Isfahán y el fin del Ramadan en Irán bajo el puente de Khaju

Hombre pensativo en el Puente de Khaju. ¿En qué pensaría?
©Iñigo Pedrueza.

Isfahán ciudad milenaria.

Muchas veces, los viajeros viajan con prisa u obligación. Muchas veces se viaja con las personas equivocadas o con una soledad impostada. A veces viajamos sin dinero, sin ganas o cansados. Y el viaje se tuerce, la experiencia no fructifica y el sabor es casi únicamente agrio. Pero eso sólo pasa a veces.

No ocurrió en Irán, no pasó nada de esto debajo del puente de Khaju en Isfahán, el viaje fue completo. Derribó fronteras y tópicos, y llenó nuestra mente de sabores diferentes pero extrañamente conocidos. Fue una experiencia corta pero intensa bajo los arcos que ahora no ven pasar mucha agua, que los siglos han limado, pulido y embellecido. Los puentes son típicos de Isfahán, son su seña de identidad junto a la inmensa plaza de Naghsh-i Jahan (o Meidan Emam), llena de mezquitas, palacios y un gran bazar que la recorre como una arteria llena de nutrientes. Hay muchos puentes en Isfahán, más de 30, de los cuales es muy famoso, quizá el que más, el de Si-o-se Pol.

Al anochecer, la casualidad, o la pericia, de nuestros guías nos encaminó sin embargo hacía el Puente de Khaju, que unió en tiempos el barrio del mismo nombre y la zona zoroastriana de Isfahán. Esta obra de arte se construyó alrededor de 1650 durante el reinado del Shah Abbas II, quizá queriendo emular al citado puente de Si-o-se Pol, que data de 1608. Joya del periodo Saváfida, su función fue múltiple. Primero, como paso entre las dos orillas del río Zayandeh; segundo como represa para acumular agua en épocas de cauce bajo, ya que cerrando las compuertas el nivel aumentaba dos metros. Por último, el puente de Khaju sirvió para celebrar reuniones diplomáticas y eventos públicos. Una construcción en el centro del edificio servía de mirador, casa de té y lugar de embajada.

Un puente siempre une.

Pero para nosotros, el puente de Khaju fue un lugar de sorpresa y reunión, donde nos albergamos de la noche dulce. Y, sin embargo, no hacia falta albergarse, porque la noche era suave como un beso de esos que se dan a medias, como un rumor del agua que ya no fluye bajo los arcos. El rumor era el de los cánticos, de los pasos y las gentes que se arremolinaban en torno a los cantantes improvisados. Sí, en esta noche final de Ramadán, los ritos del mes de ayuno para muchos musulmanes llegaban a su fin, con la última luna. La vida estaba a punto de retomar su cauce más habitual en Irán.

La religión, ninguna religión, nos interesa, ni en su faceta sacra, ni en la política, no obstante, este final de Ramadán transciende todos esos aspectos. Por todo ello, no se tome lo que sigue desde la mística ni la creencia. Tómese como el relato de un viaje, de una manifestación espontánea y ecuménica, vista por un extranjero. Un extranjero descreído, pero respetuoso de todas las creencias que respetan y que se sintió en su casa.

No entendíamos el farsi, pero la música, el ritmo y la declamación trascendía las lenguas habladas por los humanos. Algo hay en los gestos, en el movimiento de los cuerpos, en las sombras negras y los fondos amarillos de esas luces, que crean una cierta reunión de intereses o de sensaciones. No hacía falta entender, ni mucho menos creer en nada, para sentirse en mitad de un ceremonial, de un concierto múltiple. Para mí, un canto a esa humanidad que nos esforzamos en negar, creyéndonos pueblos, naciones diferentes y siempre mejores que las otras. No tengo religión, mi patria son los aeropuertos, las carreteras y las bahías abiertas desde las que parten los barcos. Los pasaportes me gustaría coleccionarlos, como objetos deletéreos y anticuados, pero nada de eso importaba allí.

Bajo el Puente de Khaju la música suena de manera diferente. ©Iñigo Pedrueza.

Estaba bajo los puentes oscuros, repletos de gente a la que yo, ni asustaba ni sorprendía. Algunas personas miraban, otras charlaban, otras coqueteaban con furtivas miradas. La mayoría escuchaban los cantos desgarrados o suaves, parecidos al flamenco y a todas las melodías del norte de África y de todos los orientes próximos. Un sonido menos abrupto que el cante jondo, más dulcificado y sensible, más próximo en esta inmensa lejanía del centro de Irán. Como los bertsolaris del norte de España que inventan duelos musicales en euskera, -siguiendo la tradición poética milenaria de todos los continentes, la que debieron inventar los Cromañón-, estos duelistas recurrían a la voz para cantar, contar, crear ironías, chanzas y lamentos. La apariencia de libertad, de tranquilidad y sentimiento era muy grande. Celebraban el final del ayuno, adulaban a dioses o se lamentaban de los problemas cotidianos, eso no lo sé. Pero sus duetos alternativos, a capela, eran impresionantes. Si otras cosas se ocultan tras los cantos, repito, eso no lo sé, pero el corazón me dice que los temas eran mundanos y humanos.

Rodeado de mis nuevos amigos, compañeros desde unos días, y de nuestros cicerones iraníes, amigos también ellos, recorrimos los adoquines, las baldosas, mientras perdíamos y encontrábamos, cual Guadiana a nuestra fotógrafa. De esas pérdidas surgieron fotos, como pepitas cribadas por el tamiz gigante del puente Khaju. Íbamos de un saliente al otro, del borde reforzado al pasillo de columnas, que servía para ver sin ser visto o enseñarse sin verse. Bajamos a los arcos y subimos por la calzada que une las dos riberas. Entramos en el antiguo mirador, pequeña estancia donde el Sha Abbas II solía departir con allegados y embajadores bajo la mirada atenta de las concubinas y emperatrices.

Un encuentro especial.

En una de esas, nuestro guía nos llamó la atención, un personaje enigmático arbolaba un turbante especial, barba tupida y panza respingona. Su porte no era el nuestro, ni el habitual de la gente que le rodeaba, pero era evidente que no era un imán. Nos acercamos, ya que otras personas lo saludaban con respeto. Él nos miró, y a diferencia del resto de la gente, que nos ignoraba con democrático respeto o nos sonreía galana, el gran hombre preguntó quienes éramos.

No respondí, obviamente porque solo entendí la pregunta cuando nuestros amigos la tradujeron. Pero mi imaginación ya se encaramaba por los relatos más inverosímiles de la ruta de la Seda, para explicar complicadas embajadas, documentos importantísimos y una posible audiencia con el mismísimo Sha, en las altas instancias. Soñaba ya con las miradas oblicuas de esos ojos pícaros, que destacan en el rostro de la emperatriz… De pequeño leí un libro lleno de las historias de Sherezade, que resultó ser persa y madre de esos grandes cuentos árabes, quizá la ensoñación vino de allá, de las profundidades de la niñez. Pero, calló mi boca y se desvanecieron las invenciones oníricas y el gran hombre se enteró, sin mover su rimbombante bigote de que sólo éramos viajeros que descubrían Irán para promocionarlo como destino turístico. El hombre, pensativo, tardó un poco en pedirnos una foto. O quizás fuimos nosotros, los que al saber que se trataba de un maestro sufí de las altas categorías nos acercamos al él para sentir su perfume floral. Desde entonces, sé que los maestros sufíes huelen de maravilla, a flores y esencias de esas que en Irán perfuman cada estancia y cada lugar.

Nos enteramos también de que el sufismo, como corriente filosófico-mística del Islam, posee múltiples ramas y diversas enseñanzas, más allá de la más conocida que es la de Turquía y sus derviches danzarines. Todas comparten una falta notoria de proselitismo y un respeto ecuménico por otras creencias, que no ven como opuestas sino complementarias. Tratándose de una corriente religiosa, me parece algo especialmente destacable. Posando todo lo serio que la ocasión lo requería, volví a perderme en el tiempo y creí pensar que Sir Richard Burton, el explorador, adepto del sufismo, se tenía marcial y un poco anarquista a mi lado, con su salacot y bigote reglamentario. Junto a él Philip José Farmer, el escritor norteamericano de Ciencia Ficción, se unió a la fiesta, porque él también soñó y glosó a Burton en su inmenso ciclo de novelas del Mundo del Río. Quizá estábamos todos, en sus novelas, donde se mezclan todas las gentes que han vivido y vivirán, un lugar que no es ni cielo ni infierno pero donde los problemas no han cesado. Por detrás, sentí un instante el perfume femenino de Sherezade y pensé lo agradable que sería escuchar sus historias, mil y una noches seguidas y más todavía. Pero no me di la vuelta, no fuera que esa sensación se deshiciese al enfrentar realidad y sueño.

Un verdadero viaje

En esa sala hubo reyes y embajadores. Ahora sólo se oye el rumor de los besos no dados.

Los viajes dan de sí cuando la mente se abre y la frontera cae. Cualquier frontera, la física, política, la religiosa o la social. Ahí, el viaje se expande, se multiplica y cada uno lo disfruta, lo dirige de la manera que más le place. El lugar da igual, porque el protagonista, el único, siempre es uno mismo. Somos el crisol sensacional, el prisma esencial para comprender y formar parte del mundo, o para destruirlo. La luz transparente nos atraviesa, pero somos nosotros los que la teñimos de color. Podemos elegir el negro y no ver nada, o teñirlo todo de un tono, una bandera, una opinión, por ejemplo. Podemos también, escoger un abanico cromático mucho más grande, incluso mayor que el del arcoíris e ir cambiándolo. Está en nuestras manos, es cuestión de quitarse la venda, ser justo, sentirse uno único, uno más en un mundo que compartimos con centenares de millones otros yoes.

Irán, paradójicamente quizá, me hizo sentirme más humano, universalmente humano, transcendiendo todos los límites falsos e interesados que nos obstinamos en aceptar y justificar.

No puedo decir más, solo recomendar abrir la mente, soltar lastre y tomar la vereda que lleva al Puente de Khaju. Puede que un maestro sufí le espere bien erguido para hacerse otra foto.

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Muchas gracias a Mohammad Yousefi director de la Agencia Irantravel de Barcelona por permitirnos descubrir a Iran y a sus gentes. Gracias a Mahan Air, al Kouhpa Caranvaserai. Gracias a Saeid Safaee nuestro guía en este viaje de descubrimiento. Y gracias, por igual a mis compañeros, ya amigos: Anna Abad de Kartika; Gema Crespo de Destino Asia; Priscila Fernández de Goandbe; Xavi Flor de Etnix; Natalia García de Luxotur; Marina Meseguer del periódico La Vanguardia; Cheli Recondo de Tu Estilo Viajes; Carmen Sánchez de Largo Tur Viajes (nuestra fotógrafa) y David Vila de Viatges Jet Lag. Con todos el viaje fue un Viaje.

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