A veces buscamos el silencio en nuestros paseos, un silencio que sólo ocupan cantos de pájaros que a pesar del frío salieron a buscar su sustento animados por la luz intensa del sol. Hoy ese silencio también se rompe por unos pasos cadenciosos que dejan sus huellas en la nieve. No me importa que se rompa el silencio en este momento, adoro este sonido de las pisadas sobre la nieve, este crujido suave de los copos de nieve apelmazados en un solo cuerpo. Me recuerda al chasquido de la lava volcánica al pisarla. Es bien cierto que la belleza se puede encontrar en las cosas más pequeñas. Llevamos horas caminando sobre la nieve que cayó estos días en el Col de Jau, y no me canso de este silencio de pisadas.
Estamos en la región del Languedon-Roussillon, a un paso del Mediterráneo, pero en plenos Pirineos franceses. Para llegar al Col de Jau hemos tenido que subir en coche unos cuantos kilómetros desde la localidad de Prades, y poco a poco nos hemos ido adentrando en el Parque Natural Regional del Pirineo, que se encuentra a una altitud considerable (1506 metros). El objetivo es subir al Pico de Madres (2469 m.) por el Col de Jau, pero quizás sea demasiado para ir caminando sin raquetas u otro material adecuado para hacer senderismo por la nieve de los Pirineos.
En realidad somos unos aficionados en la materia, vamos solo provistos de un calzado de montaña, pero no de nieve, y en vez de esos prácticos bastones que llevan los montañeros, hemos cogido una vara fuerte de abedul que algún caminante se había dejado apoyada en un árbol. Eso sí, vamos bien abrigados, a pesar de que hoy no hace demasiado frío. Recordemos que en los Pirineos en invierno hace a veces unos días excelentes de sol y de temperaturas muy buenas, cosa que no ocurre en primavera, que suele ser ventosa y lluviosa.
Comenzamos pues a caminar siguiendo un sendero balizado que nos lleva a disfrutar del paisaje pirenaico. No nos cruzamos con nadie y apenas hay huellas en la nieve. A pesar de que es sábado y a mucha gente de los Pirineos le gusta salir a caminar y disfrutar de estas maravillas naturales en las que habitan.
Ha caído una buena nevada esta última semana, y el bosque y los senderos están cubiertos de un espeso manto blanco. Ese color es todavía más intenso iluminado por la luz del sol que se pone a jugar en la nieve creando sombras donde antes había luz, para que así las ramas de los árboles puedan mirarse al espejo.
Por la noche se congelaron las aguas del riachuelo de Castellane y la nieve está posada en las frágiles ramitas de los arbustos circundantes. Y el resultado es de una gran belleza, las ramas convertidas en auténticas estalactitas. En los diferentes lechos del río vemos esas formas extrañas que decoran el paisaje. Lo mismo le ocurre a las aguas que por algunos lados se van transformando en hielo, incluso algunas pequeñas cascadas de agua ya no lo son, ahora parecen simpáticos toboganes que invitan al juego. Y las piedras cubiertas de blanco forman como pequeñas islas.
Más adelante llegamos al Refugio del Callau de cuyas ventanas cuelgan carámbanos. Definitivamente la nieve está juguetona hoy y quiere obsequiarnos con una buena dosis de poesía.
En seguida nos adentramos en la espesura de los bosques de los Pirineos y la ascensión comienza, por lo que vamos más lentos que antes. Optamos por seguir el camino trazado por unos esquíes que descendieron no hace mucho. Tal vez sea un poco insensato, pero este paseo por la nieve de los Pirineos es una aventura un poco descuidada desde el primer momento, y en parte está ahí su encanto. De todas formas, sabemos que no hay peligro.
La luz continúa intensa en los claros del bosque y las sombras no son negras en la nieve, sino azules, por lo que tenemos ante nosotros un panorama de colores: el verde de los pinos, el azul de las sombras, el blanco de la nieve y el marrón de los árboles pelados. De vez en cuando nos encontramos con pinos recién nacidos que lucen orgullosos ramas verde claro, cuya sombra alargada los hace más grandes de lo que son. Además parece que salen de la nada, ahí enterraditos en la nieve.
Tras un largo caminar lento, muchas veces sumergidos hasta las rodillas en la nieve, llegamos por fin a una primera cima y el paisaje que se dibuja ante nosotros nos conquista desde el primer momento, como lo hacen todos los paisajes de los Pirineos, sobre todo desde las alturas. Alcanzamos a ver las diferentes montañas escalonadas que llegan hasta el Mediterráneo.
Continuamos subiendo, pero el ascenso se vuelve cada vez más difícil, hay que tener cuidado de mirar donde se pisa porque la nieve puede ser muchas veces una trampa llena de belleza, pero también de peligro. Dejamos que explore primero la vara de abedul para ver si pisamos sobre seguro. Los pasos son ahora inseguros y la nieve nos entierra. En algún momento uno de nosotros se cae, esas caídas lentas que nunca más se terminan, ya que la nieve le atrapa el pie, por lo que caer se convierte en todo un esfuerzo.
Pero ha valido la pena, muy pronto vemos la cima, no del Pico de Madres, sino del Pico de Rouquette, pero nos conformamos con esta altitud, que no está nada mal. En realidad qué más nos da igual si el paisaje es el mismo. No nos interesa llegar a la cima más alta, sino a cualquier lugar con unas buenas vistas, algo que hemos ganado tras el esfuerzo de haber pasado unas horas de ruta de senderismo por la nieve de los Pirineos. ¡Para nosotros toda una hazaña!.
Por lo que lo celebramos brindando con unas cervezas, sentados sobre unas piedras y mirando al Pico Canigou. El Canigou siempre presente en nuestras rutas de senderismo, siempre observándonos. Lo recuerdo en aquella ruta al pueblo abandonado de Comes, cerca del bello pueblo de Eus, incluso guiándonos hasta llegar a las Gargantas del Carrança. Omnipresente, nevado en invierno, brilla siempre con esa luz centelleante que sólo las cimas más altas reciben.
Brindamos pues en su honor, poniendo en seguida las cervezas en la heladera natural que tenemos, no vaya a ser que se nos calienten, porque por muy invierno que sean en los Pirineos, siempre preferimos una cerveza helada, tal y como se aprende cuando se viaja a Brasil y no se olvida jamás.
Toca la hora de la comida, de los bocadillos que saben a gloria en este trozo paraíso pirenaico, sobre todo después de haber caminado por la nieve. Entre calcetines mojados colgados al sol, contemplamos la belleza que nos rodea. De repente escuchamos un ruido, es raro entre tanto silencio, ¡es un esquiador vestido de colorines! que nos saluda y baja deslizándose siguiendo su camino.
Es hora de iniciar el regreso antes de que comience a caer la tarde. Lo hacemos volviendo sobre nuestros pasos. Nos fascinan las pequeñas huellas que vemos en la nieve intocada a lo largo de todo nuestro recorrido, pequeños o quizás grandes animales que atraviesan seguramente con menos dificultad que nosotros disfrutando de su libertad – parece que por aquí no se oyen esos estruendosos disparos de cazadores sedientos de la libertad ajena -.
Comparada con la subida, la bajada es como un juego. De hecho nos dedicamos a jugar, a subirnos en piedras para saludar desde lo alto, a tirarnos nieve entre nosotros y sobre nosotros mismos, a dejarnos enterrar esos pies cada vez más mojados que resistieron el ascenso pero ahora nada tienen que hacer y corren inconscientes.
La luz ahora es magnífica, pronto atardecerá en los Pirineos franceses y las sombras son todavía más azules y más alargadas. Seguimos encontrándonos arbustos enterrados en la nieve que hacen que el paisaje se llene aún más de poesía, si cabe. Porque la nieve es capaz de crear paisajes poéticos, cuyos personajes protagonistas y de reparto están encantados de formar parte del panorama.
Bajamos casi corriendo en algunos tramos, y no es tanto la prisa por llegar a casa y ponernos calcetines secos, como la felicidad que sentimos después de haber pasado una jornada llena de magia en los Pirineos franceses. Pareciera que ha sido un simple paseo si apenas nada que ver, siempre el mismo blanco y el mismo paisaje. Pero ambos sabemos que no es cierto, que ha sido toda una aventura de descubrimiento: de un pico con unas vistas panorámicas espectaculares que son un regalo, de esas formas extrañas y hermosas que construyen la nieve en los bosques y en los ríos, sin olvidar el hecho de caminar por la nieve, algo tan divertido y bello.
Desde luego, volveremos a la nieve de los Pirineos, nos esperan varias rutas de senderismo para llegar a cualquiera de los picos del departamento francés de los Pirineos Orientales. Mientras tanto, seguimos disfrutando de las estampas de este día blanco, y del Canigou, que sigue mirándonos allá adonde vayamos.