Cenotes de Cuzamá: Paraísos de aguas cristalinas

Los primeros rayos de sol se asomaban por la ventana. Un buen amanecer nos regalaba la mañana. Tras unos días visitando Yucatán, al sureste de México recorriendo los impresionantes yacimientos de la Ruta Puuc y Chichén Itzá, las cálidas aguas del mar de Progreso, haciendo un repaso minucioso de la gastronomía de la península y empapándonos del contexto histórico del Estado a través de sus cuantiosos museos, decidimos que sería una buena opción emprender camino rumbo a esos apetecibles y enigmáticos pozos profundos de impoluta nitidez que nos regala la naturaleza: los cenotes.

Durante el viaje por Yucatán tuvimos la oportunidad de conocer muchos cenotes, pero una ruta muy recomendable es la que hoy vamos a contar, la de los cenotes de Cuzamà montados en los «truck«.

El colorido de los trucks de la ruta de los cenotes
El colorido de los trucks de la ruta de los cenotes en Cuzama – México

Salimos del hotel en Mérida y tomamos la autopista dirección Valladolid, al cabo de unos 15 minutos nos encontramos con la desviación hacia Acancéh. Cruzamos el pueblo, seguimos las indicaciones del mapa y poco a poco el camino pavimentado se convertía en una vereda rural; creímos por un momento que habíamos errado en la ruta y preguntando a los lugareños indicaciones, en otro cuarto de hora estábamos frente a nuestro destino.


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El acceso a los Cenotes de Cuzamá, cuenta con un amplio estacionamiento, que es en sí, un espacio llano, sin señalizaciones, sin flechas de entrada/salida, con la hierba crecida y como compañía, algunos mejores amigos del hombre que se acercan a olfatear curiosos. Sin embargo, se puede aparcar el vehículo por el tiempo que sea, sin riesgo y sin costo extra.

Como era temprana hora de la mañana y un día entre semana, éramos los únicos visitantes que habían arribado. Daba ésta sensación de paz que comúnmente muchos lugares no ofrecen por la demanda turística que les abarrota. Ya saben, montones de nosotros pululando en manada, ataviados de bermudas con característico bronceado urbano (blanco como la leche) en extremidades inferiores principalmente, sudorosos por la calidez de un clima al que no estamos acostumbrados, excitados parloteando en voz alta y tomándonos fotos en cada paraje, sin omitir las paradas continuas, cada dos andares, para mirar las maravillas artesanales y la variedad de souvenirs.

Pues no, ésta vez no éramos dos típicos turistas perdidos entre el tumulto de docenas más. Éramos Harrison Ford (Indiana Jones) y Angelina Jolie (Tomb Raider) con sus justas y mínimas, muy mínimas diferencias, claro está; explorando temerarios ésta nueva aventura que se abría a nuestro paso por terrenos del bello México.

Llegamos a pensar que estaba cerrado y que tendríamos que re agendar la visita, pero nada más descender del auto, un par de niños oriundos se acercaron para ofrecernos un surtido botanero de chicharrones (frituras de harina de trigo o maíz) y patatas fritas. Y en lugar de comprarles algo, les regalamos unas bebidas que justo habíamos adquirido en una tienda del poblado de Acancéh. Un tanto ofendidos, acostumbrados ya a la amabilidad del pueblo mexicano, nos fuimos sin siquiera un «gracias» hacia los vestidores para iniciar con nuestro ritual de preparación para el recorrido.

Mi compañero Aitor (también redactor del Giróscopo Viajero) y yo, armados ya con bañador y sandalias, divisamos a unos cuantos metros un grupo de hombres que se hallaba reposando plácidamente al baño del sol. Sin duda alguna, la vida en provincia es más pausada, la gente no pareciera estar bajo el yugo del estrés y uno por ende, baja el ritmo acelerado que marca la ajetreada vida de la ciudad; sincronizados con el nuevo tic tac que reina en lo alrededores, andamos hasta ellos. Uno se acercó y se dispuso a darnos la información del tour, cuyo tiempo de recorrido era un estimado de 3 horas y corría a cargo de un hombre de estatura baja, pero con un nombre de talla alta “Elvis”.

Montados sobre el truck a punto de iniciar la ruta
Montados sobre el truck a punto de iniciar la ruta de los cenotes de Cuzama

Nuestro nuevo guía nos condujo hacia el carruaje que ya nos aguardaba. Era un caballo atado a un carro acondicionado con asientos y techo, semejando una carroza, estábamos ante el famoso “truck». Antes de los ajustes para turistas, estos fungían antiguamente como medio de transporte del henequén, una especie de agave que se utilizaba en la fabricación de diferentes productos, como cuerdas de amarre de las embarcaciones, entre otros. Gracias a la resistencia de ésta fibra, su fama comenzó a extenderse hacia otros países, generando así una importante derrama económica para Yucatán hasta mediados del siglo XX. Incluso al henequén se le conoció como el “oro verde”, debido al esplendor industrial que originó en aquella época.

Planta del henequén
Planta del henequén

Lamentablemente, con la aparición de fibras sintéticas (como el polipropileno), la industria henequenera se fue a pique. Hoy en día la producción es mucho menor, así que el ingenioso sistema de rieles que idearon para la transportación de la planta a través de largas distancias en aquellos días, al presente es sólo una herramienta útil para la visita de los cenotes, debido a las conexiones por redes subterráneas de los mismos.

A lo largo del trayecto, Elvis nos contaba que la mayoría de ellos son descendientes de aquellos trabajadores que usaban los mismos caminos, pero en otro contexto. Para generar una fuente de trabajo, el gobierno les ha permitido organizarse a manera de cooperativa, de ésta forma todos son socios igualitarios en beneficios y responsabilidades.

Y así fuimos avanzando a través de una amena charla y hermosas vistas con vegetación abundante, sonidos ambientales de aves, insectos e ignoramos que otra fauna más acechaba nuestro galope (para no abandonar el toque aventurero de la trama).

Nuestro flamante amigo de cuatro patas
Nuestro flamante amigo de cuatro patas arrastrando el truck hacia los cenotes de Cuzama

Al principio, el trepidante paseo nos mantenía un tanto tensos, nuestro valeroso y flamante corcel cogía tal velocidad, que nos provocaba aferrarnos con uñas y dientes. Luego, sin previo aviso, se paraba a pastar exhausto por el trajín, llevándonos casi a descarrilar. Elvis tuvo que soltar la rienda más de una vez, para evitar que eso pasara. Pero además de éstas electrizantes descargas de adrenalina pura, nuestro fiel galopante, tuvo a bien regalarnos un momento mágico más al ver cómo fertilizaba los caminos. Un instante clarificador, que nos reveló al tiempo, el porqué de tal verdor y abundancia en la flora.

Por fin primera parada. Elvis a manera de introducción, nos dijo que este era un nuevo cenote que habían acondicionado en Cuzama apenas hacía un mes atrás para añadir a la ruta y, cumplir así, con la visita de los 3 cenotes que anuncian a la entrada del lugar. Parece que el que normalmente entra en el itinerario es el de Chelentún, pero ese no podía visitarse aquel día.

No nos pareció mayor problema y con la imagen titilante de esas exuberantes fotos de folleto turístico, el encuentro con nuestro primer cenote resultó en algo confuso. La postal: Un árbol inmenso, al pie de sus raíces un hueco estrecho, una escalera hechiza, que no invitaba mucho al descenso, desaparecía en la inmensidad de aquella obscuridad, como compañeras sólo las rojizas raíces del “álamo” (árbol que según los datos brindados por Elvis, crece sobre cenotes avisando así de su presencia), que se extienden cuán largas son con el afán de alcanzar el néctar de las aguas dulces y la voz cada vez más lejana de nuestro guía, quien ya había avanzado un tanto en la bajada hasta allí.

Elvis a la entrada del primer cenote
Elvis a la entrada del primer cenote

Decididos y con ese aire heroico aún sin disiparse, imitamos a Elvis. Nuestros ojos tardaron en acostumbrarse un par de minutos, él nos alumbraba los pies para no trastabillar, al cabo de unos 15 pasos llegamos al encuentro del cenote, no podíamos observar la claridad del agua, ni los colores vibrantes turquesas que esperábamos ver, a pesar de ello, mi compañero de viaje decidió zambullirse porque aumentaba algún grado la temperatura allí debajo y porque él es más valiente que yo, sin duda. Honestamente, preferí quedarme junto a Elvis, con sus relatos y su linterna; tenía la sensación de que de sumergirme, las fauces de alguna criatura me llevarían al abismo. De hecho, en la distracción de una agradable conversación, Elvis dejó de alumbrar a Aitor y éste sin dilación, reclamó la ausencia de iluminación y presuroso nadó en búsqueda de la orilla para salir de allí y encontrarnos con el primer grupo de turistas que justo descendían.

Cabe mencionar, que quizás por la impresión y la agudeza de cautela felina que requería poner los cinco sentidos en alerta para no tropezar, mi cerebro no registró la información del nombre de nuestro primer cenote. Disculpen la omisión queridos lectores.

En fin, trepamos de nuevo a nuestro transporte y emprendimos camino hacia el segundo cenote. En este tramo encontramos un carruaje que venía en dirección contraria y al ser la misma vía para ambos sentidos, tuvimos que descender; el conductor del otro carrito con pericia lo retiró de los rieles para cedernos el paso.

Profundidad de Bolonchoojol: 35 metros
Profundidad de Bolonchoojol: 35 metros

Elvis nos indicó que iríamos primero al cenote más lejano, para así al volver, visitar el intermedio y emprender camino de vuelta ya sin paradas. Su nombre: Bolonchoojol (Nueve Hoyos de Ratón). Ésta ocasión, una escalera en ángulo de 90 grados nos esperaba, una ligera sensación de vértigo me invadió, pero la escalinata parecía estar en buen estado, así que después de la primera experiencia, esto parecía menos arriesgado. La vista compensó el intrincado descenso de aproximadamente 15 metros. Era hipnotizante. Su bóveda era casi completa, se colaban unos pequeños hilos de luz, que conferían al cenote tonalidades que iban desde el índigo hasta el esmeralda. Al adentrarse en sus aguas, descubrimos que ciertamente era bastante profundo y buceando podías apreciar las conexiones subterráneas de las que hablaba antes. Pero es recomendable no aventurarse a explorar más allá, nunca se sabe lo que hay detrás, por mucha habilidad que se tenga.

Entrada a cenote Bolonchoojol
Entrada a cenote Bolonchoojol

El tiempo de permanencia en cada cenote fluctúa entre los 30 y 45 minutos, sin un mínimo. Que sin mirar el reloj, calculo que fue hasta el límite que nosotros permanecimos allí. Entre esas aguas calmas es como si el tiempo se detuviese y nada más importara.

Relajados por el baño, volvimos al encuentro con Elvis para partir hacia nuestro último cenote por visitar, Chak-Zinik-Ché (Hogar de la Hormiga Roja). Por el nombre del mismo y por el antecedente extremo de nuestras peripecias, esperábamos hallar un descenso digno de nuestra audacia exploradora de héroes de filme de acción. Hacer gala de las más osadas suertes circenses, trepar y bajar por lianas emulando un acto trapecista, domar jaguares, luchar con hormigas rojas gigantes, qué sé yo… Cualquier cosa que estuviera a la altura de nuestros símiles de la pantalla grande. Pero no, ésta vez mis súplicas celestiales fueron atendidas y nos encontramos con una escalera cómoda, firme y de fácil descenso. Y no sólo eso, sino también con un espectáculo para dejar boquiabierto. Un claro de luz más generoso dejaba ver a cada avance nuestra hermosa joya natural. Una piscina de intensos colores aguamarinos nos invitaba embelesados a sumergirnos. Resguardamos nuestras pertenencias en un pequeño hueco de la misma formación rocosa de la caverna y nos lanzamos sin demorar más. El agua estaba fresca, al mirar al fondo notamos que quizás tendría más allá de unos 25 metros de profundidad, la parte más baja. Murciélagos revoloteaban en las partes más lúgubres de lo alto de la cueva. Nosotros tendidos boca arriba disfrutando del entorno, de la luz tenue que se colaba para acariciarnos la piel.

Vista del cenote Chak-Zinik-Ché
Vista del cenote Chak-Zinik-Ché

Agotamos hasta el último minuto. Subimos al “truck” listos para volver ya con el cuerpo cansado y el estómago con hambre voraz.

El retorno efectivamente nos pareció más breve, por la ausencia de paradas prolongadas, porque sí que hubo alguna corta para devolver la cortesía y ceder el paso a un par de carros que venían en sentido opuesto. Nos ofrecimos a ayudar con la maniobra, pero ipso facto nos dijo que no era necesario y comprobamos pronto el porqué. Para nuestro asombro, la complexión de Elvis, no era directamente proporcional a su fuerza o su destreza para cargar el cochecito. En menos de lo que canta un gallo, él lo tenía resuelto.

Llegamos al mismo sitio de recogida, nos despedimos de él y agradecimos su atenta disposición para contestar nuestras dudas y enriquecer la visita de los cenotes de Cuzama.

A nuestro parecer y después de vivirlo en carne propia, nos resulta una actividad recomendable para todos aquellos que gustan del contacto con la naturaleza y que no temen ensuciarse las manos.

Para respetar el ecosistema, no utilicen ningún repelente o protección solar al entrar a los cenotes. Ayudemos a su conservación. Si además quieren llevar a cabo esta ruta u otras por México nos pueden escribir para ayudarles con sus vacaciones y la planificación de tours.

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