Un papel en blanco invita al viaje…Podemos viajar a través de las palabras, los libros siempre nos hicieron soñar. Podemos transportarnos en las palabras de los otros para conocer mundos, culturas, paisajes, …desde otro punto de vista, tal vez diferente al nuestro, pero que acabaremos absorbiendo y haciéndolo propio.
Quisiera llevarles de la mano a uno de los paisajes más bellos de la geografía de Italia, la Toscana, una región conocida por su magnífico patrimonio arquitectónico, pictórico y escultórico – en ciudades como Florencia podemos apreciar la obra de Miguel Ángel, Giotto, Brunelleschi … -. Pero Toscana no es solamente riqueza histórica y artística, también son paisajes naturales espléndidos que cambian con las estaciones, que en invierno se quedan quietos, congelados, con las tierras ocres en barbecho; bellos por la luz invernal, bellos cuando caen las nieblas sobre ellos y bellos también cuando la lluvia los sacude despacio, sin prisa.
Que en primavera inician una transformación que poco a poco nos dejará atónitos, el cereal que despunta ocupando poco a poco las extensas colinas del Val d’Orcia, las amapolas cubriéndolas de rojo, las hojas de los viñedos tiñendo de verde el paisaje, que semejaba un camposanto en invierno.
Que en verano son pura explosión natural, las colinas del Orcia cubiertas esta vez de girasoles que sustituyen el rojo por el amarillo; las uvas dulces del Valle del Chianti esperando una vendimia pronta que dará lugar al famoso vino toscano.
Que en otoño nos alejan del sopor y del calor y nos invitan a conocerlos en una de las mejores épocas para visitar la Toscana, época que nos tocó vivir a nosotros. Asombrados ante el contraste de la paleta de rojos, anaranjados, ocres y verdes que pintaban el paisaje, atravesamos el Valle del Chianti y sus pueblos de piedra que recuerdan a los provenzales, para llegar a una de las tierras toscanas más misteriosas: el Orcia.
El misterio del Valle del Orcia en otoño
El misterio del Orcia se instala en otoño, cuando los campos amarillos de cereal dan paso a los ocres y marrones de las tierras labradas que dejan el paisaje desnudo, sólo interrumpido por las filas de cipreses verde oscuro que dibujan paseos que, a su vez, conducen a bellas construcciones de piedra. Éstas, en realidad, albergan magníficos agroturismos, una forma de alojamiento fuera de lo común, característica de la Toscana: palacetes, castillos o casas de agricultores donde pueden degustarse vinos, aceites y productos de calidad propios de la gastronomía toscana, que atrae todos los años a turistas deseosos de alojarse en lugares que los acerque a la tierra.
El Val d’Orcia, paisajes de colinas desérticas que producen cierta desazón, líneas simétricas de cipreses – árboles de cementerios en muchos lugares – que no hacen más que incrementar la desazón. Pero está acaba convirtiéndose en belleza porque recorrer kilómetros de colinas desérticas – que, sin embargo, se tiñen de verde – e islas de árboles apretados, anaranjados y amarillos por el otoño, nos anima a querer descubrir el misterio que encierran estas tierras. Tierras que en esta época del año son como paisajes lunares que se transformarán y nos mostrarán otro tipo de belleza en las siguientes estaciones, más coloridas; el color sustituyendo a la nada.
Pero en nuestro viaje quedamos presos, prendados de este misterioso paisaje y rodamos en nuestro coche blanco, sintiéndonos como en una road movie, surcando las suaves colinas que se suceden hasta el infinito, sin pensar en nada, hipnotizados, encerrados en las luces y sombras, cegados por la luz del otoño, ensordecidos por el silencio, congelados con el paisaje en una misma imagen, en la que el único movimiento eran los numerosos tractores levantando una enorme humareda a su paso, labrando unas tierras fértiles, que darían su fruto sólo después de habernos ido. Tierras ocres, trozos enormes de terrones que al tocarlos están durísimos, que tienen la cualidad de cambiar de color, de iluminarse y adquirir un color naranja con la luz baja. Y es que esta ruta por el Valle del Orcia se define por el color y la luz, por esa luz única de otoño que crea mil y un colores diferentes y nos acompaña en todo momento.
Casas solitarias, perdidas en medio de las colinas temblorosas, caminos que nos llevan a más agroturismos parados en el tiempo y a más series de cipreses verdes, altos que, con la luz nos hacen pensar en que realmente la sombra del ciprés es alargada…
La sorpresa de las aguas termales del Valle del Orcia
Pero las tierras del Orcia nos reservan tesoros inesperados, en sus entrañas corren aguas sulfurosas que salen a la superficie y cubren algunas zonas del valle de termas de aguas calientes situadas en sitios naturales, termas con poderes curativos emplazadas en palacetes que vivieron sus años de esplendor en el siglo XIX o XX. En realidad, la Toscana se considera como la región termal de Italia por excelencia: existen 24 estaciones termales a las que acuden italianos y extranjeros para pasar un momento de relax.
Pensábamos parar en las históricas termas de Bagno Vignone, una localidad balnearia conocida desde la Antigüedad por la que pasaron a lo largo de los siglos personajes ilustres como Santa Caterina de Siena o Lorenzo el Magnífico, pero finalmente nos decidimos por las Termas de Filippo, unas termas naturales de acceso libre que creíamos espectaculares por sus enormes formaciones de piedra caliza. Se encuentran a tan sólo una decena de kilómetros de San Quirico de Orcia, a los pies del Monte Amiata, y el acceso es fácil, aunque al llegar ya vimos el poco cuidado puesto en un lugar natural que podría atraer a muchos viajeros.
Recorrimos las piscinas diseminadas por el camino para encontrar la llamada “ballena blanca”, desde donde baja una bonita cascada, pero apenas había gente bañándose, ya que está prohibido según los carteles, sólo algún niño chapoteando. La enorme ballena blanca y su entorno se había visto afectada por las riadas que parece son frecuentes por la zona – nos enteramos de que las Termas de Saturnia habían sido semiarrasadas por una de estas riadas -. Los caminos estaban poco cuidados y la zona de las piscinas donde se encontraba la gente poco atractivas. Eso sí, no dejamos de darnos un baño en esas aguas calientes que parecía que la gente disfrutaba realmente, y tampoco dejamos de verle cierto encanto al lugar al mirar a nuestro alrededor, hacia el cielo, rodeados de árboles, complacidos por el delicioso calor en nuestra piel y el humo saliendo de ella por el contraste por el fresco que en esa época ya se instala en la Toscana. Mirando las fotos ahora vemos que nos esperábamos más de lo que realmente fue, pero la belleza continúa intacta en las Termas de Filippo, sólo habría que pulirla un poco.
El atardecer nos condujo a otro de los tesoros de esta región de Toscana, siguiendo de nuevo el camino de colinas ocres y verdes, de campos de labranza marcados por las huellas de los arados, esta vez un tesoro monumental, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO: la ciudad de Pienza. Una puerta de entrada iluminada por el rojo del atardecer, con frescos en su arco, nos invita a conocer el casco antiguo. Pero preferimos recorrer el paseo amurallado que recorre la ciudad en la que nos encontramos viejitos del lugar que se reúnen para disfrutar del último paseo del día y conversar. Aunque una vez dentro del recinto de la ciudad nos sorprendemos con otro paseo con vistas panorámicas del Valle del Orcia. Allí llegan gentes del lugar y viajeros dispuestos a admirar la puesta del sol en este lugar único. Nos tienta la idea de hacer lo mismo sentados en uno de los cafés tan bien situados mirando al valle.
Todavía no es de noche y seguimos nuestro recorrido descubriendo la ciudad paso a paso, una ciudad que imaginamos llena de gente en otras épocas del año y que, en estos momentos, es prácticamente nuestra. Llegamos a la hermosa Piazza Pio II, en pleno centro, que nos atrapa por sus perspectivas geométricas y nos hacen pensar en la perfecta concepción del espacio del Renacimiento, ese racionalismo que llevó a considerar la ciudad de Pienza como la encarnación de la utopía renacentista de la “Ciudad ideal”. Nos detenemos a admirar los magníficos palacios del siglo XVI: el Palacio Piccolomini, con su patio interior porticado y su jardín, o el Palacio Borgia, sede de la oficina de turismo de Pienza. Y, por supuesto, la catedral de Santa María Assunta, el Duomo de Pienza, donde se entremezclan los estilos gótico y renacentista en un maridaje perfecto.
Confirmamos que los espacios en esta ciudad medieval están cuidadosamente distribuidos, siguiendo los cánones urbanísticos de la época renacentista y reconocemos que por algo Pienza se considera patrimonio de la UNESCO. Recorrer las callejuelas es un gran placer, por cierto llenas de tiendas con productos típicos de la Toscana: el delicioso queso Pecorino (fresco, rosso, cenere, in foglie, di noce,…); delicias del Val d’Orcia: preparados para “bruschetta”, “risotto”, pasta,…; confituras típicas para el queso; o la pasta típica de la región: “Picci”; y, por supuesto, vinos del Orcia, como el Orcia o el Toscano bianco, o las cremas balsámicas.
Cargados de “Picci” nos dirigimos a las puertas de la ciudad, haciendo sólo una parada más al descubrir una vieja ferretería, de las de antaño, en las que había de todo, que nos recordó a la ferretería familiar de uno de los miembros de El Giróscopo Viajero. No pudimos contra la tentación de entrar, y fue como irrumpir en otra época…Salimos con la típica moto Vespa en miniatura y con ganas de habernos quedado con el típico motoreto italiano que vemos por todas partes en Toscana: la famosa “Ape”, ese extraordinario motocarro de la casa Piaggio que desearíamos tener en tamaño real. Todavía veríamos en nuestro viaje a Toscana muchos establecimientos de los de antes que llamarían nuestra atención y de los que hablaremos en próximos relatos.
Aún con el Pecorino y el resto de especialidades de la gastronomía toscana grabadas en la mente, decidimos dirigirnos a nuestro alojamiento para descansar y lanzarnos a la búsqueda de un lugar donde cenar. La sorpresa fue gratísima al descubrir que nuestro Bed & Breakfast era un auténtico palacete situado frente a una preciosa iglesia románica en uno de los pueblos más bellos de la región: San Quirico de Orcia. Nuestra ruta por el valle del Orcia continuaría al día siguiente con el descubrimiento de nuevos tesoros: el magnífico pueblo de San Quirico y otra joya toscana: Montalcino. En pocas horas volveríamos al camino surcado de esas colinas silenciosas que llenan de misterio la región y comprendemos mejor porqué este paisaje se convirtió en un icono para los pintores de la Escuela de Siena.
Cómo llegar al Valle del Orcia
Para llegar a San Quirico de Orcia desde Siena, solo se tarda 53 minutos (46,6 km) por la carretera SR-2, una ocasión para atravesar el paisaje del Valle del Orcia.