El ajedrecista de Budapest – Ajedrez en los balnearios (Hungría)

Ajedrez termal
Ajedrez termal

Desde pequeño el ajedrez fue para mí un polo de interés en un tiempo en el que las eternas batallas entre Karpov y Kasparov aún ponían en primera fila internacional semejante esfuerzo intelectual.

Junto a mi hermano jugamos «mundiales caseros» de ajedrez, bajo seudónimos y nacionalidades exóticas, con maratones de partidas que se sucedían hasta por varios días, o hasta que yo me encolerizaba y acababa tirando el tablero por los aires.

Cuando la dictadura de la matemática del tablero se impuso y el salto hacia la esclavitud de la profesionalidad requería estudiar libros con el sugerente título de «finales de peones», mis infidelidades con las reinas acabaron con la sólida relación que había cuajado durante años de torneos amateurs.

Pese a ello nunca dejé de admirar este pequeño gran mundo, guardando en la memoria los nombres de los maestros ajedrecistas internacionales, héroes imaginarios, con nombres a veces exóticos a los que poner cara con la imaginación, o las fichas de los movimientos de las partidas que a ojos de mis padres parecían un jeroglífico ininteligible.

Por esta razón cuando visité hace unos años la capital de Hungría, me sorprendió gratamente encontrar una pasión nacional de este calibre. Alfiles imaginarios que rezumaban aprecio por el ajedrez en muchas esquinas de la ciudad, como guiños que cada vez son menos visibles y se convierten en especies en extinción ante el maremoto de la globalización voraz de las modas o de la tirana tecnología.

Hungría es – con mucho cariño y cierta envidia – un país raro, y un claro ejemplo es que uno de los souvenirs por excelencia son los tableros de ajedrez que podemos comprar en el mercado de Vasárcsarnok Tallados en madera a mano, y con infinidad de formas y acabados, son uno de los souvenirs que no pueden faltar en nuestras compras.

Budapest, Hungría y en general todo el Este de Europa han cultivado durante décadas el amor por el ajedrez hasta el punto de entronizarlo como uno de los deportes rey, a la altura del futbol. No en vano dos de las mejores ajedrecistas del mundo, las hermanas Judit y Zsuzsa Polgár nacieron en BudaPest.

En el balneario Szechenyi, una estación termal en el corazón de Budapest, no es casual encontrar a jugadores que practican la estrategia de caracol (por lo lento de sus movimientos) sumergidos en el agua y apoyados en un tablero de mármol.

Tras un reconfortante baño viendo a los «campeones» amateurs podemos seguir nuestra ruta por Budapest hacia el rio, cruzando los puentes que separan las dos partes de la ciudad Buda y Pest. Esta travesía de punta a punta sugiere la metáfora del ajedrecista que ora juega con blancas, ora lo hace con las negras, defendiendo un color hasta la capitulación del rey contrario.

Andando acabamos en el parque de Városliget donde asomados como a un precipicio, curiosos y profanos siguen no siempre con inusitado rigor y silencio las partidas encadenadas que se suceden. Cuesta encontrar una mesa libre, y desde horas tempranas peregrinan como camellos con sus cargas de peones los ajedrecistas amateurs que no perdonan un día sin retar a amigos y desconocidos. Alrededor de ellos, el tumulto de público comenta en susurros las suicidas ofensivas, o los errores más peregrinos, obviando la ética del ajedrez donde el silencio es crucial y donde la perdida de concentración pueda dar al traste con la frágil telaraña que se forma según avanza la partida, y donde un exceso se paga en apenas un par de movimientos.

Encontrándome como observador de una partida me tocó hacer de juez y parte ante un movimiento ilícito de peón en la apertura. El contrincante recurrió al alboroto futbolero para quejarse de tan atípico movimiento, jaleando al público entre los que me hallaba. En ese momento mirándome a los ojos lanzó un furibundo discurso buscando aquiescencia. Yo, sin saber nada de húngaro, negué con la cabeza y confirmé la regla ultrajada con mi dedo negador. No hicieron falta más palabras, los peones del adversario que habían salido al unísono, se batieron en retirada, como las huestes napoleónicas que huían de la campaña rusa, y como pasa con la Historia (en mayúsculas) se volvió a escribir una nueva partida.

Reflexionando sobre esta anécdota camino de la estación de tren de Nyugati Pályaudvar (estación del oeste) -desde donde parten los trenes que nos llevaban a Rumanía- viví otra aventura ajedrecística. En los mismos andenes, las alfombras cuadriculadas de los tableros proliferan como los trileros y timadores en otros países, pero aquí, los pícaros veteranos como el mejor extremo izquierdo del mundo, gambetean a los turistas en partidas rápidas donde la tiranía del reloj acaba ahogando casi siempre a los inocentes y osados jugadores que fruto de su autoestima creen ser capaces de ganar a estos magníficos «jugadores de calle».

El último aviso de nuestro tren hacia Cluj nos despertó por suerte del ensimismamiento, y lamentamos no poder retar al ajedrecista de Budapest, que nos gritaba quizá para emprender una lucha encarnizada de cerebros, o para que no le congeláramos con nuestra cámara de fotos.

por Aitor

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4 comentarios de “El ajedrecista de Budapest – Ajedrez en los balnearios (Hungría)

  1. Yo tuve ocasión de jugar una partida con los lugareños en parque de Városliget, y sólo hablando el idioma de los peones 😉

    1. Es un idioma muy internacional Mbermejo 😉 La verdad es que es un placer ver que la tradición del ajedrez está tan viva en Budapest. Gracias por tu comentario

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