La costa recortada de Galicia nos lleva a rías que penetran en la tierra conformando uno de los paisajes más bellos y característicos de esta región atlántica. Si estirásemos la línea de costa gallega, nos daríamos cuenta de su extraordinaria longitud. Así mismo bordeando alguna de las Rías Baixas y viendo que llegar a otra supone una gran vuelta – sobre todo teniendo en cuenta que por mar se llegaría en seguida – también somos conscientes de tal inmensidad.
Esta fisonomía de la costa gallega, la hace única y esconde parajes de una belleza salvaje e insólita. Todavía me quedan por ver muchos mares, pero junto con el de la Costa da Morte, brutal, hermoso, me quedo con el pacífico mar de las Rías Baixas de Galicia, que posee una riqueza natural extraordinaria.
Ambos mares son en realidad un mismo océano, el Atlántico, solo que uno se reparte por varias rías que pretenden adentrarse en el corazón de Galicia. Tienen en común esas espectaculares playas de arena blanquísima, aguas transparentes, azul turquesa en algunos tramos, que nos hacen pensar en el Caribe si no fuera por lo heladas que están. Y esas formas graciosas y extravagantes de las rocas de granito acariciadas por los vientos, la fuerza del mar y del tiempo.
En mi eterno retorno a la tierra donde nací, siempre busco lugares que desconozco o a los que quiero volver porque nunca me canso de mirarlos. En mis viajes giroscópicos encuentro la belleza por todas partes, en Galicia siempre.
No recordaba el lugar al que volví este verano, habían pasado ya demasiados años. Así que fue como volver a descubrir un paisaje familiar, a cuya belleza pueden acercarse un tanto las fotografías que saqué. Pero para apreciarla en su totalidad vale más visitarla porque en las fotos no se escuchan los sonidos del mar, de los barcos pesqueros; no se toca la arena fina, el agua gélida o la rugosidad de las rocas; no se contemplan las luces parpadeantes de los faros al atardecer.
Así que les invito a acompañarme por la pasarela de San Vicente do mar, una localidad perteneciente al municipio de O Grove, una península conocida por la riqueza de sus aguas en marisco y pescado fresco, y por la isla de la Toja, con la que se comunica por un puente. Al final del recorrido pararemos en su casco antiguo, para saborear la riqueza de las Rías Baixas gallegas.
Comiendo en un furancho: Albariño y delicias del mar en Ribadumia
Antes de comenzar la ruta por la pasarela de San Vicente do mar, nos quedamos tierra adentro, en Ribadumia, buscando uno de los “furanchos” que se esconden entre viñas en la cuna del vino Albariño. El “furancho” es un sitio de comidas típico de zona que comenzó como un espacio para degustar uno de los más célebres vinos gallegos. Antes, los bodegueros acompañaban la degustación con alguna especialidad típica: una ración de empanada, de chipirones o de zorza para hacer de colchón al vino.
Poco a poco se fueron haciendo lugares de parada obligatoria en la ruta del vino Albariño, y acabaron convirtiéndose en una especie de casas de comidas acondicionadas en garajes o casetas de los bodegueros. Lugares con encanto local en los que lo principal continúa siendo la degustación del Albariño joven.
Casi al final de temporada, casi todos los furanchos de la zona estaban cerrados, por lo que paramos a comer en uno que se parecía más a un restaurante que a un furancho, pero en el que el se sirve vino Albariño cosechado por los mismos dueños bodegueros. En O Muíño da Cova probamos un Albariño extraordinario que nos dejó un excelente sabor de boca desde el primer momento.
Los deliciosos y abundantes manjares a los que acompañó este vino no se quedaron atrás: Tortipulpo (una tortilla de patata con “pulpo á feira”, especialidad clásica gallega), inmensas fuentes de zorza con patatas, chipirones de la ría, y uno de los mariscos más deliciosos y poco conocidos fuera de Galicia: zamburiñas, hechas simplemente a la plancha, con ese sabor a mar tan pronunciado. También las navajas acompañaron una comida degustada por todos los comensales con las pausas necesarias para regarla con ese vino blanco Albariño, cuya última cosecha debió ser excelente.
Los postres no se quedaron atrás en excelencia: apetitosos flanes de queso, de licor café y de piña, y la tarta de la abuela, que hay que probar para conocer su secreto.
Llenos tras el increíble banquete, nos dirigimos a San Vicente do mar, para intentar aligerar peso recorriendo la famosa pasarela que recorre la costa a lo largo de 2 kilómetros y medio.
Ruta por la pasarela de San Vicente do mar
Hay que llegar a San Vicente do mar para comenzar nuestra ruta, para lo que hay que dirigirse a O Grove. El circuito parte del puerto deportivo de San Vicente, aunque se puede comenzar en el otro extremo de la ruta, o en algunas de las entradas al mar que hay a lo largo del trayecto. Nosotros salimos del puerto deportivo, donde empezamos a caminar al lado del mar.
Ese mar de atardecer que se funde con otro mañanero, ya que hicimos la ruta por la pasarela de San Vicente do mar en varias ocasiones durante este verano. Lo que nos dio la oportunidad de ver el paisaje bajo la luz intensa de un día azul y soleado, donde casi no había paseantes, ya en septiembre, y otras en agosto, al atardecer, cuando esperamos a que el cielo se tiñese de rojo y el sol se escondiese tras la isla de Sálvora.
Al inicio de la ruta hay unas esculturas de marineros faenando, un homenaje a la gente del mar que tan importante fue y sigue siendo en Galicia. En seguida vemos la primera playa, de arena blanquísima, que con la luz del sol reflejándose en ella parece todavía más blanca.
Nuestros pasos resuenan en la madera de la pasarela de San Vicente, somos un grupo grande. Y excitados comenzamos a admirar la belleza del paseo, sintiendo la presencia del mar en todo momento. Los niños se adelantan entusiasmando haciendo retumbar la pasarela, saltando de roca en roca, libres como el viento, sin ataduras antes del nuevo período escolar. Nosotros casi querríamos correr, pero conteniéndonos, contemplamos la espectacular belleza del mar, de la isla de Ons.
Recordando la isla de Ons, un viejo navío, novela de aventuras
La silueta de la isla de Ons se recorta reconocible en el paisaje, coronada por su faro. De repente vienen a mi memoria recuerdos de un viejo navío idanés, el Nauja, confinado para siempre en las costas gallegas y que, en sus últimos años se dedicó a hacer soñar a la tripulación de jóvenes que durante unos días se lanzaron al descubrimiento del Parque Natural de las Islas Atlánticas, que incluyen las islas Cíes, la isla de Ons y la isla de Sálvora.
Por un tiempo, estos jóvenes jugaron a ser grumetes, aprendieron a hacer nudos, se subieron al mástil para avistar la siguiente isla, ayudaron en la tarea de izar velas, …Y durmieron frente a la isla de Ons, el cielo estrellado sobre sus cabezas, aprendieron sumariamente el mapa de constelaciones.
Un día entero lo dedicaron a descubrir la grande isla de Ons, visitaron la pequeña población, llegaron hasta el faro y se sintieron pequeños en los inmensos acantilados. La isla de Ons es misteriosa, guarda secretos que descubriremos años después en novelas de aventuras.
La visita a la isla de Sálvora fue diferente, ya que es una isla deshabitada, salvaje, cuya naturaleza se mantiene preservada. El primer contacto con Sálvora fue un chapuzón en sus aguas cristalinas, buceando para ver los seres marinos que la habitan. Una vez en la isla, acompañados del farero solitario, único habitante de la isla de Sálvora, siguieron una ruta pasando por lo que fue un antiguo poblado, ahora reducido a casas abandonadas. La isla de Sálvora es espléndida, el estado quasi salvaje en el se encuentra hace sentir a los visitantes que están descubriendo una tierra que era así hace mucho tiempo.
Ahora, desde la pasarela de San Vicente do mar recuerdo aquella aventura única de principios de mi juventud, cuando mi sueño de surcar mares se hizo realidad entre la isla de Ons y la isla de Sálvora.
A la isla de Ons volví recientemente en una novela de aventura y misterio, donde un grupo de chavales se enfrentaba al misterio de un crímen. El escritor Carlos Meixide ponía en su novela “Ons” voz a Roi y Suso, uno habitante de la isla, conocedor de sus rincones más recónditos, el otro visitante y amigo llega para pasar el verano acompañado de dos chicas. El grupo se enfrentará a las fuerzas del mal en busca de la verdad. Reconozco en el libro rincones que exploré en aquella ocasión: el Burato do Inferno, la playa de Melide, la playa de Canexol, A Laxe do Abade…De nuevo en esos lugares a través de la novela.
Siguiendo la ruta. Atardece mirando a la isla de Sálvora
Vuelvo de mis pensamientos contemplando Ons entre recuerdos de aquella lejana aventura en el viejo velero, y la ficción que tiene como escenario la isla. La pasarela de San Vicente del Mar recorre parajes de playas abrigadas, en las que nos cobijaremos en otra de nuestras visitas, y también zonas militares en las que podemos ver cañones apuntando a objetivos invisibles, que quizás en otros tiempos fueron utilizados para defender la costa.
Recorremos contentos el meandro de madera que no deja ni por un instante de vista el mar. No me canso de admirar esas formas caprichosas que tienen las enormes rocas de granito que dota al paisaje de la costa de Galicia de una belleza insólita.
Siempre me gustaron esas inmensas rocas que encuentro por cualquier lugar del litoral gallego: en la inmensa playa de Vilar, en Ribeira, unida a las dunas de Corrubedo; o en la Costa da Morte, de la playa más grande de Galicia, Carnota, pasando por Fisterra, Muxía, Camariñas, …Presentes en mi infancia, formaban parte del paisaje familiar de los días largos de verano, cuando saltábamos de una a otra en las playas de Galicia.
Me gusta reencontrarme con ellas y buscar forma de animales o seres extraordinarios. Fotografiarlas a ellas y al musgo que las amarillea.
El sol comienza a ponerse, reflejándose en las aguas tranquilas de este día todavía largo de verano. Mientras seguimos el recorrido, juega al escondite entre nubes bajas, y tiñe el horizonte de naranjas, amarillos y rojos.
Nosotros apuramos, aún sabiendo que no llegaremos al final de la ruta por la pasarela de San Vicente do mar. Al final nos sentamos en una de esas rocas de formas graciosas junto a los otros caminantes, a ver cómo se pone el sol hoy.
Ahora tenemos delante la isla de Sálvora. Imaginamos al farero encendiendo la luz que guiará los barcos de marineros de noche. A nosotros nos lanza señales mientras gira en un incesante movimiento que solo terminará con el amanecer.
Mientras el sol se va escondiendo tras el faro, enorme, de un naranja intenso, anunciando un día siguiente espléndido. En silencio nos reunimos para presenciar este atardecer especial, sabedores de que estamos en un escenario único, por el camino de pasarela de San Vicente do mar, con un pasaje a ese mar al que siempre se quiere volver. El último rayo – ¿rayo verde? – inaugura la noche en este rincón de O Grove, a un tiempo que ilumina otras latitudes para las que amanece.
Como llegar a San Vicente do Mar
La ruta comienza en el Paseo de Pedras Negras
Artículo escrito por María Calvo Santos.
Francisco Jose Miranda Azurmendi
- Edit
Deliciosa lectura. Enhorabuena. Ha sido un placer. Seguiré el blog por los contenidos y también por las formas.
El Giróscopo Viajero
- Edit
¡Muchas gracias! Es un placer que la gente viaje a través de nuestras páginas.
Florinda Vilamea Vera
- Edit
Me ha encantado vuestro pormenorizado recorrido, pero me surge una duda: ¿este recorrido es el mismo que el de Pedras negras?
El Giróscopo Viajero
- Edit
¡Muchas gracias, Florinda!. Sí, es el mismo recorrido, de hecho empieza en el Paseo de Pedras Negras.