Madeira espectacular y salvaje. Viaje trepidante en el teleférico de Achadas da Cruz

Sobrecogedoras vistas desde el Mirador de Achadas da Cruz

La salvaje y accidentada costa norte de Madeira comienza en uno de los más bellos miradores de la isla portuguesa: el Mirador de Achadas da Cruz, que marca la transición con la costa sur, más tranquila y abrigada de los vientos amenazadores y de la furia del Atlántico. El Mirador de Achadas da Cruz contempla los imponentes acantilados del norte, las bahías y las calas con esas aguas con todas las paletas de azules. Un teleférico lleva al visitante a un rincón paradisíaco: la Fajã da Quebrada Nova.

Rumbo a la costa norte. De camino: las Piscinas naturales de Porto Moniz

En nuestro viaje a Madeira, hoy decidimos ir hacia el norte desde Funchal, para lo que hay que cruzar la única carretera que cruza la accidentada isla de sur a norte hasta São Vicente. En realidad se llega en unos 35 minutos, pero optamos por lo más difícil y más bello. En el camino nos desviamos tomando algún tramo menos recto, por una carretera vertiginosa, pero donde la belleza espectacular del paisaje nos deja sin palabras. Nos atrae poderosamente este lado más salvaje de Madeira, sus acantilados majestuosos, las levadas y veredas que atraviesan su geografía, la bestialidad del mar en el norte, y el saber que nos dirigimos a los rincones más aislados. Descendemos hasta llegar a la costa norte con sus interesantes formaciones geológicas, a São Vicente, que atrae a los viajeros por sus cuevas volcánicas. Y atravesando túneles, siguiendo la carretera norte, entre Seixal y São Vicente, llegamos a la célebre cascada “Véu da Noiva” (“Velo de la novia”), donde hay otro mirador desde donde contemplamos la imponente costa norte de Madeira.

Las piscinas naturales de Porto Moniz

Y por fin a Porto Moniz, uno de los pueblos más antiguos de la isla de Madeira, abrazado por el mar y protegido por las montañas. Pero es su magnífico patrimonio natural lo que nos trae hasta el extremo norte de la isla: las piscinas de Porto Moniz.

Unas piscinas naturales de agua salada y cristalina emplazadas entre rocas volcánicas y unidas por pasarelas. Antes de pasar por el complejo de piscinas de Porto Moniz, disfrutamos en una zona cercana de baño donde la gente suele ir gratuitamente. Ya en las piscinas de Porto Moniz alguno de nosotros se aventura a bañarse, a pesar de que el agua está muy fría, aún siendo junio. Pero lo cierto es que el clima es muy diferente en la Madeira del norte y la del sur, cuando llegamos todavía no había abierto el día.

El teleférico de Achadas da Cruz

Tras disfrutar de la gastronomía de Madeira desde las alturas del pueblo de Porto Moniz, nos dirigimos a otro de los lugares que nos trajo al norte: el teleférico de Achadas da Cruz. Al llegar nos topamos con una imagen sobrecogedora, enormes acantilados en vertical que terminan en un esplendoroso mar azul, que parece inalcanzable y que nos llama con sus colores esmeralda: la belleza del Atlántico ante nosotros. Y apenas unas cuantas casas minúsculas y pequeñas zonas de huertas que destacan con su verde en medio de la quebrada.

Y lo más inquietante, al mismo tiempo que conmovedor: una pequeña cabina verde de teleférico bajando osada, valiente desciende por unos cables casi invisibles. Lleva seguramente a intrépidos viajeros en su interior quienes, obviando el vértigo y la relativa fragilidad del teleférico, se aventuran en un viaje trepidante de Achadas da Cruz a Fajã da Quebrada Nova.

Viaje trepidante en el teleférico de Achadas da Cruz

Lo mejor es no pensar, simplemente entrar en esa cabina que está a punto de volver del trayecto anterior y que cada vez se hace más grande a nuestra vista, y aún así me parece pequeña. Abre las puertas esperando que seamos tan bravos como los viajeros anteriores. Así que nos aventuramos sin pestañear, sentándonos en los asientos de un teleférico que inicia su marcha resuelto, algo traqueteante.

El viaje vertiginoso del teleférico de Achadas da Cruz

Ahí estamos, colgados en medio del aire, en un pequeño vehículo que avanza sin prisa, asistiendo a un espectáculo bellísimo: los acantilados de Achadas da Cruz, inmensos, indómitos que mantienen una conversación inmemorial con el Atlántico. Se miran todos los días y nosotros somos emocionados espectadores de ese amorío. No me extraña que se adoren, la belleza de ambos es arrebatadora. Los imagino en los días de invierno, en un abrazo apasionado entre desfiladeros y un mar bestial. Y, en días como hoy, el Atlántico reflejando el cielo azul en sus aguas y la luz en sus olas blancas que acarician la costa. Mientras los acantilados escarpados lo miran imponentes, orgullosos desde su verdor más brillante.

Miro abajo y la altura es demasiada, el precipicio inmenso, el vértigo se apodera de mí por instantes, pero el deseo de hacer este viaje en teleférico es mayor. Así que disfruto del panorama espectacular a pesar de la inquietud interior, del estremecimiento que me recorre. Mis compañeros giroscópicos parecen más tranquilos, como si no estuvieran colgados a cientos de metros encima del Atlántico. Durante el trayecto confirmo una vez más la belleza natural de la isla de Madeira, uno de los destinos más sobrecogedores a los que nos llevó nuestro giróscopo viajero.

Vereda do calhau, una pequeña ruta por la llanura litoral

Tras unos largos 5 minutos de vuelo en picado en el teleférico de Achadas da Cruz llegamos por fin a tierra con la adrenalina alta. A los pies de los gigantes imponentes, la Fajã da Quebrada Nova. Las fajãs son pues típicas de la orografía del archipiélago de Madeira – no hay más que mirar la toponimia para ver su importancia -. Se formaron como consecuencia de los deslizamientos de tierras – o quebradas – que tuvieron lugar durante cientos de años en Madeira a causa de la deforestación. Observamos esas cuestas desnudas expuestas.

La fotografía es espléndida: el Atlántico azulísimo, luminoso, las olas batiendo hoy tranquilas contra la costa, el camino serpenteante que nos invita a recorrerla. Apenas hay gente, solo los que llegaron en el viaje anterior, y la sensación de aislamiento aumenta, de estar en un lugar alejado de todo, un pequeño paraíso lleno de belleza. Frente al mar, en la ladera, los acantilados protegen como si de un tesoro se tratase unas huertas en terrazas gracias a que las quebradas le robaronn al mar unos metros de tierra para cultivar.

Huertas aterrazadas. Las quebradas le robaronn al mar unos metros de tierra para cultivar

Los productores locales plantan patatas, alubias y viñedos en este suelo fértil. Las pequeñas casas seguramente son usadas para almacén agrícola y para guardar los aperos de labranza. Parece mentira que hayan aprovechado este pedazo de terreno para plantar, y por lo visto el teleférico sirve aún actualmente para transportar las cosechas.

Disfrutamos de la placidez del paseo junto a los terrenos agrícolas y el mar, con el viento suave acariciando nuestros rostros, las olas poco amenazadoras casi invitándonos a un baño en esas aguas azules.

El sendero se termina pronto, aunque a la Fajã da Quebrada Nova le sigue la Quebrada do Negro más adelante. Ambas quedan entre la Ponta do Pargo y la Ponta do Tristão. Volvemos sobre nuestros pasos, admirando este paisaje del que no nos cansamos, conscientes de estar en un rincón natural casi intacto, al que llega la gente de paso, que vienen a llevarse un pedacito del mar y de las montañas de Madeira.

Los espectaculares acantilados por los que sube el teleférico de Achadas da Cruz

Subimos de nuevo en el teleférico de Achadas da Cruz, poco a poco vamos alcanzando altura, se va viendo todo cada vez más pequeño. Asombrados miramos hacia abajo fascinados por haber estado en un sitio natural tan espectacular y tan lleno de encanto. El viento no sopla hoy como seguro lo hace otras veces, convirtiendo así el viaje en teleférico en toda una aventura. Por momentos la cabina se mueve y la sensación de estar suspendido en el aire se acrecienta, pero ya estamos llegando…otros largos minutos que se han terminado a nuestro pesar.

La experiencia de ir en el teleférico de Achadas da Cruz ha sido trepidante – y eso que no hacía viento hoy-, pero muy emocionante. Me recordó al viaje en el teleférico de Funchal, que nos llevó a la localidad de Monte, donde se cogen los carros de cesto. Aunque quizás más al teleférico del Jardín Botánico de Funchal, con cabinas que recordaban a las del teleférico de Achadas da Cruz. Además la tremenda altura era similar, aquí hay unos 451 de altura bajo nuestros pies.

El teleférico de Achadas da Cruz impresiona desde abajo

Ahora miramos abajo a la Fajã da Quebrada Nova y nos parece mentira que nos hayamos atrevido a deslizarnos por los cables por los que vuelve a bajar la cabina del teleférico. Todavía nos quedamos contemplando la belleza asombrosa de este rincón de Madeira, emocionados por el viaje trepidante en el teleférico de Achadas da Cruz. Celebramos nuestra proeza en el pequeño bar de madera con terrazas con vistas a la inmensidad del Atlántico.

Ruta de senderismo: Vereda do Calhau. Achadas da Cruz a pie

Existe la posibilidad de bajar a pie a la Fajã da Quebrada. Era el camino que utilizaban en el pasado los agricultores locales. El punto de partida está junto al bar y se puede volver por el teleférico de Achadas da Cruz o a pie, volviendo por el mismo camino. Es de 4,5 km y dura aproximadamente 2 horas.

El bar desde donde parte la ruta de senderismo de Calhau da Achada
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