Invitados por la Jefa de Prensa de la Casa Milá (más conocida como la Pedrera), el Giróscopo Viajero ha podido conocer uno de los edificios singulares del genio Antoni Gaudí.
Fascinados por el modernismo catalán, hemos querido aprovechar la invitación para hacer una visita de prensa y no deja de maravillarnos la osada arquitectura orgánica, como sello distintivo de Gaudí plasmado en cada una de sus obras. Eterno inspirado de la perfección, en la imperfección de la naturaleza, le llevó a querer emular constantemente sus asimétricas y complejas formas.
Gracias a la amabilidad y conocimientos de nuestros anfitriones, hemos tenido la oportunidad de ser testigos de la historia y legado de Gaudí, desde aquellos los más emblemáticos como la Sagrada Familia, la Colonia Güell o el Capricho de Comillas, hasta los que quizás permanecen un tanto menos abatidos por las masas impacientes y sedientas de contemplar su talento, como es el caso de la Torre Bellesguard, pero que portan sin equívoco la garigoleada firma de Gaudí.
Personalmente nos embelesa la majestuosidad de su trabajo arquitectónico que, a pesar de seguir las mismas directrices, siempre nos asombra con su capacidad de personalizar cada una de sus obras, haciéndolas únicas y diferentes entre sí.
Casa Milà, «La Pedrera» (en catalán «cantera»), se construye bajo la petición del matrimonio Pere Milà i Camps y Roger Segimon i Artells de hacer un complejo de apartamentos, entre los años 1906 y 1912.
Su fachada es de sinuosa apariencia, con bordes suaves e irregulares, los forjados de los balcones con caprichosas figuras, entramados imperfectos que recuerdan a las ramificaciones de una planta.
Ya sea porque rompe con los esquemas y/o con las formas tradicionales, pero es imposible andar por allí y no girar la cabeza para contemplarle, es la naturaleza petrificada de la Pedrera que se erige imponente en la esquina de Passeig de Gracia y Carrer de Provença… Que invita a entrar, a querer descubrir su interior.
Cruzar el portal hacia e interior de la Pedrera es sumergirse en la imaginación de Gaudí, en sus inextricables recovecos mentales, en su admiración categórica por el entorno natural. Una escalera en forma semicircular nos recibe, luego, el palpitar del corazón del edificio nos atrapa, un patio ovalado, con sus muros revestidos de motivos florales en colores vibrantes, una explosión de luz con hileras de ventanales que se extienden hacia el cielo, un efecto óptico que obliga a girarse sobre sí mismo para recorrerlo palmo a palmo.
La visita del interior inicia en el Espai Gaudí, en antaño ideado para ser el área de «lavaderos y tendederos» de la edificación. Se trata de pasajes, que parecieran inacabables, o al menos es la sensación que transmiten la serie de arcos de catenaria invertidos que le suceden el uno al otro; la iluminación tenue que se cuela por entre los pequeños ventanales, permite un juego de luz y sombra, que se antoja un tanto lúgubre, pero a la vez sublime e inenarrable. Ésta técnica se identifica en muchas de sus obras, uno de los ejemplos más significativos, está en el diseño concienzudo que llevó a cabo en el proyecto de la Sagrada Familia, donde se puede apreciar la perfección de éste método en su cúpula central de gran tamaño.
A través de sus vericuetos, podemos conocer más acerca de las obras de Gaudí, por medio de maquetas, fotografías, vídeos, planos, objetos propios del reino animal y vegetal que le sirvieran como fuente de inspiración, así como algunos muebles diseñados por él y un vídeo ilustrativo de la ergonomía de los mismos.
Recorrido de la azotea de la Pedrera
Al finalizar el recorrido por ésta planta, hallamos una pequeña escalera de caracol, que nos da el acceso a la azotea, donde nos espera un conjunto de obras amorfas, conocidas como «badalots«, que no son más que las torres de ventilación y chimeneas, y que nos divierten con sus ingeniosas líneas y acabados, uno de ellos bien conocido por ser un importante aporte para el arte decorativo y del que Gaudí, hizo uso en un sinfín de trabajos, el denominado «trecandis», que consiste en un estilo conformado por mosaicos irregulares de cerámica, dando como resultado una cubierta ornamentada y original, técnica que podemos ver perfectamente plasmada en el Parque Güell.
Desde éste, el punto más alto de La Pedrera, no sólo se puede admirar una panorámica de Barcelona, sino descubrir una perspectiva diferente hacia el patio interior, lo que nos deja apreciar las ventanas pequeñitas del desván, que simulan un caos asimétrico que maravilla.
La última planta a visitar, la cuarta, es un viaje al tiempo, a las primeras décadas del S. XX, a la opulencia de la burguesía, donde al hacer un repaso por sus habitaciones, encontramos objetos de la época y admiramos de manera tangible, la optimización en cada pequeño detalle, a través de puertas corredizas que se internan entre los muros, molduras, tiradores, aldavas, sistema de calefacción, todo perfectamente ideado para cubrir las necesidades de un hogar común, pero con un toque que va más allá de lo básico, que roza la genialidad.
Y es que si algo caracterizaba a Gaudí, es la ideología de nunca sacrificar la funcionalidad por el diseño, cada pieza arquitectónica, tiene un porqué en cada rincón. La peculiaridad de sus trabajos, se resume en un trinomio perfecto que conjuga estructura, funcionalidad y diseño. De ahí que podamos inferir que quizás entre lo complejo de sus trabajos, la ardua labor de varios proyectos simultáneos en marcha y su ingente obsesión por la perfección, muchos de ellos no llegaran a finalizarse o continúen post mortem, como la mismísima Sagrada Familia.
Lo que es un hecho es que, siendo como es, uno de los máximos exponentes de la época modernista y de la arquitectura orgánica, a la visita minuciosa de cada sitio, nuestra sed se torna insaciable, siempre nos quedamos con ganas de más Gaudí, de seguir descubriendo la simbiótica perfección de su obra, de su arte…
Y qué mejor manera de cerrar éste artículo, con una frase de su autoría como premisa:
«La belleza es el resplandor de la verdad, y como que el arte es belleza, sin verdad no hay arte.»
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