Para los que viajamos por el mundo desde que descubrimos la imaginación la literatura y el cine siempre han sido vehículos para embarcarnos hacia viajes a lugares insólitos, muchos de ellos inexistentes como la Isla del Tesoro de Stevenson.
Pero resulta más fascinante aquellos lugares que han existido y que han desaparecido de la faz de la tierra, como ciudades de las rutas del Lejano Oriente barridas por el polvo del desierto o que sólo viven en la imaginación de los escritores de aventura del siglo XIX.
Uno de esos lugares cuya historia nos fascina es la de la Isla Ferdinandea, que hoy en día no podemos volver a pisar, a menos que nos pertrechemos de equipo de buceo y pongamos «aleta en tierra» submarina.
Corría el caluroso mes de julio de 1831 cuando se abrieron las aguas en el sur de Sicilia, y una columna de fuego y humo comenzó a escupir lava a más de 60 metros de altura. Algunos pescadores de Sciacca, alertados por las fumarolas que se elevaban, los movimientos sísmicos y la aparición de numerosos peces muertos, pudieron contemplar el espectáculo volcánico, transmitiendo a cronistas e ilustradores como aconteció el nacimiento de la isla.
Hoy sabemos que la aparición de la isla se debió a la intensa actividad submarina del Volcán Empédocles, nombre que se le otorgó en honor al filósofo y político griego natural de Agrigento en las costas de Sicilia. De superficie mayor al Etna, Empédocles es el volcán más grande de Italia, y su actividad volcánica invita a pensar en nuevos capítulos si vuelve a emerger.
La problemática surgió cuando las naciones que pugnaban por la supremacía del Mediterráneo, quisieron apropiarse de la isla. La corona que reinaba en las Dos Sicilias se reafirmó como el legítimo dueño por su cercanía con Sicilia llamándola como su rey gobernante, Fernando. Mientras, los ingleses que ya dominaban la ruta de Gibraltar a India con bases en Malta, Corfú, Chipre y Suez, la denominaron Graham Island. Y también los franceses que no querían perder la oportunidad de conseguir un punto estratégico para igualar la pugna, la llamaron L’Ile de Julia.
La «neo isla» emergió con un superficie de 4,8km cuadrados y una altura máxima de 63 metros, y fueron los británicos quienes apenas un mes después de salir a flote plantaron su bandera bautizándola como Graham Island. Los franceses no les fueron a la zaga y en septiembre una misión científica con la presencia del geólogo Constant Prevost y del pintor Edmond Joinville puso pié en tierra dándole el nombre de Julia. Y como si de una peregrinación se tratase, soldados del rey de las Dos Sicilias, Fernando II fueron los siguientes en honrar la isla.
Varios fueron también los científicos célebres que no quisieron perderse la visita a la isla, como el profesor Karl Hoffman, geólogo de la Universidad de Berlín que casualmente se encontraba en Sicilia, Domenico Scina físico o Carlo Gemellaro, profesor de Historia Natural en la Universidad de Catania.
La descripción de la isla en palabras de Benedetto Marzolla de la Oficina Topográfica del Reino de las dos Sicilias nos permite visualizar el aspecto inicial de la isla. «Era una pequeña llanura de arena negra y pesada, tan inconsistente que no puede apenas sostener el peso de una persona. En el centro surge un pico, y un poco distante hay un lago de agua de la que sale humo, con apestoso olor de azufre.»
En pleno litigio diplomático, el diciembre del mismo 1831, la isla dejó de sobresalir del nivel del mar tras unos meses menguando en tamaño, quizá cansada de la reclamación estéril de unos y otros. La historia del volcán ocupó portadas de diarios de la época en todo el mundo, e influyó en la trama de obras de escritores de la época como James Fenimore Cooper, Alejandro Dumas o Julio Verne.
Lo significativo es que ya hay testimonios de otros momentos de la historia en los que Ferdinandea saliera como un periscopio del agua, como durante la Primera Guerra Púnica (264 y 241 a. C.), o varias veces a lo largo de los siglos XVII y XIX (1846 y 1863)
Durante el terremoto que sacudió de forma brutal el Valle del Belice en Sicilia, el Banco Graham (así denominado actualmente en las cartas náuticas), la cima de la antigua ciudad Ferdinandea, vivió una actividad volcánica que hizo movilizar a embarcaciones británicas en la zona.
Años después, en 1986, durante el conflicto de Estados Unidos con la Libia de Gadafi, un caza americano lanzó un misil contra el volcán que provocaba burbujas pensando que era un submarino libio.
Si atendemos a la lógica geológica, el hecho de que la isla volviera a desaparecer no parece tan sorprendente, pero lo cierto es que casi por casualidad se convirtió en una paradoja que los propios sicilianos defienden con el lema de una placa que un equipo de buceadores colocó en la cúspide de la montaña: «Sicilia era y será siciliana».
El hecho de que la isla sumergida se encuentre a apenas 8 metros bajos las aguas ha seguido alimentando reivindicaciones nacionales por parte incluso de Berlusconi, que en 2002 escenificó una vez más un teatro nacionalista con la colocación por parte de un equipo de submarinistas de una bandera tricolor en la cima sumergida.
Hoy en día es ya más que una curiosidad la existencia de la isla sumergida, y es frecuente ver buceadores que quieren ver la punta de Ferdinandea, que ya se conoce como «Banco Graham», y que bajo las aguas entre la población de Sicilia Sciacca y la isla de Pantelleria, duerme hasta un seguro despertar.
Tan extraña como la isla es la existencia de unos sellos, joyas de coleccionismo filatélico que la Italia unificada estampó a principios del siglo XX, y que hoy son una rareza que ha adquirido un valor importante entre los amantes del mundo de los sellos.
Mapa con la ubicación de la isla Ferdinandea