Sobre el plano nuestro criterio para definir donde establecer el campamento para hacer noche no tenía un fundamento claro. Desconocíamos totalmente esta parte de la geografía serbia, y si bien teníamos referencias de Nis o de Belgrado, del centro del país sólo teníamos medianamente claro que queríamos visitar el Monasterio de Studenica, que Unesco marcaba como un punto de interés imprescindible.
La elección final para pasar la noche no tuvo mayor factor científico que elegir la ciudad con mayor oferta de hoteles en la zona, es decir Kraljevo. Al tratarse de una zona con una Parque Natural cercano no encontramos problema de alojamiento.
Llegamos a Kraljevo cuando la noche caía, pensando sobre todo en encontrar el hotel y poder estirar un poco las piernas. Al final nos costó un poco porque el hotel tenía un acceso por la parte de atrás de una calle y tuvimos que dar unas cuantas vueltas y preguntar a los locales para llegar.
Para hacer hambre nos dimos una vuelta por la ciudad sin que podamos destacar grandes hitos o monumentos. La parte del río es muy agradable, y seguramente en verano más, con barcazas flotantes que actúan de restaurantes y cafés.
El mejor restaurante de Serbia
La noche cayó sobre Kraljevo y tal y como habíamos planeado esta noche tocaba homenaje gastronómico. La gente de nuestro alojamiento, el Hotel Belvedere nos recomendó un restaurante llamado Lepi Boro, que servía platos serbios. Nada más entrar ya nos sentimos a gusto, gente local, buen servicio y un ambiente acogedor.
Los platos fueron sucediendo como si del camarote de los hermanos Marx fuesen saliendo camareros con platos y platos, manjares serbios que encontraban nuestro voraz apetito como fin.
Cuando llego la hora de los postres y sin pedir aún nada aparecieron dos platos con unas creps increíbles. Nuestras burlonas mentes empezaron nuestras cábalas acerca de si en la cocina, camareros y cocineros estaban haciendo apuestas sobre si seríamos capaces de meternos entre pecho y espalda semejante postre. Tras el desfile de platos que habíamos degustado como en las mejores escenas del comic de Asterix y Obelix, para un vasco y un asturiano el reto era irrenunciable…
Por si fuera poco bromeamos con la posibilidad de pedir otro «platito» para terminar de saciarnos, pero era mejor no mentar al diablo tras esta pecaminosa cena. Eso si, el Rakia no podía faltar para hacer una buena digestión.
Por el corazón de Serbia
A la mañana siguiente empezamos la ruta de los monasterios. El plan era empezar por Žiča, a las afueras de Kraljevo y luego bajar en el mapa hasta Studenica.
Žiča es uno de los monasterios ortodoxos más importantes de Serbia, no sólo por la fecha de su fundación en el siglo XIII, si no porque fue el primer rey de serbia, Esteban (Stefan Nemaña) quién impulsó su construcción, colocando los pilares de la iglesia serbia. El complejo es de los pocos puntos del país donde verdaderamente advertimos una intención de promoción turística a la altura de la importancia del monumento.
De hecho hay un parking inmenso para autobuses, una oficina de información y compra de souvenirs (que nosotros encontramos cerrada posiblemente porque aún era semana santa), y un cuidado exquisito de la iglesia y de las capillas y murallas circundantes.
Durante la visita campamos a nuestras anchas, siendo los únicos visitantes y fotografiando todo al detalle. Incluso pudimos acceder al cementerio donde descansan los cuerpos de los monjes de la comunidad (en una colina al lado del monasterio).
Studenica, patrimonio de la Humanidad
El camino al monasterio estaba bastante bien indicado, pero fuimos repasando la travesía con el mapa mientras disfrutábamos del verde paisaje de colinas
El monasterio de Studenica es uno de los hitos históricos de Serbia. En él se custodian los restos de los primeros reyes serbios (dinastía Nemanjic). El complejo lo levantó Stefan Nemaña, el padre de la patria que en 1190 levantó el complejo fortificado que protege las dos iglesias construidas en mármol. Los frescos de arte bizantino del siglo XIII y XIV son de una belleza que no extraña que Unesco los declarara patrimonio de la Humanidad en 1986.
Artistas griegos pintaron los frescos que adornan las dos iglesias de Studenica, dejando para la posteridad un placer visual que nada envidia a los frescos de las iglesias cristianas.
Tuvimos la suerte de que no hubiese nadie en Studenica, de modo que la visita la hicimos como si de un par de clérigos de clausura se tratase, deambulando por el interior y saludando a los barbudos curas.
Cuando entramos en la iglesia del Rey el guía / vigilante -tras reprendernos por llevar las manos en los bolsillos en un lugar sagrado (??)- nos explicó amablemente toda la historia de la iglesia, ofreciendo todo lujo de detalles sobre las escenas que decoran todo el interior pintado.
Junto a la iglesia del Rey está la capilla de la Virgen, más pequeña pero con una densidad de arte que nos obliga casi a «leer» pinturas, como si de un cómic gigante que va de pared a pared, del ábside a la cúpula.
Después de esta agradable visita al monasterio el camino hacia Belgrado se antojaba costoso, la opción más lógica era volver hacia el este y retomar la «mejor» carretera que cruza el país desde Nis hacia la capital de Serbia. Sin embargo optamos por hacer un trazo más directo pero por carreteras secundarias. Para empezar nos encontrábamos en una de las zonas más montañosas de Serbia y eso suponía atravesar la reserva natural por una carretera que subía zigzageando para luego descender a Ivanjica.
Este tramo nos permitió conocer la parte más virgen del país, con zonas boscosas nevadas donde la tala de madera era la principal actividad económica. Nos chocó mucho la cantidad de caleros diseminados por la carretera. Estas construcciones (habituales también en la costa cantábrica) se utilizan para deshacer la piedra caliza a base de concentración de calor en un horno con forma de iglú y revestido, y así obtener la cal con la que cubrir las paredes de las casas y conseguir aislar del frío.
Ivanjica era lo más parecido a las películas de Doctor en Alaska, con un núcleo industrial donde los aserraderos «devoraban» la madera que se transportaba antiguamente por el río y ahora por tren o carretera. Comimos en un restaurante donde parecía que atendían habitualmente a los trabajadores de las empresas madereras. Comida contundente, platos como siempre sin escatimar, y trato muy familiar.
Siguiendo el camino hacia Belgrado vimos un desvío hacia el monasterio de Vujan, pese al cansancio acumulado nos miramos y dijimos ¿Por qué no?
La carretera ascendía esta vez alejada de todo pueblo habitado, entre bosques y parcelas con cajas donde se cultivaba la miel. Al final del camino estaba el monasterio de Vujan, un coqueto centro monástico con una iglesia y varios edificios. Pese a parecer cerrado abrimos las puertas y tras saludar a un par de paisanos accedimos a la iglesia, sacando fotos a unos totems de madera cuyo origen no supimos interpretar.
Miramos hacia el norte, Belgrado nos esperaba, y las ganas por conocer la capital de Serbia nos invadían. Y las expectativas no pudieron cumplirse de mejor manera. El próximo artículo: Serbia, Belgrado.
Abel
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Ya!! Ahora se que valio muchisimo la pena Studenica!gracias