Decía Charles Baudelaire que «La irregularidad, es decir, lo inesperado, la sorpresa o el estupor son elementos esenciales y característicos de la belleza.» Y esa percepción de la belleza -no como un patrimonio, sino como una interpretación individual y subjetiva- es la que hace de Le Havre un destino turístico a descubrir.
Ni siquiera los franceses, los mismos parisinos, y por supuesto menos los normandos habrían dicho nunca que le Havre es bonito. Sin ni siquiera haberlo pisado, ni saber qué ver, el prejuicio demoledor llevada décadas expulsando a la ciudad normanda de las rutas turísticas tradicionales. Incluso los propios ciudadanos de le Havre han tardado en entender la singularidad de su patrimonio arquitectónico y de las posibilidades que otorga el binomio de turismo industrial de su puerto. Afortunadamente, tanto locales como franceses llegados desde París, o extranjeros procedentes de Bélgica, Alemania, Inglaterra, Estados Unidos y tímidamente España, están conociendo las posibilidades de le Havre.
Visita a Le Havre – Qué ver
Según entramos a la ciudad primero nos recibe el moderno estadio Océane con su cubierta azul de teflón rodeando el campo, y donde disfrutaremos de uno de los partidos del mundial femenino de fútbol. Después aparece el canal del Bassin Vauban donde el estudio de arquitectos Reichen y Robert recobró la vida de los antiguos muelles de mediados del siglo XIX donde se almacenaban las mercancías. Hoy reconvertidos en tiendas y ofertas de ocio, se han convertido en una nueva zona de recreo.
Denominado por la oficina de turismo como un laboratorio de arquitectura o una ciudad inesperada, el impulso de la inclusión en el catálogo de Patrimonio de la Humanidad ha puesto el foco en le Havre. A ello está ayudando el empuje de eventos como el ser una de las sedes del Mundial Femenino de Fútbol.
En los tiempos que no existía el timelapse el ajetreo del puerto de le Havre ya era vertiginoso. La desembocadura del Sena funcionaba como red comercial fluvial con la voraz París. Desde el puerto de Le Havre funcionaba el llamado comercio triangular fundamentado en el transporte de esclavos desde las costas de África (Benin. Sierra Leona, Ghana o Nigeria) hasta América, para luego desde allí traer mercancías de algodón, azúcar, tabaco, café, índigo y chocolate a Le Havre.
En la Casa del Armador y en el Musée Hôtel Dubocage de Bléville podemos ver una colección de objetos que explican ese trasiego que puso en el mapa económico mundial el puerto de Le Havre. Más tarde fueron otros viajeros, fundamentalmente inmigrantes que se lanzaron a cruzar el océano Atlántico a bordo de pailebotes como el vapor Pampa que cubría la ruta Le Havre Buenos Aires a finales del XIX y principios del XX.
Los bombardeos de septiembre de 1944 apenas dejaron piedra sobre piedra, con el 80% de la ciudad arrasada. Todo el centro histórico de Le Havre fue completamente destruido, en una operación de los Aliados difícilmente justificable, y que forma parte de esa parte menos conocida del desembarco de Normandía. Apenas algunas villas de la zona de playa, la casa del Armador o el monumento a los caídos en la primera guerra mundial sobrevivieron a la furia de diez mil toneladas de bombas. El invierno fue además especialmente crudo ese año y la nieve cubrió con su manto blanco las vergüenzas del bombardeo. Apenas acabada la guerra la operación de reconstrucción de Europa se empezaba a mover.
Patrimonio Unesco de la Humanidad
August Perret se hizo cargo del titánico proyecto que partía de la premisa de que los nuevos inquilinos dormían en campamentos mientras se construían las casas. Entre 1945 y 1964, el «padre del hormigón» proyectó un conjunto armonioso de 150 hectáreas, que bebe del racionalismo de la época, con pocas concesiones estéticas en el exterior de los edificios, pero realmente funcional. Cada una de las familias que había perdido su casa obtuvo una nueva, con tamaños adaptados al número de componentes de la familia. Además de las viviendas otros edificios fueron construidos por el taller de Perret como el colegio Raoul Dufy y la Escuela de Negocios de Normandía. El resultado del conjunto pasó por varias etapas de juicio. La primera fue de agradecimiento por la mejora en la calidad de vida de unos ciudadanos que aún tenían en su memoria una ciudad derruida. Más tarde los cambios sociales, económicos, unidos a las comparaciones llevaron a menospreciar en cierta manera la arquitectura de hormigón de Perret, tachada de simple y poco vistosa.
Afortunadamente, Unesco con su sello dio lustro y reconocimiento en 2005, provocando un cambio de mentalidad institucional y en el colectivo. Mientras recorremos las calles del centro de le Havre lo que hay que valorar especialmente no es la belleza, si no el contexto y la solución que Perret aportó. La arquitectura y planificación urbanística de posguerra aplicados en le Havre siguen una unidad metodológica, un uso de elementos prefabricados con una planificación de trama modular y la aplicación del hormigón de forma práctica y al mismo tiempo creativa.
La belleza del hormigón – Turismo arquitectónico
Para muchos afirmar que el hormigón armado puede ser bello es el perfecto ejemplo de oxímoron de una definición poética. Pero en arquitectura, además de la suntuosidad ornamental y la exaltación de lo visible, está también la solución arquitectónica para cada contexto y el pragmatismo del que por ejemplo Perret se sirvió para enfocar la reconstrucción de le Havre.
Solo los diferentes niveles de espacios como la plaza del ayuntamiento o la catedral sirven de estratos arqueológicos para entender donde estaba la altura de la ciudad antes de los bombardeos. La ingente cantidad de cascotes de los edificios derruidos sirvió de relleno para alzar el plano urbano. Encima se levantará un nuevo le Havre, de la mano de Auguste Perret.
Durante décadas le Havre fue un bastión del comunismo francés, con alcaldes de izquierdas que defendieron el éxito del proyecto de Perret. Más tarde otros excelsos arquitectos quisieron unirse al proyecto urbanístico de le Havre y primero el brasileño Oscar Niemeyer con el volcán teatro y la biblioteca, y más tarde Jean Nouvel con las piscinas de Les Bains des Docks, añadieron formas nuevas a los ángulos perfectos de Perret.
Hoy en día Le Havre se ha reinventado y hay bastantes razones para visitarlo. Por un lado se ha convertido en una de las terminales más importantes de cruceros del Atlántico, lugar de partida de transatlánticos hacia múltiples destinos. Además, su terminal de ferries conecta el norte de Francia con Inglaterra a través de la línea hacia Portsmouth.
La transformación de polo industrial hacia el ámbito de los negocios, el turismo y el arte está haciendo mudar de piel a le Havre, que aún así conserva un importante sector comercial gracias al puerto.
Apartamento Piloto de Perret
Siguiendo los principios básicos del clasicismo estructural, Perret reprodujo exponencialmente el plano de 6’24 metros de ancho. La distribución espacial de las estancias, en torno al espacio central del salón, punto alrededor del que orbita el resto de la casa. Los apartamentos contaban con todas los lujos que en la mayoría de los casos no disfrutaban los supervivientes de los bombardeos.
Espacios cálidos, luminosos, amplios, con un baño y una cocina bien estructurados, que hicieron al menos más fácil la vida de posguerra. Perret quería descargar a las mujeres de la tiranía y la esclavitud de la casa, por eso su planteamiento en plena década de los 50 puede considerarse transgresor. Cada uno de los edificios contaba así mismo con un patio interior, una aportación de islas de ocio que se copia en los modelos urbanos de las ciudades del siglo XXI.
Visitando el interior del piso piloto entendemos su planteamiento de la modulabilidad, con innovadoras puertas correderas y la casi ausencia de pilares y paredes maestras, lo que permite reconvertir el hogar en función de las necesidades de los inquilinos. El mobiliario del piso piloto proviene de donaciones de la gente de le Havre y adquisiciones de antigüedades, constituyendo un auténtico museo de muebles y objetos de los años 40, 50 y 60 con el característico estilo Art Deco que nos recuerda en muchos casos la simplicidad y originalidad del diseño escandinavo. Aspiradores, teléfonos, lámparas, juguetes, vajillas, radio y los elementos de la cocina como la nevera nos hacen viajar en el tiempo.
Justo anexa a la casa piloto de Perret salimos a la Rue de París, copia de la Rue de Rivoli de París, y que Perret quería convertir en una calle comercial con sus características galerías de pórticos de ambos lados de la calle. La Rue París conecta el ayuntamiento con el puerto, pasando por el Bassin du Commerce y las obras de Niemeyer.
Hotel de Ville – Ayuntamiento
Alrededor de la inmensa plaza del ayuntamiento Perret alineó 330 apartamentos de diferentes tamaños que dieron vivienda a mil personas. El edificio del Hotel de Ville recalca el estilo Perret, con la greca simétrica solo rota por la torre con el reloj. Nos apremiamos a entrar a visitarlo ya que en ese momento estamos pasando por el ciclo habitual de las cuatro estaciones en un día. El tiempo arrecia y llueve tanto que nos impide salir a la terraza de la planta 17 de la torre del Ayuntamiento. El cristal nos protege de la intemperie y a través de las cristaleras de la planta 18 asistimos al súbito cambio de clima, con un sol que da tregua para sacar fotos de la impresionante vista 360 grados de le Havre.
Desde el ayuntamiento caminamos por la Avenue Foch hasta atravesar los dos edificios que forman la denominada Porte Oceane, dos edificios de viviendas que forman el límite con el acceso a la playa de le Havre. En estos Campos Eliseos de le Havre – cuya dimensión de anchura es exactamente la misma que la de la famosa avenida de París-, se construyeron varios bloques especiales. Por un lado estaban las construcciones de la élite y la gente adinerada, comerciantes de le Havre que optaron a casas algo más espaciosas y con pequeños guiños estéticos. No lejos estaban las casas de los obreros que participaron en la construcción de la iglesia de Saint-Joseph, una petición expresa de Perret. Las casas de esta avenida tienen en su fachada unos bajorrelieves que evocan el pasado de Le Havre, y un homenaje a las profesiones e hijos ilustres de la ciudad.
Las familias Las viviendas de los constructores de la iglesia «cura obrero» Le Havre se ha posicionado también como plató cinematográfico. Antes de la caída del telón de acero reproduciendo escenarios que imitaban los antiguos países de la órbita comunistas cuando no se podía grabar allí. Y hoy en día gracias a que son recurrentes sus paisajes portuarios en series como las de los detectives Richard Faraday y Paul Winckler en Deux flics sur les docks. Doscientos años atrás fueron los paisajistas del impresionismo Dufy o Monet quienes nos dejaron obras maestras que nos invitan a pasear por los escenario de sus obras. La ciudad ha dispuesto además una serie de rutas literarias, con bancos donde sentarnos y leer textos de grandes escritores.
Volcanes de Niemeyer
Niemeyer no se prodigó mucho por Francia y por eso su obra en le Havre es especial, ya que además contrasta con sus formas onduladas con la arquitectura lineal de Perret. El conjunto ubicado cerca del piso piloto de Perret lo forman dos edificios al estilo de cráteres blancos: el denominado Gran Volcán, centro cultural de la ciudad; y la Biblioteca que funciona como una mediateca, ofreciendo espacios que en ocasiones imitan lo orgánico en su interior. Los ojos de buey dan paso a la luz del exterior que da claridad a las diferentes áreas que juegan a ser un pequeño laberinto. Destaca su mobiliario, una invitación ergonómica a pasar horas y horas leyendo y convertirse en un refugio cultural.
Bassin du Commerce
Cruzando la calle damos con el Bassin du Comerce, presidido por la ya mencionada estatua a los caídos de la Primera Guerra Mundial y que sobrevivió la lluvia de bombas. Hoy, flanqueada de banderas francesas es también un memorial a los muertos en la segunda contienda. El Bassin du Commerce con su dique fue durante siglos el puerto de atraque de los barcos para dejar sus mercancías. La ciudad medieval construida en 1517 protegía el comercio con este canal en el interior amurallado. Con la posterior creación del puerto perdió su sentido y hoy ofrece una visión bonita de la pasarela del arquitecto Guillaume Gillet que cruza la dársena.
Iglesia de Saint-Joseph
La iglesia de Saint Joseph no deja indiferente con una forma que recuerda más al antiguo faro de Alejandría, maravilla del mundo antiguo. Es un homenaje a los muertos durante la segunda guerra mundial, y su estilizada figura de 107 metros deja minúsculas las «arañas» pórticos que no dejan de tejer con su trabajo de carga en los gigantescos buques del puerto.
Después de la lluvia de bombas la antigua iglesia de Saint Joseph desapareció y tras el final de la contienda en el campamento de Francisco I, donde estaban los barracones de las ciudadanos que habían perdido todo, el abad Charles Pinel creó un lugar de oración modesto en un viejo cobertizo de hierro. Perret dibuja los planos de la nueva iglesia, con la idea de que se convierta en un monumento a la memoria de las víctimas de la guerra. Se inspira en un proyecto más antiguo de 1926, la iglesia de Sainte-Jeanne d’Arc, originalmente destinado a construirse en en París, rue de la Chapelle en el distrito dieciocho.
El cura Marcel Marie, sacerdote de la parroquia se involucra en el proyecto de Perret, y gracias a sus ideas de cura obrero y su mano diestra con el clero, convence al episcopado para que el proyecto prospere pese a su extraña morfología arquitectónica. De esta forma, con el aval eclesiástico y el visto bueno del Ministerio de Reconstrucción el propio Perret inicia su alzado en 1951 junto a su equipo de colaboradores formado por Raymond Audigier, Georges Brochard y Jacques Poirrier. A su muerte en 1954 continuaron los trabajos para finalizarla en 1957 según el proyecto del maestro y consagrarla al culto en 1964.
Visible -cuando el tiempo lo permite- a más de 60 km mar adentro, el «faro» de le Havre ofrece una sensibilidad lumínica en su interior. 12 768 cristales actúan de juego cromático que varía según nos movemos «circunnavegando» su perímetro. Este juego visual es obra de la artista vidriera Marguerite Huré, que fusionó a la perfección el concepto arquitectónico de Perret con una propuesta de iluminación del interior de la iglesia que agradece los rayos cuando el sol esquiva las nubes. Como si fuera un caleidoscopio nuestras retinas y el mismo objetivo de la cámara de fotos van absorbiendo la luz que sube y baja su intensidad.
Desde fuera el hormigón está embellecido con una decoración geométrica que recuerda los motivos de las mezquitas del norte de África. No es casualidad ya que Perret ejecutó varias obras en Argelia, antigua colonia francesa, y su paso por el país sedujo su concepción estéticas hasta el punto que Saint Joseph tiene reminesciencias del arte musulmán.
Playa de Le Havre
El paseo de la playa esta regado de pequeños restaurantes y espacios para correr y andar en bicicleta aprovechando el buen tiempo. Las casetas de baño con sus vivos colores, obra del artista gráfico Karel Martens son una propuesta decorativa que también nació con el quinto centenario de la fundación de le Havre, celebrado en 2017. El autor utilizó un algoritmo para elegir los colores de las 500 casetas de playa.
Los jardines colgantes «Les Jardins Suspendus»
Hay momentos que caminando por le Havre podemos extrañar el «verde». Además del «oasis» del parque de estilo inglés de Saint-Roich, es recomendable escaparse al jardín japonés o a los Jardines colgantes (Les Jardins Suspendus) en el interior del fuerte militar del siglo XIX. Una vez reconvertido, el antiguo cuartel fue acondicionado para ser la sede del jardín botánico. Las especies llegadas de todos los puntos cardinales gracias a los marineros, científicos y coleccionistas que surcaron el mundo, ha permitido crear un lugar singular. Las vistas del estuario del río Sena y la bahía son otro motivo para venir.
Mientras paseamos por la playa nos dejamos hipnotizar por la doma de viento de los maestro del kitesurf y windsurf, que cabalgan las furiosas olas. Le Havre se ha convertido en un destino importante de deportes náuticos, especialmente para los parisinos que en apenas dos horas encuentran espacio en el mar Atlántico.
Al final de la playa el pase marítimo asciende por una carretera engalanada por algunas villas supervivientes a los bombardeos, de estilo neoclásico, ecléctico o arte Nouveau. Estamos en Sainte Adresse, una pequeña población ya absorbida por le Havre y conocida por haber sido capital de Bélgica durante el exilio del gobierno en la Primera Guerra Mundial. Allí la cohorte de mástiles con las banderas de Francia, Bélgica y Europa arropa a la estatua que recuerda la capitalidad belga de Sainte Adresse. Esta zona tiene algunos de los mejores restaurantes de la ciudad como Le Clapotis especializado en pescado y Le Grand Large con unas excelentes vistas de la playa.
La silueta del embarcadero al atardecer nos sumerge en el cuadro modernista de Raoul Dufy, donde lo retrata como una foto de época. Hacia el mar el sol hace sus pruebas de color rojos, naranjas, amarillos y violetas mientras rebota sus últimos rayos en el carguero que transporta contenedores de colores que parecen un arco iris.
Volvemos de Saint Adresse camino del centro para visitar el MUMA, un museo imprescindible en nuestro paso por le Havre y Normandía.
MUMA
Al MUMA (Museo de Arte Moderno André Malraux) le ha correspondido el honor y el reto de albergar el segundo museo más importante sobre el Impresionismo en Francia (tras Orsay en París). No es tarea fácil para un museo condensar en un recorrido la magia de una corriente que vivía en muchos casos del paisajismo y por ende de los espacios abiertos. Le Havre y los acantilados de Etretat fueron durante el esplendor del impresionismo captados por los trazos de Eugène Boudin, Claude Monet, Jongkind, Pissarro, Othon Friesz, Georges Braque, Sisley, y el artista local Raoul Dufy.
En la ciudad hay una ruta con paneles informativos que nos sitúa en el espacio desde donde los pintores impresionistas captaron la belleza de Le Havre.
Catène des Containers
La cadena de los contenedores parece tan grácil como frágil. Sus dos arcos suspendidos en el cielo tiene la simplicidad de un tente o un lego de un curioso niño que juega a desafiar la gravedad. Lo que iba a ser un obra temporal a cielo abierto en el puerto para celebrar el aniversario de los 500 años de la ciudad en 2017, se ha convertido en el contrapunto de color a los edificios de Perret. La obra de Vincent Ganivet se alza en la denominada terminal de Irlanda (junto a la explanada del muelle de Southhampton), como telón de la perspectiva que se tiene de la Rue Paris desde la plaza del Hôtel de Ville. En esta misma avenida está la catedral de le Havre.
Catedral de Notre Dame
Hoy es casi imposible imaginar como era el paisaje pantanoso de Le Havre, desembocadura del Sena, pero en el espacio donde está la catedral de Notre Dame, los pescadores levantaron allá por el siglo XII una capilla. No fue hasta el siglo XVI, después de que una de las furiosas mareas «borrase» la capilla, cuando se erigió la primera iglesia de piedra, cuya torre del campanario servía a la vez de faro a los marineros. El lento ritmo de construcción -ralentiza aún más por las guerras de religión entre católicos y protestantes – hizo que se dilatara su finalización hasta 1630, lo que explica la mezcla de rasgos góticos y renacentistas. Los siglos XVII y XVIII tampoco fueron de sosiego para el edificio ya que primero el asedio inglés y luego la revolución francesa transformaron la iglesia, pero sin duda el mayor daño vino en 1944. Las bombas afectaron al templo, dejando en pie solo algunas partes de Notre Dame, y la restauración se prolongó hasta 1974- cuando adquirió el rango de catedral-, con sucesivas actuaciones para evitar su derrumbe a causa de su emplazamiento en terreno pantanoso.
Desde la catedral dos pasos nos sitúan frente a la bocana del puerto que servía de acceso a el Bassin du Commerce. Esta es la parte más antigua de Le Havre, donde durante la Edad Media los pescadores refugiaban sus barcos, mecidos por la marea. La concesión del rey Francisco I del título de villa inició el crecimiento de la ciudad que hoy sigue mirando al mar. Al otro lado de la entrada al puerto está el histórico barrio de Saint François .
Barrio de Saint François
En el barrio de Saint François encontramos una isla bretona dentro de le Havre. No es casualidad que los siglos de actividad portuaria atrajeran a muchos trabajadores de Bretaña, que se establecieron en el mismo barrio. Las apariencias engañan porque los edificios son parte del proyecto de Perret, pero más tarde, arquitectos del movimiento regionalista añadieron a la estructura de hormigón armado, techos de pizarra y doble vertiente. Recrearon así el estilo de viviendas del siglo XVI, imitando los planos del arquitecto Bellarmato en época del rey Francisco I.
Restaurantes de cocina bretona, pubs se concentran en torno a la iglesia de Saint-François. Justo detrás de la iglesia está uno de los museos que permite interpretar la historia mercantil de le Havre, el museo Musée Hôtel Dubocage de Bléville. Este bello edificio fue originalmente un hotel comprado por el navegante Michel Joseph Dubocage de Bléville, desde donde él y sus hijos llevaban a cabo las operaciones de comercio marítimo. El hoy museo alberga una colección de objetos relacionados con la historia de le Havre, desde los productos «exóticos» que llegaban al puerto como café y algodón, como vajillas confeccionadas en la lejana China.
La Mejor peluquería de le Havre
A unos pasos nos topamos con uno de esos lugares curiosos que no aparecen a menudo en las guías oficiales, y que por su naturaleza antropológica son dignos de admiración. Es el Salon des Navigateurs, el Meilleur salon de coiffure (la mejor peluquería) de le Havre. Mientras pegamos nuestras caras a los cristales de la peluquería, observamos la gran colección de instrumentos de peluquero que desbordan el negocio como si fuera el camarote de los hermanos Marx. La ausencia de movimiento nos avisa de que está cerrado, pero casualidades de la vida, reconocemos la foto del famoso peluquero que está regando las plantas del balcón del primer piso. Le saludamos y cortésmente nos ofrece visitar su pequeño museo.
Daniel Lecompte es un personaje conocido en todo le Havre. Lleva la tradición de peluquero en su sangre ya que su padre le precedió en el mundo de la barbería. El interior está abarrotado de curiosos secadores de los años 20 del siglo pasado, botes de crema de marcas ya desaparecidas y todo tipo de objetos vintage que ha ido recopilando desde hace décadas. Su rutina sigue siendo cortar el pelo a los clientes, y esa actividad le hace lucir estiloso con su percha delgada a sus 84 años. Posa para nosotros y no escatima tiempo de su domingo para explicarnos la historia de su vida, y porque lleva siempre su uniforme de marinero con gorra incluida, que es un homenaje a sus tiempos de peluquero enrolado en barco.
Dejamos atrás a nuestro amigo Daniel y continuamos la ruta hasta casa del Armador (Maison de l’Armateur) junto a la lonja del pescado.
Casa del Armador (Maison de l’Armateur)
Es sin duda el edificio histórico más notable de la ciudad. Construido por Paul Michel Thibault, ingeniero hidráulico de la ciudad que también proyectó las fortificaciones de le Havre, diseñó su propia casa en la misma bocana del puerto allá por 1790. Diez años después unos de los comerciantes más acaudalados, Martin Pierre Foache compró la casa para utilizarla como residencia de invierno y centro de operaciones de sus negocios de ultramar.
El interior fue transformado por el arquitecto Pierre Adrien Pâris que ya había trabajado para el rey, creando un patio interior circular al que se asoman los diferentes niveles del edificio, y coronado por una linterna octogonal. La fachada sigue las tendencias del estilo conocido como Luis XVI, mientras que el suelo del interior está revestido de madera de árboles exóticos y de piedra componiendo motivos geométricos. El lujo caracteriza el mobiliario del interior de las estancias, dormitorios, librerías, sala de mapas o de lectura.
Excursiones en barco
Desde le Havre parten barcos turísticos que nos permiten ver la ciudad desde el mar. Ya sea con rutas a los acantilados de Etretat o con tours al puerto para ver el proceso de carga de los contenedores en los titánicos buques de carga, es una de las actividades más recomendables. El paseo incluye el recorrido frente a las playas desde donde la iglesia de Saint Joseph y el resto de edificios de Perret se disfrutan desde diferentes ángulos.
Le Havre más desconocido
Gracias a los consejos de nuestras guías Silvia (guía oficial de le Havre), y Martha (de la asociación Greeters) sacamos un hueco para conocer rincones menos conocidos de le Havre. La ciudad universitaria A Docks, compuesta por contenedores superpuestos es uno de estos rincones. Destinada a alojar a estudiantes es obra de Albert y Charlotte Cattani. Su concepción modular y desmontable, conectando los contenedores con escaleras hacen de esta ciudad universitaria una propuesta original basada en la sostenibilidad.
Otro itinerario para los que disfrutamos del Street Art es el que nos lleva tras los pasos de los «Gouzous», los particulares personajes que el artista Jace ha pintado en sus grafitis por toda la ciudad. Divertidos y con gran dosis de humor, sus cincuenta Gouzous pintados en el quinto centenario de le Havre forman parte del paisaje.
Le Havre ofrece más alternativas de ocio y cultura como el museo de ciencias naturales, la abadía de Graville, joya del románico en Normandía, o por supuesto excursiones a los acantilados de Etretat al norte, o el Palacio benedictino de Fécamp, famoso por la destilería de los monjes que producen su licor Bénédictine. en definitiva, mucho que ver y hacer en la ciudad de Normandía.
Dónde dormir en le Havre
El Hotel Vent d’Ovest donde nos alojamos durante el viaje es una de las mejores opciones por ubicación y por la calidad del alojamiento. El Hotel SPA de cuatro estrellas cuenta con un restaurante gourmet, un spa con opción de masajes y hammam para sus huéspedes. De estilo inglés, su estética y mobiliario son muy acogedores. Además su emplazamiento no puede ser mejor ya que está frente a la Iglesia de Saint Joseph, y muy cerca tanto del mar como del ayuntamiento y el volcán de Niemeyer.
Dónde comer – Restaurantes
La cocina normanda es muy apreciada por sus deliciosos platos. En le Havre hay magníficos restaurantes donde deleitarse con los platos a base de pescado y marisco, u optar por la gastronomía de interior con opciones de carne.
Algunos restaurantes recomendables que hemos probado durante nuestro viaje son Chez André (9 rue Louis Philippe), el restaurante “Le Saison” (Promenade de la Plage) junto a la playa, “Le Grand Large” (11 place Clémenceau, en Sainte-Adresse y con excelentes vistas del mar), Bouchon Normand (77 rue Louis Brindeau) en pleno centro de la ciudad, o le Clapotis (Sentier Alphnose Karr, 76310) también en Sainte-Adresse junto al mar.
Por otro lado para salir de marcha por la noche, la zona de los volcanes cuenta con pubs muy frecuentados como Trappist, con una oferta interesante de cervezas artesanas. En verano el área del final de la playa gana enteros con las terrazas y los pubs con música.
Oficina de turismo de le Havre
Para obtener información de la ciudad, mapas y ayuda para tours guiados en español por la ciudad podemos visitar la oficina de turismo en el Boulevard Clemenceau, número 186, junto al puerto.
Horario del 1 de noviembre al 31 de marzo: Lunes de 14h. a 18h. Martes a domingo: de 10h. a 12:30h. y de 14h. a 18h.
Horario del 1 de abril al 31 de Octubre: Abierta todos los días de 9:30h a 13h. y de 14h. a 19h.
Maison du Patrimoine – Atelier Perret
La casa del patrimonio es la sede informativa de la visita del apartamento piloto de Perret, pero además brinda información turística de toda la ciudad. Se encuentra en el número 181 de la Rue de Paris, entre el «volcán» y la biblioteca de Niemeyer y el ayuntamiento.
Agradecer a la oficina de turismo de Le Havre y a la oficina de promoción turística de Francia Atout France, que nos han ayudado durante la visita a Le Havre. No podemos olvidar el cariño de nuestras guías Silvia y Martha que nos han enseñado el alma de la ciudad.
Emilio De Arriba
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¡¡ENHORABUENA!! por este excelente artículo que con vuestro permiso voy a emplear para la visita que efectuaré en el mes de junio en el recorrido en autocaravana por la Bretaña y Normandía.
El Giróscopo Viajero
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Hola Emilio! Gracias por sus palabras. Las regiones de Bretaña y Normandía son perfectas para un viaje en autocaravana. Puede ver más información en https://blog-francia.com Saludos!
Lucia
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Justo estamos en Le Havre ahora, geniales tus comentarios y datos muy interesantes. Gracias
El Giróscopo Viajero
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Disfruta Lucía, Le Havre es una ciudad muy interesante, con opciones de turismo para ver diferentes. Buen viaje!
Amparo
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Acabo de visitar Le Havre y estoy de acuerdo con todo. Una ciudad impactante
El Giróscopo Viajero
- Edit
Muchas gracias por compartir tu experiencia Amparo. Ciertamente Le Havre es una ciudad interesante y que permite descentralizar el turismo en Francia, conociendo nuevos destinos. Gracias por leernos!