe, también sabe que lo sabemos. Nos mira esplendorosa, soberbia, desde su perfección inclinada, y nosotros la miramos a ella, la admiramos, el blanco fulgurante de sus ocho pisos, giramos una y mil veces alrededor de su planta circular y sus arcadas parece que no tienen fin. Quisiéramos subir los doscientos noventa y cuatro escalones en espiral para ver el conjunto desde lo alto, y sobre todo para ver qué se siente dentro de una torre torcida, pero hay que ser más previsores y reservar por internet para no esperar inmensas colas. Otra vez será, así tenemos una excusa para volver a verla en otra ocasión.
Ahora todo es una sucesión de fotografías en blanco y negro, en color, en contrapicado, con ella, sin ella, todos juntos, de su sombra, con el azul del cielo, con un trocito de la catedral, todos inclinados, sosteniéndola,…Menos mal que acaba sosegándonos los anaranjados de unos edificios delante de los cuales se encuentra una columna de la loba con Rómulo y Remo, y nos tumbamos para reposar y continuar contemplando el conjunto.
Pensamos por un momento en que las expectativas no eran desmesuradas, ya que habíamos oído hablar tanto de la Torre de Pisa: se nos presentaba como una imagen demasiado repetida, algo gastada. Pero la sorpresa es que estamos asombrados, la visita a Pisa ha resultado ser una maravilla, hemos descubierto una auténtica joya, y lo mejor de todo: ¡hemos descubierto el misterio de la torre inclinada de Pisa!. Y eso no ha hecho más que aumentar nuestros deseos de seguir viajando, seguir descubriendo tesoros desconocidos y también los conocidos, porque vistos con otra mirada pueden ser muy diferentes a lo que habíamos esperado.
Cómo llegar a Pisa
Desde España puede llegar a Pisa en avión facilmente pues hay muchos vuelos, sobre todo desde las principales ciudades como Madrid o Barcelona. Para llegar a Pisa desde Florencia en coche, tiene que tomar la SGC Firenze-Pisa-Livorno (85 km), y llegará aproximadamente en 1 hora y 18 minutos.
Cómo llegar a la Torre de Pisa
Si viene desde Florencia por la autopista SGC Firenze – Pisa – Livorno, tiene que tomar la salida Pisa.
52 min (75,6 km). Y después seguir por Strada Statale 1, tomar Lungarno Giacomo Leopardi, Lungarno Ranieri Simonelli y Via Roma hacia Via Don Gaetano Boschi en Pisa. 11 minutos (3,5 km).
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